La Calle de Córdoba XXI

viernes, 6 de mayo de 2016

Podemos y el "nacional populismo" del siglo XXI. La revolución de los campanarios

Íñigo Errejón en un reciente artículo describe Podemos como un proyecto de construcción colectiva de un relato político que agrupe dolores y condense todo un cúmulo general de reclamaciones frustradas en orden a producir una nueva identidad que cambie los equilibrios de fuerza de una sociedad. Es el “nacional populismo” del siglo XXI. Una especie de hijo pródigo del pragmatismo felipista y de la frustración bipolar del marxismo revolucionario de Julio Anguita de luz y taquígrafos del siglo XIX.

El eje fundamental de la geometría revolucionaria de Podemos se basa en el trazado de una línea de demarcación imaginaria que separe el “ellos” del “nosotros” mediante la generación de una nueva identidad mayoritaria de “nuestra” nación popular. 

En el mapa podemita el vejo debate de los siglos XIX y XX planteado en términos económicos de exclusión–inclusión en la sociedad del bienestar se diluye en el siglo XXI en un federalismo popular de identidades mayoritarias–minoritarias articuladas en términos de subordinación jerárquica. Es la lógica de Iglesias cuando razona que le corresponde la vicepresidencia por su nivel de “identidad” menor al conseguido por el PSOE. Lógicamente reclama ya la presidencia del gobierno si su nivel identitario sobrepasa el 26J al que obtenga Pedro Sánchez.

Para el muchacho Errejón la actividad contrahegemónica de Podemos no busca refutar lo que hay, sino que parte de la cultura que hay aquí y ahora y busca rearticular elementos ya presentes para generar la nueva identidad soportada por un nuevo sentido común donde la “incompatibilidad” de “ellos” y “nosotros” segrega el todo común en compartimentos estancos de identidades ponderadas.

Así, afirma Errejón que los jacobinos de la revolución de izquierdas son para Podemos unos fracasados al plantear la tábula rasa ignorando que los procesos de cambio político solo triunfan cuando incluyen de forma subordinada a sus adversarios anteriormente dominantes. 

Consecuentemente el nuevo universo podemita reduce la vieja utopía revolucionaria de la izquierda a un club, sin carácter, de socios subordinados a la junta directiva resultante del peso que en cada momento tengan las distintas parroquias concomitantes. Izquierda Unida ha aceptado ya la nueva lógica en una especie de eutanasia colectiva –sin paliativos ideológicos–, apoyada por el 84.5% de sus miembros.

La lógica de Podemos no es ni democrática, ni republicana, sino identitaria –es decir; corporativa–, que se resuelve peligrosamente por subordinación jerárquica de la misma forma que reclamaba el fascismo europeo de principios del siglo XX razonando en términos de liderazgo, jerarquía y subordinación.

Desgraciadamente la historia parece que retorna modernizada con coletas y politologías académicas de adultos que reivindican la restauración del relato y la fidelidad al campanario. Si este nuevo cantar cautiva a los ciudadanos el 26J la democracia volverá, en mi opinión, a quebrar en el camino de la ilustración racional con el final de la izquierda en España.

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