Uno
tras otro de los acontecimiento que se suceden en el escenario político e
institucional español durante el incipiente siglo XXI muestran con claridad los
síntomas de una crisis profunda del Estado español, con independencia de la
crisis política europea y la crisis económica global.
Negar
ya el fracaso de la Constitución del 78 tan solo reviste la categoría de
ejercicio retórico de cuidados paliativos, toda vez que la crisis de la
transición española no sólo se evidencia en la carencia de unos derechos
fundamentales dotados de un mínimo núcleo sustantivo objetivo, mínimamente
concordante con la realidad de los hechos, sino que la mística
constitucionalista sólo subsiste sobre una concepción únicamente procedimental
centrada en el rito electoral para establecimiento de mayorías por el
procedimiento estadístico.