El gobierno español insiste en
que ya estamos superando la crisis mediante la exposición de datos estadísticos
que permiten justificar su afirmación.
En este sentido nuestro
cualificado gobierno de España se comporta con el mismo criterio científico que
los lectores de los contadores eléctricos de Endesa o Iberdrola, sólo que
ningún operario de calle de compañía eléctrica alguna en el mundo se le ocurre
proclamarse doctor en ciencias físicas por mucho contador eléctrico que difunda
en rueda de prensa.
Sólo nuestro buen gobierno se
proclama docto en economía contando parados, turistas, cocacolas y todo aquello
que sea indexable, dejando a los críticos en la difícil tarea de revisar los
contadores trucados de las instituciones que cuentan parados, turistas,
cocacolas, etc y refutar los datos, con nuevos datos.
El triunfo del dato frente al
caos de la opinión
Mientras tanto todo experto
catedrático sabe bien que quien a dato “mata”, con datos se inmortaliza ad
infinitum con una prensa que permanentemente delimita el universo
intelectual retwitteando datos y mostrando que más allá de los datos solo
existe el profundo abismo de la “opinión” caótica.
Fuera de este universo de
contabilidad estocástica, la situación económica española no es ningún caso
aislado de la situación general europea y occidental que muestra
claramente el agotamiento del modelo clásico del libre mercado autorregulado
basado en el desacoplamiento de la economía –como régimen de derecho privado–,
del bien común del conjunto social.
El fracaso
de las políticas de ajuste de los últimos años, con el superavit patológico de
Alemania y el sometimiento de Grecia al austericidio llevado a cabo por la
Unión Europea, muestran que el mito neoliberal de la economía autorregulada se
encuentra hoy en los pasillos de entrada a la morgue de la historia.
Son muchas
y profundas las grietas abiertas en el interior de la doctrina neoliberal. Sólo
nombraremos aquí dos de las más objetivas y evidentes. Por un lado tenemos la
ya clásica crítica de Thomas Piketty en su libro sobre “El Capital en el Siglo XXI”, donde Piketty muestra
cómo la nociva acumulación de capital destruye los viejos principios de la
meritocracia, haciendo involucionar el capitalismo hacia regímenes feudales
donde herencia y cuna vuelven a ser los vectores germinales del desarrollo
futuro.
Por otro
lado los famosos “papeles de Panamá”, la “lista Falciani”, la endémica corrupción española, etc,
evidencian claramente que la libre circulación de capitales es una libertad que
ejercen algunos con un costo enorme para todos los demás.
La abolición del desacoplamiento y el retorno a la economía social
En su gran
mayoría las críticas que se realizan al sistema de libre mercado autorregulado
plantean la necesidad de abolir el desacoplamiento entre economía y sociedad,
volviendo a incrustar la política económica dentro del conjunto de políticas
sociales que atienden al bien común del conjunto de la sociedad como bien
supremo que conforma el conglomerado integrado de todas sus redes sociales.
Conglomerado,
sin duda complejo, pero que en todo caso debe estar presidido por eficientes
mecanismos de contención y seguridad donde el principal bien social y jurídico
protegido sea el derecho a la coexistencia armónica –sin exclusión–, de todos
los miembros de la comunidad.
Se trata
de abolir los privilegios neoliberales de los activos de inversión y del
predominio de la Banca, con base a una política de Expansión Cuantitativa del
Banco Central Europeo auténticamente criminal con relación al austericidio y a
los propios fundamentos democráticos del Estado Democrático de Derecho.
El
soberanismo del pastor y sus ovejas; Poder; Territorio y Fauna humana.
La
sostenibilidad del conjunto social debe ser parte integrante y prioritaria del
programa económico de un país y no su consecuencia secundaria y desacoplada del
conjunto social. Sostenibilidad que pasa inexorablemente por el abandono de la
vieja idea del Imperio Romano de la ciudad –o Estado–, constituida como un
derecho patrimonial regida bajo el modelo del pastor y sus ovejas donde la
ciudadanía se considera como la fauna humana del territorio.
Se trata,
pues, de articular un “renovado” debate
social muy alejado de la vieja dicotomía política de los siglos XIX y XX fijada
sobre el eje “Izquierda–Derecha”.
Un debate
cara al siglo XXI donde necesariamente ha de plantearse la eficacia futura de
un sistema económico sostenible tanto desde la perspectiva social como
medioambiental. El territorio ya no es la parcela del soberano, sino el planeta
de todos. Primer gran descubrimiento de la globalización neoliberal, que
sustituye al descubrimiento colombino español de la globalización como campo de
colonización.
Consecuentemente
se trata de plantear un cambio radical de paradigma sociopolítico de la talla
del Renacimiento del siglo XVI y el movimiento de la ilustración del siglo
XVIII. Un cambio de paradigma que integre la amenaza tecnológica centrándola en
el bien colectivo y que retorne a una economía productiva sostenible y
beneficiosa para la organización social alejando las aberraciones de la
economía financiera y especulativa basada en el enriquecimiento privado como
fin en sí mismo y no como medio para fines colectivos más fundamentales.
El comercio en el imperio del valor de cambio
La
reciente historia del siglo XXI nos dice que con la crisis asistimos también a
la última oleada de mercantilización –propiciada por la contrarreforma
neoliberal iniciada a finales de los setenta del siglo XX en la época de
Reagan–Thatcher–, la que propició el marco adecuado para el divorcio entre
economía y sociedad facilitando la evolución del capitalismo desde la economía
productiva hacia el nuevo paradigma de una economía financiera altamente
lucrativa. Justo el cambio del ancestral epicentro del sistema desde el
concepto del “valor de uso” al concepto del “valor de cambio”.
El
desacoplamiento –e independencia–, de la política económica del conjunto de
políticas sometidas al régimen de control democrático se culminó con la
autonomía de los Bancos Centrales y la eliminación de los controles estatales
de los mercados financieros y de los mercados monetarios, permitiéndose
asimismo aumentar la movilidad del capital que quedó definitivamente
desarraigado de su entorno social.
Desde entonces, las oportunidades más rentables de inversión se
encuentran en esos mercados financieros que empezaron a desarrollarse
tímidamente a finales de los setenta y principios de los ochenta y que
posteriormente empezarían a eclosionar en los noventa.
Sin
embargo el detalle esencial de esta nueva configuración de la economía es que cuando el
exceso de producción se vende en los mercados mundiales a bajos precios, el
comercio de mercancías se queda en el limbo de un valor de uso ampliamente
despreciado por los llamados tiburones financieros. Es decir; la mercancía se
está desvaneciendo en la práctica económica del siglo XXI post crisis con
el resurgimiento del proteccionismo y una sobre-explotación inhumana en países
como India, Pakistan, Vietnam, Sri Lanka, etc, dónde el costo laboral se acerca
temerariamente a cero (esclavitud).
Deuda y crisis; la cicuta del estado neoliberal
Así pues,
en occidente, todos hemos visto cómo el endeudamiento ha venido formando parte
de la estrategia de acumulación del capitalismo, a través de lo que se ha
llamado “keynesianismo de precios de activos” (Brenner
2003) 2*. Un capitalismo según el cual “al suprimir el salario como
fuente de demanda –principal pivote de la contrarrevolución neoliberal–, el
problema de la demanda fue soslayado [mediante] mecanismos financieros ligados
a la facilidad del endeudamiento privado [que] permitieron elevar la demanda de
bienes de consumo y, a modo de bucle, la adquisición de nuevos productos
financieros –el caso de las hipotecas sería paradigmático”(López y
Rodríguez, 2010: 97, 109) 4*.
Sin
embargo, el éxito de la solución financiera consiste no tanto en las enormes
tasas de rentabilidad que ofrecía sino, sobre todo, en su capacidad para
neutralizar el poder del Estado (un poder de anclaje claramente de soberanismo
territorial), neutralizando al mismo tiempo el poder organizado de los
trabajadores (un poder de íntima interrelación con la economía local de la
sociedad).
Consecuentemente,
la base de la rentabilidad que ofrecía el nuevo paradigma financiero no se
encontraba en una mejora de la productividad; o en una mejora de la eficiencia
organizativa y tecnológica; o en una mejora de la competitividad, sino en un
aumento de la capacidad para especular con el valor de los activos financieros
en todas las áreas económicas. Algo que fue posible gracias a la
descapitalización de los dos poderes más estrechamente conectados con la
sociedad.
Por un
lado, el poder del Estado se descapitalizó por vía de la disminución de la
recaudación fiscal (bajada de impuestos, incremento de la evasión fiscal, etc)
y, por otro, el poder adquisitivo de los trabajadores se descapitalizó por la
vía de la disminución de la masa salarial, interviniendo tanto sobre la vía del
salario directo, como sobre la del salario indirecto (prestaciones sociales) y
sobre la vía del salario diferido (pensiones).
Paralelamente,
la retirada del Estado de la vida económica –en exacerbada defensa de la
libertad de los mercados autorregulados–, ha erosionado también otras formas de
propiedad (colectiva, estatal) y de gestión de las actividades económicas
(redistribución, intercambios no mercantiles, etc.), y ha reforzado la
propiedad privada como forma de propiedad exclusiva, revitalizando el
intercambio mercantil como el único modo de intercambio.
Los
ejemplos de Rusia y Venezuela
En
relación al papel que juega en el terreno político el binomio
“fiscalidad–deuda” a la hora de sostener cualquier modelo de Estado a largo
plazo (sostenibilidad), sólo hay que analizar la diferencia entre Rusia y
Venezuela. Así mientras que Rusia, Turquía, Hungria, etc, acumulan un superavit
presupuestario constante, presentando un perfil bajo de deuda pública, además
de acumular importantes cantidades de moneda extranjera, al igual que China,
Venezuela confronta una crisis política y económica de consecuencias
catastróficas derivada de una política de gasto generoso basada en sus ingresos
por venta del petróleo venezolano.
En el polo
opuesto Rusia ha desarrollado una política macroeconómica prudente claramente
inspirada en el denominado “consenso de Washington” de política neoliberal
económica de bajo perfil y mercados relativamente abiertos.
Venezuela,
por el contrario sextuplicó su deuda externa sobre la base de los precios altos
del petróleo, y según datos del Fondo Monetario Internacional, el PIB de
Venezuela se encuentra en 2017 un 35% más bajo de los niveles de 2013, llegando
a una caída del 40% en términos per capita. Venezuela es hoy el país más
endeudado del mundo.
Estos ejemplos apoyan la tesis de que tan pernicioso es una economía centralizada en manos de políticos como la doctrina neoliberal del libre mercado, toda vez que ambas pueden conducir a un itinerario de aceleración de riesgos, y profundización de desequilibrios, donde la deuda es la cicuta de todo sistema imprudente, sea de “izquierdas”, o de “derechas”.
Fin de los
ideales emancipatorios de la igualdad, la justicia y la solidaridad.
Consecuentemente
la financiarización, no regulada, de la economía supone la expulsión –o
cuanto menos la erosión–, de criterios como la igualdad, justicia y solidaridad
de la gestión de la vida económica, lo que no sólo acentúa la dinámica de
polarización social, sino que dinamita los principios ancestrales que rigen el
nacimiento y fundamento de la Economía Social.
En
paralelo al creciente predominio del sector financiero –y de la consecuente
economía especulativa–, sobre los Estados y sobre el conjunto de la economía
productiva y del consumo, hay que prestar minuciosa atención a la multitud de
reformas legislativas en materia laboral, financiera y monetaria que
continuamente se están actualizando en numerosos países (ahora con Macron en
Francia, antes Rajoy en España, etc.), encaminadas a promocionar políticas
anti-inflacionistas revestidas siempre con el carácter “salvador” del tratamiento de choque contra los
males endémicos de la crisis de una economía claramente moribunda.
Nótese en
este punto que la doctrina anti–inflacionista, de corte neoliberal, lleva
siempre aparejada una importante erosión de lo público a favor de lo privado
por cuanto continuamente establece políticas de control del gasto público,
reducción de impuestos y sustitución de los servicios públicos a favor de la
iniciativa privada (privatización).
En todo
caso se trata de políticas ampliamente impulsadas por las élites económicas y
financieras, para quienes el control de la inflación representa el control del
valor de su patrimonio y de la rentabilidad de sus inversiones. Una estrategia
que favorece a todos aquellos acreedores de activos financieros en la medida en
que éstos tienden a no devaluarse.
En este
sentido los continuos llamamientos a la moderación salarial forman también
parte de las diversas estrategias de control de la inflación. Salarios que el
gobierno de España quiere elevar ahora moderadamente para impulsar el comercio
y la sensación política de un gobierno “competente”.
La
serpiente de la corrupción en los jardines de la Moncloa
Sin
embargo la situación de deterioro descrita anteriormente está manifestando una
importante tensión entre la estructura administrativa del Estado español y la
estructura política gobernante que alcanza su máximo grado en el Ministerio de
Hacienda dentro de los territorios minados de la lucha contra la corrupción y
de la lucha contra la evasión fiscal.
Consecuentemente
los poderes del Estado no evidencian todavía la relación que existe entre la
Economía y la Sociedad, ni la forma en que los sistemas económicos, o reformas
–sean éstas para combatir la crisis con políticas de austeridad, o anti-inflacionistas–,
afectan la manera en que los individuos se relacionan entre si en sociedades
con altos niveles de desempleo y desigualdad.
En este
panorama emerge la corrupción, no como anomalía moral, sino como característica
esencial del sistema económico neoliberal que premia los emprendedores privados
sobre los valores de la solidaridad colectiva. Un corrupto no es más que un
emprendedor de contabilidad B, y consecuentemente no constituye amenaza al
sistema económico neoliberal, sino su impulso.
El precariado y la economía disfuncional
En los
jardines del paraiso neoliberal florece también los estudiosos de la economía
actual que cada vez más convergen sobre la consideración de que los
desempleados no conforman un grupo excluido del sistema económico, sino que
representan una economía disfuncional, por cuanto las teorías de la eficiencia
salarial –las internas y externas, junto con una multitud de otras teorías–,
explican de forma contundente por qué los mercados laborales no operan como
sugieren los partidarios de los mercados autorregulados.
Ya nadie
duda de la impostura de la vieja “Ley de Say”, por la
que los altos niveles de desempleo (alta oferta de trabajadores desempleados)
debería crear su propia demanda, al menos, por incentivación de los capitalistas
que prosperan gracias a los salarios bajos; el precariado.
Mucho
menos sustento histórico tiene la falacia que difunden las doctrinas populistas
neoliberales sobre la “economía del goteo”,
según las cuales todos –principalmente los pobres– se benefician del
crecimiento económico del uno por ciento que acumula mayor riqueza en la
sociedad.
Los
fundamentos de la economía social como alternativa al neoliberalismo
financiero.
Veinte
años atrás, Enzo Mingione publicó una importante obra con el título Las Sociedades Fragmentadas (1994) 5* que
utilizando los conceptos de factores asociativos de regulación y factores de
reciprocidad, realiza una original lectura de las nuevas dinámicas de
desarrollo socioeconómico.
Desde su
perspectiva, el neoliberalismo erosiona efectivamente los factores reguladores
asociativos al debilitar el Estado Social y al promover cambios productivos que
reorganizan las grandes estructuras industriales (externalización,
deslocalización, subcontratación, etc.), fragilizando a su vez el modelo de
regulación laboral basado en acuerdos de contrapartidas entre empresarios y
sindicatos.
En este
contexto de declive de las regulaciones asociativas y de agudización de las
tensiones del mercado, cobran una novedosa centralidad los factores de
regulación basados en la reciprocidad como lo evidencia el crecimiento
sintomático de la economía informal, del autoabastecimiento, de la Economía
Social, y de los negocios familiares, etc.
Es también
en este contexto donde adquiere especial relevancia el concepto de Capital
Social como clave de interconexión entre Economía y Sociedad.
Muchos
especialistas tanto en Estados Unidos, Asia y Europa están analizando hoy en
día la salida de la crisis neoliberal mediante la reincrustación de la economía
dentro del entramado social como dos conjuntos interdependientes que se aportan
mutuamente importantes sinergias entre sí.
Burawoy
(Burawoy, 2003) 3* postula el término “sociedad” como
la antítesis del mercado libre. Otro es la idea de que el motor de la historia
no es el poder de producción sino la cultura, en el sentido más amplio de las
costumbres morales moldeadas por las instituciones sociales y políticas
(Bachofen, 2011)1*.
Una
“sociedad orgánica” se desarrolla a través de la coherencia y la cooperación
entre las partes que la conforman (Williams, 1958)6*. Standing G. (El
Precariado, 2013) 7* considera al precariado como un conjunto de individuos
– “libres”de iure más que de facto–, con status laboral
inseguro, vulnerable… Standing describe a los jóvenes del 15 M español como
brotes de indignación que pueden cuajar en empoderamiento, en conciencia y
organización creciente, continuada, capaz de dificultar la gran fiesta mercantil
de acumulación de riqueza de quienes ya son muy ricos.
Lo
fundamental de todo este debate es que el mito neoliberal de la economía de
libre mercado como actividad aislada del contexto social está hoy virtualmente
muerto. Tanto la economía financiera, como la economía productiva necesitan
incrustarse en el conjunto social como aportaciones que suman al Capital Social
de la comunidad.
Marginalidad
y represión de la economía social
El
principio de soberanía es la principal idea fuerza nuclear que rige nuestra
cultura y pensamiento tanto en los ambitos del derecho como de la economía
priorizando el concepto de propiedad privada. Sin embargo el soberano no es
ningún principio de la naturaleza humana, sino una ideología que justifica el
ejercicio del poder devaluando, cuando no rechazando como negativo todos los
fenómenos generales o colectivos de cooperación o solidaridad.
Desde los
años 70 del siglo pasado se impuso el discurso de las bondades de la gestión
privada de lo público frente al fracaso natural de toda gestión pública de los
servicios del Estado. Frente al cooperativismo emergió con fuerza la figura
mesiánica del emprendedor, y los servicios del Estado –el principal gigante
colectivo de la sociedad–, se convirtió en el enemigo número uno a
combatir por la doctrina neoliberal emergente.
Privatizaciones
y austericidios son posibles porque el Derecho del siglo XX empezó a priorizar
el derecho privado frente al derecho público que desde entonces se viene
reduciendo a mínimos en función del desarrollo legislativo del mito de “El
Gran Hombre”y la eficacia del líder carismático.
Tan sólo
hay que revisar a fondo toda la normativa sobre Cooperativas y Sociedades
Anónimas Laborales para ver la autentica marginalidad de la Economía Social
concebida como último recurso de beneficencia jurídica frente a la
espectacular protección que el Derecho proporciona a los tiburones financieros
y a los grandes inversores de éxito.
Con solo
equilibrar mínimamente la normativa jurídica actualmente vigente la economía
social mostraría de inmediato su fuerza natural, toda vez que su represión no
proviene de su supuesta incapacidad económica sino de su impuesta “camisa
de fuerza” jurídica.
© 170803 Paco Muñoz
Bibliografía Citada:
1º.- BACHOFEN, Blaise. 2011. “Why Rousseau Mistrusts Revolutions: Rousseau’s Paradoxical Conservatism”. Pp. 17-30 en Rousseau and Revolution, editado por H. Lauritsen y M. Thorup. London: Continuum.
2º.- BRENNER, C. (2003): “Labour Flexibility and Regional Development: The Role of Labour Market Intermediaries”. Regional Studies, 37(6/7), pp. 621-633.
3º.- BURAWOY, Michael. 2003. “For a Sociological Marxism: The Complementary Convergence of Antonio Gramsci and Karl Polanyi” Politics & Society, 31 (2): 193-261.
4º.- LÓPEZ HERNÁNDEZ, I. y RODRÍGUEZ LÓPEZ, E. (2010): Fin de ciclo: financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (1959-2010). Madrid, Traficantes de Sueños.
5º.- MINGIONE, E. (1994): Las sociedades fragmentadas una sociología de la vida económica más allá del paradigma del mercado. Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
6º.- WILLIAMS, Raymond. 1958. Culture and Society, 1780-1850. London: Chatto & Windus.
7º.- STANDING, G. (2013). El Precariado. Una Nueva Clase Social. Barcelona, Ed. Pasado&Presente
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