El desplazamiento del sector productivo por el sector servicios genera un cambio cualitativo en el sistema general de valores. Foto gentileza de pixabay |
¿Cómo es posible la
sociedad actual? Algunos de los pensadores de la izquierda francesa no abducida
todavía por el espíritu Macron, gustan de responder a esta
pregunta con el triunfo del nihilismo asumiendo como tendencia real la negación
de toda creencia o principio moral, religioso, político o social.
Los nihilistas sostienen
la imposibilidad del conocimiento, y en buena ilógica abogan por la abolición
de la filosofía en los templos del desconocimiento universitario
español. Sin conocimiento difícilmente puede valorarse nada. Mucho menos justificar
algo. Como mucho se puede aspirar a la construcción de arquitecturas «lego» (el
famoso juguete bric de construcción) a base de piezas estándar ya pre–definidas
por los medios de comunicación y expertos en nómina.
¡Eppur si muove!
Sin embargo hay preguntas
cuyas respuestas estándar tan sólo revelan las profundas lagunas del misterioso
puzzle que componen. Por ejemplo; ¿Cómo es posible el alto índice de desempleo,
precariedad y pobreza en España, bajo un régimen político
democrático? ¿Es que los empleados “activos” en España toleran plácidamente la
inactividad de los desempleados porque son innecesarios y superfluos en el
conjunto social? ¡Eppur si muove! (y sin embargo se mueve)
como ya abjuró Galileo ante el Santo Oficio allá por 1616.
El miedo compartido
¿Qué es una sociedad
neoliberal? Es otra pregunta paradójica en pleno siglo XXI toda vez que resulta
misterioso que sea el miedo compartido el único valor capaz de concitar la gran
manifestación de Barcelona y no exista en España ningún otro valor social que
indique con claridad la existencia de ningún otro factor que de sentido
positivo a la cohesión social. El modelo era la «sociedad–NAVE»
Para los antiguos
griegos la cohesión social era el fundamento constitutivo de la ciudad, y su
modelo se correspondía con la experiencia de la nave marina donde la ciudadanía
se articula como en un barco remando cada uno dentro del todo social. La
sociedad es un barco donde todos cumplen una función.
Con el Imperio Romano el
barco encalló y se hundió en la noche de los tiempos surgiendo en su lugar el modelo
agrario de la propiedad privada y la sociedad jerarquizada. Modelo que tuvo su
mayor desarrollo con el Dios cristiano y la doctrina de la expiación de los
pecados para el logro de la vida eterna.
La jerarquización y el
divino orden
La jerarquización dio
lugar a la lógica taxonómica del Siglo XVII con la identificación precisa de 22
clases y 569 rangos ya en 1695. Clasificación que no se hace en función de
criterios cuantitativos de riqueza, sino en base a cuatro factores de
importancia decreciente; dignidad, poder, fortuna y consideración. (1) La
mayoría pobre quedaba excluida de este orden estamental de la sociedad.
Complementariamente el
Dios del orden cristiano justificaba el trabajo como un proceso individual de
expiación del pecado original común al género humano. Razón por la que la
Iglesia postuló fervientemente que el verdadero sentido del trabajo nunca
reside en el resultado, sino que el esfuerzo y la fatiga eran la pena terrenal
que el plan divino para la salvación había dispuesto para el acceso a la vida
del más allá.
Sin embargo parte de la
creciente burguesía cristiana tomó nota de la reforma protestante y fue
desplazando la valoración expiatoria del trabajo al valor positivo de sus
resultados, presentándolo como un factor constructivo del todo social que da
sentido a la vida individual.
La utopía del pleno
empleo
Bajo esta fórmula
liviana fueron emergiendo trazas de la vieja idea griega de la «ciudad–NAVE» gobernada
por un lazo armónico de integración ciudadana y que en el siglo XX asumió la
figura política del «Pleno Empleo» en la utopía de la sociedad
ocupada.
Con la creación de la
nación, el territorio patrio se convirtió en una especie de “Parque
Natural” de especies más o menos protegidas con privilegio de los
humanos que bien producían riquezas sufriendo fatigas en las entrañas de una
mina de carbón, bien las administraban desde tediosas oficinas, o bien se
dedicaban a variadas ocupaciones regulares bajo una postura moral de deber
cumplido.
Fue dentro de este
contexto laico que el plan divino de salvación cedió paso al principio de la
ocupación productiva como fundamento de las políticas de progreso y desarrollo
civilizatorio.
La revolución burguesa
pasó del mercantilismo del siglo XVII al milagro industrial del siglo XVIII y
ya en el siglo XIX inventó el motor de la sociedad ocupada bajo el concepto
político de la utilidad de las clases.
La sociedad motor de
utilidades
Muy distantes ya de los
griegos del siglo V antes de Cristo y de su «sociedad–NAVE», Occidente
evolucionó de la sociedad jerarquizada –amante de identidades y propiedades–,
para desembocar en pleno siglo XX en la «sociedad–MOTOR» de
utilidades, y amante de productividades y concentración de rentas.
Paralelamente pasamos de
la idea de trabajo como vía crucis terrenal, inherente al destino de cada
persona, a la idea de «servicio corporativo» desvinculado de
la vida individual del ciudadano, y de la sociedad como conjunto.
El tránsito entre
el «vía crucis» y «la corporación» no ha sido
directo sino que desemboca tras un largo camino pedregoso donde el concepto
de «trabajo» como esfuerzo fue evolucionando al concepto de «ocupación» como
dedicación.
Sin tener en cuenta las
desviaciones propias de la creatividad y picaresca humana, y factores tales
como las oscilaciones demográficas, los conflictos armados, etc. podemos ver
grosso modo que en los territorios de la fatiga se tendía a valorar «la
fuerza», mientras que en los frondosos valles de la “ocupación” la
tendencia gira en torno a la valoración del tiempo y el “conocimiento” –versión
láica del estatus y la dignidad–, además de la productividad.
Ocupación, desocupación
y el Digital Workplace
En la actualidad
la «ocupación» es un concepto en crisis por el continuo
aumento de su valor complementario –«la desocupación»–, debido al
desarrollo tecnológico y a su fuerte amenaza de automatización de los procesos
corporativos de producción y administración, de tal forma que al “estado
mínimo” neoliberal hay que sumar ahora la «corporación mínima» con
lo que se denomina «Digital Workplace». Un centro de trabajo sin
localización física que va ya en el bolsillo del «ocupado», acompañado
de su sombra corporativa; «Cloud Computing» y «Big
Data».
Desde una perspectiva
histórica el primer cuarto del siglo XXI está revelando dos procesos
aparentemente contradictorios, con ciertos trazos paralelos. De un lado Thomas
Piketty denunció en su comentado libro «El Capital del Siglo
XXI» la enorme concentración del capital. Concentración que viene a
confirmar toda la literatura de los keynesianos, encabezados por el premio
Nobel Joseph E. Stiglitz (2), que en los últimos diez años
vienen constatando un perverso incremento de los niveles de desigualdad tanto a
nivel global, como nacional.
El empleo inestable
Por otro lado los
niveles de precariedad laboral y el desempleo están adquiriendo mayor
relevancia que los niveles de empleo claramente percibidos como inestables en
un entorno de desarrollo fuertemente cuestionado.
Una reciente noticia
publicada el 30 de agosto 2017 en Público.es (3) cuestiona el propio concepto
de empleo ya que la noticia revela el llamativo dato oficial de los registros
del Instituto Nacional de Estadística (INE) por el se constata que más del 90%
de las nuevas empresas constituidas en España durante el periodo 2014 a 2017
son corporaciones sin trabajadores.
Fuente: INE http://www.ine.es/jaxiT3/Datos.htm?t=299
Más adelante la misma
noticia daba cuenta de una gran volatilidad en la categoría de los nuevos autónomos
ya que “no se están asentando”.
En este sentido adquiere
suma relevancia la iniciativa de la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), poniendo en marcha el pasado día 21 de agosto de la denominada Comisión
Mundial de alto nivel sobre el Futuro del Trabajo. (4)
Se trata –dice la nota
de prensa de la OIT–, de; “un órgano global que deberá emprender un examen
exhaustivo sobre el futuro del trabajo que proporcione una base analítica para
la implementación de la justicia social en el siglo XXI. La Comisión se
centrará específicamente en la relación entre el trabajo y la sociedad, el
desafío de crear empleos decentes para todos, la organización del trabajo y de
la producción, y la gobernanza del trabajo.”
Siendo importante la
iniciativa, tan sólo aborda las circunstancias del “trabajo”, dejando
en el trasfondo de la oscuridad el fenómeno de la “des–ocupación” y
la cuestión de su integración en el “todo social.” Un problema
que se multiplica considerablemente cuando se corre el velo y se integra a la
mujer como ciudadana de plenos –e iguales–, derechos en el conjunto
social–laboral.
El sujeto positivo y el sujeto pasivo
En la sociedad actual el
trabajo parece ser un medio de vida subjetivo. Es decir; del sujeto ocupado. El
sujeto positivo.
Por el contrario el
trabajo no puede explicarse ya ni como una expiación de los pecados, ni como
una aportación al conjunto social, ni siquiera como una ocupación, o
entretenimiento. Con el trabajo se paga impuestos, se adquieren productos y
servicios, y se determina el estatus y la dignidad social. Eso que en términos
jurídicos se denomina también como “derechos”.
Los desocupados –hombres
y mujeres– conforman el conjunto de sujetos pasivos cuya pertenencia al
conjunto social está en permanente zona de grises. Ni contribuyen a la
contabilidad nacional, ya que no pagan los impuestos que deberían, ni adquieren
productos y servicios debido a su pobreza, ni mantienen dignidad suficiente.
Son excluidos no sólo
por el sistema capitalista, sino también por las instituciones del Estado, y
también por sus vecinos «ocupados» con mejor fortuna.
La desigualdad y el choque de trenes
La
desigualdad es el terreno donde parece que se va a producir el choque de los
dos trenes que ya hemos descrito anteriormente; el tren del capital y el tren
de los excluidos.
Sin embargo hay también
otro escenario en el que aumenta la tensión de forma considerable ya que la
independencia de los Bancos Centrales es un artilugio que sólo ampara la
especulación sistémica de la banca.
La aparente resolución
de la crisis actual mediante la masiva creación de dinero por el BCE –la
denominada Expansión Cuantitativa–, para la compra de deuda pública y deuda
interbancaria ha provocado de hecho una grave situación contradictoria, toda
vez que dinero y deuda pública son ya tan inseparables que ha desaparecido la
base que justificaba la independencia de los Bancos Centrales.
Austericidio y harakiri.
El surgimiento de un nuevo orden.
Siendo esto una insólita
incongruencia técnica, la monumental paradoja puede descubrirse ya en el campo
político toda vez que el austericidio ha desembocado en un
autentico harakiri de las democracias de la Unión Europea con
el alumbramiento histórico de un nuevo sistema político híbrido entre una débil
democracia legislativa y un acusado cesarismo económico articulado por una
gobernanza jerarquizada de estructura piramidal y en cuya cúspide está el
Presidente del Banco Central Europeo y el nuevo orden senatorial de los
cónsules y pretores bancarios.
Sin embargo es en la
base de esta estructura piramidal de gobernanza jerarquizada donde afloran los
pies de barro de esta creación del Siglo XXI toda vez que la sociedad del
trabajo no puede vivir en un mundo de incertidumbre financiera, de carácter
improductivo, ocupación menguante y ciclos económicos especulativos.
En el caso español es
manifiesto que la riqueza se ha desplazado del sector productivo al sector
servicios, y el modelo de desarrollo que la derecha española parece proteger
–pues ni siquiera lo manifiesta explícitamente–, es la España de los camareros
en una sociedad de chiringuitos.
La decadencia de
Occidente y la emergencia de Asia oriental
Consecuentemente, en
Europa, nuestro concepto de sociedad, al igual que nuestro propio concepto de
ser humano, se encuentra en la crisis inversa del siglo XVIII donde la Iglesia
y el orden divino fue fuertemente cuestionado por la revolución burguesa.
En el siglo XXI es la
revolución burguesa europea la que muestra evidentes signos de agotamiento; sin
orden social, sin orden económico, y sin orden moral. Agotamiento que se
produce en el contexto de on un Occidente en clara decadencia y un Oriente
asiático en fuerte emergencia (5).
En el siglo
XVIII la ilustración fue un movimiento de preguntas que disolvían
los misterios del orden divino. En el siglo XXI la nueva “ilustración” ha
de plantearse con preguntas que disuelvan el orden burgués de un capitalismo
perdido.
Consecuentemente la
izquierda europea tiene que renovar profundamente su pensamiento emancipatorio
toda vez que durante el siglo XX la izquierda se ha fundado en los mismos
valores de base que la doctrina burguesa formuló en la Revolución Francesa y
luego manipuló y tergiversó ampliamente desde Napoleón a Trump (6).
©170831 PACO MUÑOZ
NOTAS:
(1).-
François BLUCHE, Jean-François SOLNON. La véritable hiérarchie sociale de
l'ancienne France : Le tarif de la première capitation (1695) Genève. Droz,
1983.
(2).-
JOSEPH E. STIGLITZ La Gran Brecha Ediciones Tauro, 2015
(5).-
MICHAEL SPENCE; La nueva potencia reguladora de la economía global, 29/08/17
(6).-
Francisco Muñoz; ¿Qué es la economía?
Karl
Marx y Wall Street. Fin del imaginario emancipatorio.
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