La Calle de Córdoba XXI

domingo, 8 de mayo de 2016

España entre la racionalidad a medio camino y el campanario identitario. La revolución de los "doctorandos"

Como bien apunta Santiago Alba en su artículo “pontífices o amurallados”, el pontificado basado en el auctoritas ha evolucionado con el paso del tiempo hacia un modelo laico de campanario parroquial acreditado por título universitario y que comunmente la sociedad española actual conoce bajo el mantra de “intelectual”. 

Lo curioso es que la intelectualidad –otrora abanderada del socialismo científico–, se encuentra ahora perturbada bajo síndrome bipolar por cuanto se ve cuestionada por "los de abajo" y acusada de esquiroles al servicio permanente de "los de arriba". Sin embargo la figura del "intelectual" sigue siendo mítica en el advenimiento del nuevo tiempo en las plazas urbanas de occidente; llámense 15M, Occupy Wall Street, o Nuit debout, etc. Es la revolución de "los doctorandos".

Tras el señalamiento de Pablo Iglesias contra los periodistas incómodos, los bienpensantes que regulan el paso de peatones entre "los de abajo" y "los de arriba" han abierto un debate público sobre medios, intelectuales y política que consideran ha estado "largamente aplazado."

Que la intelectualidad española se entrelace en un mismo debate con los políticos y los medios de comunicación plantea ya complicados problemas de demarcación identitaria que invitan a seguir aplazando el debate por cuanto mezclar intelectualidad, política y periodismo en una misma palangana es invocar la teoría del big bang cuando no atentar contra el planeta elevando la toxicidad de los gases que genera el mismo planteamiento.

Aún asumiendo la remota racionalidad del plan de estudios de la titulación académica de licenciado en Periodismo, no resulta racional derivar la posible “intelectualidad” del titulado más que por causal accidente personal. Una causalidad que resulta objetivamente más remota en el caso del político aun asumiendo la posibilidad de considerar el voto como una cualificación cuantitativa de sus habilidades en ciencias políticas.

Visto desde “provincias” el planteamiento del debate presenta un enorme sesgo centralista que distorsiona una distopia territorial bajo un mapa utópico de salón por cuanto la prensa provincial y autonómica española mezclada con sus respectivos políticos locales y regionales junto con la inteligentsia de proximidad configura un conglomerado de pontificado manifiestamente emocional.

En mi opinión, una de las claves del éxito de podemos es reconocer que en España no hemos tenido ningún proceso de “ilustración” consolidado, por lo que en España la norma de la inteligentsia popular actual no tiene base racional, sino sentimental a medio camino de la ilustración.

Iñigo Errejón lo describe muy bien en un reciente artículo cuando dice; “Si el marketing apela a la decisión volátil del consumidor, la política popular interpela a la emoción de la pertenencia y a la pasión política de los momentos fundacionales.” En ese mismo artículo Errejón habla de la construcción de un pueblo en base a la elaboración de una nueva identidad de demarcación que diferencie bien el “nosotros” del “ellos”.

De esta forma Podemos defiende el alejamiento definitivo de España de la senda de la ilustración y de la racionalidad como modelo de pensamiento objetivo congruente con los hechos y defiende la prevalencia del relato en base a una lógica “más distribuida y horizontal, de construcción de subjetividad e implantación territorial…” Podemos habla entonces de una arquitectura parroquial donde la congruencia con el relato suplanta el ideal racional de contraste con la objetividad de los hechos reales.

Consecuentemente, en mi opinión, el substrato del debate lo que plantea en realidad es el conflicto que asoma en el horizonte entre la inteligentsia de “Guatemala” y la nueva exigencia de la inteligentsia de “Guatepeor”.

El imperio de la profunda impostura de la España actual ha quedado brillantemente descrito, a mi modo de ver, en el libro de Gregorio Moran; El cura y los mandarines. Se trata de una impostura sistémica que afecta profundamente a los tres iconos del debate; Medios, intelectuales y política. Pero también afecta al pueblo, por cuanto la impostura no es una indisposición de las élites del país, sino una cultura que se manifiesta claramente en la ablación general de la curiosidad.

Nuestra inteligentsia es tan intrascendente como la prensa y los políticos por cuanto en España no reina la curiosidad por el conocimiento efectivo y solvente de la realidad de las cosas, sino el éxtasis de la pertenencia al pueblo elegido; al de la sagrada familia. Es por ello que Errejón habla con criterio de la fuerza del relato de campanario y no de la congruencia racional del discurso con la realidad de los hechos.

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