La Calle de Córdoba XXI

domingo, 8 de mayo de 2016

La democracia de la billetera y la supremacía jurídica del acreedor; el cáncer político del Estado Democrático de Derecho.

Afirmaba recientemente un destacado banquero checo en un foro internacional que la gente vota con su billetera, y no le falta razón si, al menos, entendemos que cada cual vota con la conciencia que tiene de su billetera.

Ciertamente la frase puede sonar arrogante para sensibilidades acomodadas, pero su alta dosis de realismo pragmático no deja lugar a empachos ideológicos de moralidades difusas. Objetivamente la billetera, grosso modo, ha separado siempre a la humanidad en ricos y pobres. Razón por la que la democracia liberal presenta una fuerte deriva hacia la versión pragmática contemporánea de "un euro–un voto" en lugar de la versión romántica original de "una persona–un voto". Sin embargo la conciencia de cada uno fluctúa sobremanera en el campo de la billetera particular.

Así Piketty ha demostrado recientemente cómo los ricos tienen una aguda tendencia a ver sus billeteras siempre medio vacías, razón por la que gran mayoría de ellos sufre en su conciencia de una severa patología de Diógenes siempre asociada al papel moneda.

Al otro lado de la balanza nos encontramos con la conciencia de los pobres que arduamente acomodada a las inclemencias de la intemperie, parece que cualquier micro ingreso descose sus siempre menguados bolsillos.

Entre medias la mayoría de la gente opera con una conciencia difusa de su billetera siempre acosada por todo tipo de agentes nocivos que constantemente merman la salud de ese repositorio esencial para la vida humana en tiempos modernos.

En general, en un sistema de dinero elástico, como el que tenemos –es decir; sin ningún valor intrínseco más allá del papel que lo soporta–, resulta importante observar lo que economistas, académicos y ministros del ramo dicen respecto de que la cantidad de dinero en la billetera ha de cambiar necesariamente con el tiempo, al objeto de poder mantener, en términos generales, su poder adquisitivo en parámetros constantes. 

Se trata de una “Ley” que recuerda mucho al principio de inercia formulado por Averroes, cristianizado por Galileo y mecanizado por Newton por el cual todo cuerpo se encuentra en movimiento continuamente acelerado, solo que en economía la aceleración se formula en puntos de inflación.

Expertos y banqueros coinciden en que una inflación del 2% anual conforma la temperatura ideal de una economía sana. Sin embargo ante la inexorable volatilidad del dinero lo que el universo capitalista neoliberal considera ciertamente relevante es la estabilidad de los precios, no la cantidad de dinero en circulación.

Consecuentemente la política monetaria del Banco Central Europeo no va dirigida tanto a la reactivación de la economía cuanto a mantener constante el poder adquisitivo del papel impreso evitando así lo que los economistas llaman la deflación que no es más que el desplome catastrófico de los precios de los activos provocando el colapso total del sector financiero y el sector productivo real.

En todo momento lo que está en juego es el valor del dinero, no la recuperación de la actividad y el empleo. De momento lo que la política de Mario Draghi está haciendo con la expansión cuantitativa es transferir el riesgo desde los balances de la banca privada al balance del Banco Central Europeo (BCE).

Otros neoliberales con karma de neokeynesianos están reclamando el viejo helicóptero de Milton Friedman de 1969 para que el BCE reparta papel moneda recién impreso a los gobiernos para que éstos puedan transferir el riesgo de su deuda pública a los balances del BCE y puedan así invertir en proyectos de infraestructuras o en otras actividades de mejora de la demanda.

Una variante de rescate utópico de las tesis de Keynes es la propuesta recientemente formulada por Yanis Varoufakis imaginando un nuevo Bretton Woods sin patrón oro. En síntesis la idea consiste en alcanzar un utópico consenso en el G–20 para la creación de la “Nueva International Clearing Union” (NICU); una especie de cámara compensadora de pagos internacional en una unidad contable común que Keynes ya bautizó como “bancor” y que Varoufakis denomina “Kosmos” y que sería la nueva moneda mundial. 

La idea es la construcción de un fondo soberano mundial que impida buena parte de los flujos de transferencias de capital que hoy sostienen los desequilibrios comerciales crónicos repartiendo la carga de la deuda simétricamente entre deudores y acreedores.

Ciertamente la voracidad del sistema capitalista no es producto solo del desequilibrio de poder económico que se tiene por acumulación de rentas entre el rico y el pobre, sino que además se produce necesariamente también mediante el desequilibrio jurídico que sentencia que el proceso de ajuste sea obligatorio para el deudor y voluntario –en el más altruista de los casos–, para el acreedor.

Es esta supremacía jurídica del acreedor la que se ha puesto públicamente de manifiesto en esta crisis haciendo tambalearse al mismo Estado Democrático de Derecho por cuanto se trata de un desequilibrio claramente insostenible.
160508 PACO MUÑOZ

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