La Calle de Córdoba XXI

jueves, 31 de agosto de 2017

¿Qué es el trabajo?

El desplazamiento del sector productivo por el sector servicios
genera un cambio cualitativo en el sistema general de valores.
Foto gentileza de pixabay
¿Cómo es posible la sociedad actual? Algunos de los pensadores de la izquierda francesa no abducida todavía por el espíritu Macron, gustan de responder a esta pregunta con el triunfo del nihilismo asumiendo como tendencia real la negación de toda creencia o principio moral, religioso, político o social.

Los nihilistas sostienen la imposibilidad del conocimiento, y en buena ilógica abogan por la abolición de la filosofía  en los templos del desconocimiento universitario español. Sin conocimiento difícilmente puede valorarse nada. Mucho menos justificar algo. Como mucho se puede aspirar a la construcción de arquitecturas «lego» (el famoso juguete bric de construcción) a base de piezas estándar ya pre–definidas por los medios de comunicación y expertos en nómina.


¡Eppur si muove! 
Sin embargo hay preguntas cuyas respuestas estándar tan sólo revelan las profundas lagunas del misterioso puzzle que componen. Por ejemplo; ¿Cómo es posible el alto índice de desempleo, precariedad y pobreza en España, bajo un régimen político democrático?  ¿Es que los empleados “activos” en España toleran plácidamente la inactividad de los desempleados porque son innecesarios y superfluos en el conjunto social? ¡Eppur si muove! (y sin embargo se mueve) como ya abjuró Galileo ante el Santo Oficio allá por 1616.

El miedo compartido
¿Qué es una sociedad neoliberal? Es otra pregunta paradójica en pleno siglo XXI toda vez que resulta misterioso que sea el miedo compartido el único valor capaz de concitar la gran manifestación de Barcelona y no exista en España ningún otro valor social que indique con claridad la existencia de ningún otro factor que de sentido positivo a la cohesión social. El modelo era la «sociedad–NAVE»

Para los antiguos griegos la cohesión social era el fundamento constitutivo de la ciudad, y su modelo se correspondía con la experiencia de la nave marina donde la ciudadanía se articula como en un barco remando cada uno dentro del todo social. La sociedad es un barco donde todos cumplen una función.

Con el Imperio Romano el barco encalló y se hundió en la noche de los tiempos surgiendo en su lugar el modelo agrario de la propiedad privada y la sociedad jerarquizada. Modelo que tuvo su mayor desarrollo con el Dios cristiano y la doctrina de la expiación de los pecados para el logro de la vida eterna. 

La jerarquización y el divino orden
La jerarquización dio lugar a la lógica taxonómica del Siglo XVII con la identificación precisa de 22 clases y 569 rangos ya en 1695. Clasificación que no se hace en función de criterios cuantitativos de riqueza, sino en base a cuatro factores de importancia decreciente; dignidad, poder, fortuna y consideración. (1) La mayoría pobre quedaba excluida de este orden estamental de la sociedad.

Complementariamente el Dios del orden cristiano justificaba el trabajo como un proceso individual de expiación del pecado original común al género humano. Razón por la que la Iglesia postuló fervientemente que el verdadero sentido del trabajo nunca reside en el resultado, sino que el esfuerzo y la fatiga eran la pena terrenal que el plan divino para la salvación había dispuesto para el acceso a la vida del más allá.

Sin embargo parte de la creciente burguesía cristiana tomó nota de la reforma protestante y fue desplazando la valoración expiatoria del trabajo al valor positivo de sus resultados, presentándolo como un factor constructivo del todo social que da sentido a la vida individual.

La utopía del pleno empleo
Bajo esta fórmula liviana fueron emergiendo trazas de la vieja idea griega de la «ciudad–NAVE» gobernada por un lazo armónico de integración ciudadana y que en el siglo XX asumió la figura política del «Pleno Empleo» en la utopía de la sociedad ocupada.

Con la creación de la nación, el territorio patrio se convirtió en una especie de “Parque Natural” de especies más o menos protegidas con privilegio de los humanos que bien producían riquezas sufriendo fatigas en las entrañas de una mina de carbón, bien las administraban desde tediosas oficinas, o bien se dedicaban a variadas ocupaciones regulares bajo una postura moral de deber cumplido.

Fue dentro de este contexto laico que el plan divino de salvación cedió paso al principio de la ocupación productiva como fundamento de las políticas de progreso y desarrollo civilizatorio.

La revolución burguesa pasó del mercantilismo del siglo XVII al milagro industrial del siglo XVIII y ya en el siglo XIX inventó el motor de la sociedad ocupada bajo el concepto político de la utilidad de las clases.

La sociedad motor de utilidades
Muy distantes ya de los griegos del siglo V antes de Cristo y de su «sociedad–NAVE», Occidente evolucionó de la sociedad jerarquizada –amante de identidades y propiedades–, para desembocar en pleno siglo XX en la «sociedad–MOTOR» de utilidades, y amante de productividades y concentración de rentas.

Paralelamente pasamos de la idea de trabajo como vía crucis terrenal, inherente al destino de cada persona, a la idea de «servicio corporativo» desvinculado de la vida individual del ciudadano, y de la sociedad como conjunto.

El tránsito entre el «vía crucis» y «la corporación» no ha sido directo sino que desemboca tras un largo camino pedregoso donde el concepto de «trabajo» como esfuerzo fue evolucionando al concepto de «ocupación» como dedicación.

Sin tener en cuenta las desviaciones propias de la creatividad y picaresca humana, y factores tales como las oscilaciones demográficas, los conflictos armados, etc. podemos ver grosso modo que en los territorios de la fatiga se tendía a valorar «la fuerza», mientras que en los frondosos valles de la “ocupación” la tendencia gira en torno a la valoración del tiempo y el “conocimiento” –versión láica del estatus y la dignidad–, además de la productividad.

Ocupación, desocupación y el Digital Workplace
En la actualidad la «ocupación» es un concepto en crisis por el continuo aumento de su valor complementario –«la desocupación»–, debido al desarrollo tecnológico y a su fuerte amenaza de automatización de los procesos corporativos de producción y administración, de tal forma que al “estado mínimo” neoliberal hay que sumar ahora la «corporación mínima» con lo que se denomina «Digital Workplace». Un centro de trabajo sin localización física que va ya en el bolsillo del «ocupado», acompañado de su sombra corporativa; «Cloud Computing» y «Big Data».     

Desde una perspectiva histórica el primer cuarto del siglo XXI está revelando dos procesos aparentemente contradictorios, con ciertos trazos paralelos. De un lado Thomas Piketty denunció en su comentado libro «El Capital del Siglo XXI» la enorme concentración del capital. Concentración que viene a confirmar toda la literatura de los keynesianos, encabezados por el premio Nobel Joseph E. Stiglitz (2), que en los últimos diez años vienen constatando un perverso incremento de los niveles de desigualdad tanto a nivel global, como nacional.

El empleo inestable
Por otro lado los niveles de precariedad laboral y el desempleo están adquiriendo mayor relevancia que los niveles de empleo claramente percibidos como inestables en un entorno de desarrollo fuertemente cuestionado.

Una reciente noticia publicada el 30 de agosto 2017 en Público.es (3) cuestiona el propio concepto de empleo ya que la noticia revela el llamativo dato oficial de los registros del Instituto Nacional de Estadística (INE) por el se constata que más del 90% de las nuevas empresas constituidas en España durante el periodo 2014 a 2017 son corporaciones sin trabajadores.


Más adelante la misma noticia daba cuenta de una gran volatilidad en la categoría de los nuevos autónomos ya que “no se están asentando”.

En este sentido adquiere suma relevancia la iniciativa de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), poniendo en marcha el pasado día 21 de agosto de la denominada Comisión Mundial de alto nivel sobre el Futuro del Trabajo. (4)

Se trata –dice la nota de prensa de la OIT–, de; “un órgano global que deberá emprender un examen exhaustivo sobre el futuro del trabajo que proporcione una base analítica para la implementación de la justicia social en el siglo XXI. La Comisión se centrará específicamente en la relación entre el trabajo y la sociedad, el desafío de crear empleos decentes para todos, la organización del trabajo y de la producción, y la gobernanza del trabajo.”

Siendo importante la iniciativa, tan sólo aborda las circunstancias del “trabajo”, dejando en el trasfondo de la oscuridad el fenómeno de la “des–ocupación” y la cuestión de su integración en el “todo social.” Un problema que se multiplica considerablemente cuando se corre el velo y se integra a la mujer como ciudadana de plenos –e iguales–, derechos en el conjunto social–laboral.

El sujeto positivo y el sujeto pasivo
En la sociedad actual el trabajo parece ser un medio de vida subjetivo. Es decir; del sujeto ocupado. El sujeto positivo.

Por el contrario el trabajo no puede explicarse ya ni como una expiación de los pecados, ni como una aportación al conjunto social, ni siquiera como una ocupación, o entretenimiento. Con el trabajo se paga impuestos, se adquieren productos y servicios, y se determina el estatus y la dignidad social. Eso que en términos jurídicos se denomina también como “derechos”.

Los desocupados –hombres y mujeres– conforman el conjunto de sujetos pasivos cuya pertenencia al conjunto social está en permanente zona de grises. Ni contribuyen a la contabilidad nacional, ya que no pagan los impuestos que deberían, ni adquieren productos y servicios debido a su pobreza, ni mantienen dignidad suficiente.

Son excluidos no sólo por el sistema capitalista, sino también por las instituciones del Estado, y también por sus vecinos «ocupados» con mejor fortuna.

La desigualdad y el choque de trenes
La desigualdad es el terreno donde parece que se va a producir el choque de los dos trenes que ya hemos descrito anteriormente; el tren del capital y el tren de los excluidos.

Sin embargo hay también otro escenario en el que aumenta la tensión de forma considerable ya que la independencia de los Bancos Centrales es un artilugio que sólo ampara la especulación sistémica de la banca.

La aparente resolución de la crisis actual mediante la masiva creación de dinero por el BCE –la denominada Expansión Cuantitativa–, para la compra de deuda pública y deuda interbancaria ha provocado de hecho una grave situación contradictoria, toda vez que dinero y deuda pública son ya tan inseparables que ha desaparecido la base que justificaba la independencia de los Bancos Centrales.

Austericidio y harakiri. El surgimiento de un nuevo orden.
Siendo esto una insólita incongruencia técnica, la monumental paradoja puede descubrirse ya en el campo político toda vez que el austericidio ha desembocado en un autentico harakiri de las democracias de la Unión Europea con el alumbramiento histórico de un nuevo sistema político híbrido entre una débil democracia legislativa y un acusado cesarismo económico articulado por una gobernanza jerarquizada de estructura piramidal y en cuya cúspide está el Presidente del Banco Central Europeo y el nuevo orden senatorial de los cónsules y pretores bancarios.

Sin embargo es en la base de esta estructura piramidal de gobernanza jerarquizada donde afloran los pies de barro de esta creación del Siglo XXI toda vez que la sociedad del trabajo no puede vivir en un mundo de incertidumbre financiera, de carácter improductivo, ocupación menguante y ciclos económicos especulativos.

En el caso español es manifiesto que la riqueza se ha desplazado del sector productivo al sector servicios, y el modelo de desarrollo que la derecha española parece proteger –pues ni siquiera lo manifiesta explícitamente–, es la España de los camareros en una sociedad de chiringuitos.

La decadencia de Occidente y la emergencia de Asia oriental
Consecuentemente, en Europa, nuestro concepto de sociedad, al igual que nuestro propio concepto de ser humano, se encuentra en la crisis inversa del siglo XVIII donde la Iglesia y el orden divino fue fuertemente cuestionado por la revolución burguesa.

En el siglo XXI es la revolución burguesa europea la que muestra evidentes signos de agotamiento; sin orden social, sin orden económico, y sin orden moral. Agotamiento que se produce en el contexto de on un Occidente en clara decadencia y un Oriente asiático en fuerte emergencia (5).

En el siglo XVIII  la ilustración fue un movimiento de preguntas que disolvían los misterios del orden divino. En el siglo XXI la nueva “ilustración” ha de plantearse con preguntas que disuelvan el orden burgués de un capitalismo perdido.

Consecuentemente la izquierda europea tiene que renovar profundamente su pensamiento emancipatorio toda vez que durante el siglo XX la izquierda se ha fundado en los mismos valores de base que la doctrina burguesa formuló en la Revolución Francesa y luego manipuló y tergiversó ampliamente desde Napoleón a Trump (6).

©170831 PACO MUÑOZ
NOTAS:

(1).- François BLUCHE, Jean-François SOLNON. La véritable hiérarchie sociale de l'ancienne France : Le tarif de la première capitation (1695) Genève. Droz, 1983.

(2).- JOSEPH E. STIGLITZ La Gran Brecha Ediciones Tauro, 2015



(5).- MICHAEL SPENCE; La nueva potencia reguladora de la economía global, 29/08/17 

(6).- Francisco Muñoz; ¿Qué es la economía? 

Karl Marx y Wall Street. Fin del imaginario emancipatorio.


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