El binomio Trabajo–Capital cumple 150 años de contradicción
permanente tras la primera edición en 1867 de El Capital de Karl Marx. Mucha agua ha pasado desde entonces debajo
de ese puente; muchas esperanzas, mucho sufrimiento, en ese torrente
revolucionario en busca de una sociedad mas justa y equitativa. Sin embargo la
otrora torrentera de temores y esperanzas no es hoy más que un riachuelo de
biblioteca en ausencia total de un imaginario emancipatorio. El capitalismo no
solo ha sobrevivido al sueño comunista, sino que ha impuesto en todo el planeta
un cambio climático dominado por la lógica del neoliberalismo; una variante
antisocial de capitalismo de alta intensidad.
Durante estos 150 años, se cursaron dos guerras mundiales (1914
y 1939), un sinfín de conflictos armados regionales y se han padecido más de 33
crisis en el motor económico de occidente; los Estados Unidos. Sin embargo el
hecho nuclear ocurrió en Bretton Woods (1944), cuando «el dinero» cambió su naturaleza abandonando el oro. Pero no fue hasta
la segunda mitad del siglo XX que la sustancia de la política económica
evolucionó desde la economía productiva clásica hasta la economía financiera
actual, desplazando el consenso social desde la lógica del valor de uso a la
nueva lógica del valor de cambio.
La clave del sistema de
socialización del valor
Pero
si entendemos el sistema de socialización del valor como el consenso social sobre
qué es lo que tiene valor, y su cuantificación, entonces observaremos que el
marxismo tan sólo se ha ocupado en todo este tiempo del reparto de las
ganancias del capitalista inversor buscando la equidad de la cuantificación de
la oferta a pie de producción –el denominado precio justo–, como factor
regulador del mercado.
Como
resultado de esta fijación doctrinal tenemos hoy el balance de que durante 15
décadas el movimiento obrero ha focalizado preferentemente su campo de atención
en el plano de la producción –en el conflicto capital–trabajo–, sin atender al
metabolismo social que genera el valor de cambio que se define en el mercado
del lado de la distribución y la demanda.
Sin
embargo, un examen más profundo de todo ese tiempo revela que no es la lucha de
clases la que regula el devenir social como resultado de la tensión entre
capital y trabajo. Muy al contrario la propia evolución histórica desde la
economía productiva a la economía financiera señala que el verdadero y único
motor de la sociedad capitalista se encuentra en el metabolismo social que fija
en cada momento la valorización efectiva del valor de cambio, considerado éste
no en términos marxistas de «valorización
del valor» o «capital», sino como
expresión cuantitativa del consenso básico de mercado. Consenso que construye,
a su vez, el sentido y significado de todos los objetos sociales.
Se
trata de un consenso fáctico –de base real, no doctrinal–, que se enmarca
dentro de la cultura consuetudinaria de cada momento histórico. Curiosamente
los teóricos del capitalismo lo definen como “libertad de mercado”, sin embargo esta supuesta “libertad” resulta cada vez tanto más
compleja y dirigida como menos libre. Se trata de una falacia política para
ocultar la auténtica relación de poder que subyace en la doctrina mercantil.
El metabolismo social y los
tres errores del marxismo ortodoxo.
Esta
es la razón por la que califico el proceso central del capitalismo –el consenso
de los mercados–, como «metabolismo
social» toda vez que su fundamento revela complejas relaciones de poder que
se verifican en el puro acto mercantil. Metabolismo social que no debe
confundirse con el concepto marxista de “relaciones
sociales de reproducción”, toda vez que estas relaciones sociales descansan
sobre la idea de Capital desde la perspectiva kantiana de su valor absoluto en
sí mismo. Lo que en tiempos anteriores a Bretton Woods se consideraba como su
sustancia en oro.
A
mi modo de ver, el primer gran error del análisis marxista consiste, pues, en
moverse dentro del arcaico paradigma monetario del patrón oro, ignorando que “El Capital” es la primera gran ficción
del metabolismo social. La refutación más contundente de la teoría del valor de
“El Capital” de los marxistas ortodoxos
son las cantidades ingentes de dinero que los Bancos Centrales vuelcan hoy sobre
el sistema económico bajo el eufemístico nombre de “Expansión Cuantitativa” consistente en imprimir billetes a
destajo.
Sin
adentrarnos en la Teoría Monetaria Moderna, queda claro que el dinero no posee valor
en sí mismo, solo tiene valor social de cambio. Y uno de los reguladores de ese
metabolismo social es, sin duda, la política fiscal.
El
segundo gran error del análisis marxista es que reduce la “comunidad social” a
las clases de “El Capital” y de “El Trabajo” como sistemas
aislados en permanente conflicto de intereses contrapuestos. Lucha, además, de
suma cero, es decir; que lo que pierde uno lo gana el otro. Lo que, a su vez,
define la idea de “explotación”.
El
profundo error de cálculo que arroja el balance de 150 años de historia del
marxismo deviene visiblemente apreciable en la contradicción de la institución
sindical. El ejemplo español muestra que las instituciones sindicales dejan
fuera de su acción a enormes grupos de población excluida del sistema
productivo. Es decir; la actividad sindical tradicional se limita a los
contornos cerrados de los centros de trabajo, dejando extramuros al resto de la
sociedad exterior.
Consecuentemente
el desavenido matrimonio sindicatos–patronal no es más que un factor de
consolidación de la doctrina capitalista donde el llamado “movimiento obrero” juega un papel de aseguramiento, y
normalización, del propio sistema productivo capitalista. Actividad sindical que
en su mayor parte oscila entre el reformismo adaptativo y el utopismo
amedrentador.
El
tercer error se percibe fuera del mundo obrero donde vemos hoy cómo los
agricultores reclaman que su kilogramo de tomates vendidos en origen a 0,61€,
el mercado lo vende a 1,49€. Un precio que el agricultor percibe como injusto
entendiendo que el precio ha de ir siempre acompasado a los valores de
producción, no especulado en base a los valores de cambio.
Evidentemente
en mercados abastecidos en condiciones normales este kilogramo de tomates
tienen un valor de cambio mínimo con lo que nuestro agricultor-productor entiende
que el precio de 0,61€ responde al valor de producción de ese kilogramos de
tomate , mientras que el marginal de 0,88€ responde a un valor de distribución
y plusvalía 1,27 veces superior al de producción. Consecuentemente el
agricultor percibe claramente que el consumidor paga más por la distribución y plusvalía
del vendedor de su producto que por el producto mismo.
No
es, pues, la producción aquello que caracteriza la esencia metabólica del
mercado sino la demanda. La supuesta comodidad del consumidor justifica los
nuevos métodos del sector de la alimentación donde tan sólo 5 grandes
distribuidores –Mercadona, Eroski, Carrefour, Auchan y Día–, controlan más del
72% de la distribución minorista según datos oficiales. La merma del pequeño
ultramarino de cercanía la da el dato de que en España había censadas en 1998
95.000 tiendas de este tipo, contra las 25.000 del año 2004.
Queda,
pues, claro que el binomio eficiente del mercado no es Agricultor–Consumidor. Mucho
menos cuando se constata que el agricultor desapareció físicamente de los
mercados con el desarrollísmo comercial quedando el testimonio de su presencia
arrinconado en los pocos mercadillos populares que todavía subsisten.
El
«supermercado» es el escenario más
claro donde se desarrolla el encuentro entre la oferta y la demanda, pero lo
hace ya sobre la tesis del «valor de
cambio», no sobre la vieja concepción marxista del «valor de uso». El rastro histórico de ese valor de origen puede
todavía verse en los mercadillos, toda vez que allí el tomate carece de valor
de cambio porque los agricultores compiten entre sí y contra el «supermercado».
Tan
sólo hay que mirar las manos del agricultor del mercadillo y observar que su
posición no mejora con el tiempo, para comprender que sus precios apenas pueden
llevar plusvalía alguna. Sin embargo no observamos lo mismo con el dueño del «supermercado» que cada ejercicio mejora
su cuenta de resultados alcanzando beneficios astronómicos y copando todos los
honores del sistema.
Si
cambiamos tomates por camisetas, el ejemplo más claro del éxito del «valor de
cambio» lo tenemos en el sector textil con Inditex y uno de los hombres más
ricos del mundo; el gran patrón Amancio Ortega. Aquí una camiseta de 29,50€ de
precio de venta al público, sólo 1,47€ (5%) responde a los costos de producción
y trabajo.
El capital y la deuda. Las tres
rutas de la revolución neoliberal.
El
mismo proceso sucede en la economía en general donde el equivalente al «supermercado» es el servicio de
intermediación financiera (los bancos). Su desarrollo histórico se fundamenta
en la constante caída de beneficios de la economía productiva, en gran parte
modulada por el crecimiento del Estado del Bienestar.
Es
a partir de la década de los años 70 del siglo pasado cuando la economía
neoliberal empieza a ejercer su poder de cambio revolucionario a través de tres
hojas de ruta fundamentales.
La
primera hoja de ruta consiste en el impulso tecnológico tendente a la mejora de
la productividad con el objetivo de alcanzar el coste marginal cero como
elemento de maximización de beneficios.
El
segundo itinerario consiste en la financiarización del Bienestar Social como
instrumento de contención de las reivindicaciones salariales apuntalando con
créditos la accesibilidad del ciudadano a la sociedad de consumo.
El
tercer objetivo versa sobre la globalización basada en el libre movimiento de
capitales y mercancías al objeto de trasladar las producciones intensivas en
trabajo desde los países desarrollados a los países de bajos derechos sociales
y mínimos costos laborales.
Consecuencia
de estas tres rutas marcadas sobre la fuerte financiarización de la Sociedad
del Bienestar de los países desarrollados, la deuda desplazó a los salarios
posibilitando la gran crisis de 2008. Momento en el que se evidenció que la
economía neoliberal había transformado la Sociedad del Bienestar, de forma
irreversible, en la sociedad endeudada a través de la burbuja crediticia.
La inhibición fiscal y la
creación del Estado Mínimo
En
términos de política económica resulta fácil observar que si la política fiscal
no modula –ni controla–, el valor de cambio, la banca multiplicará ese valor de
cambio mediante un endeudamiento financiado con la expectativa del crecimiento
continuo de ese mismo valor de cambio (el procedimiento hipotecario). Un
mecanismo financiero que no es novedoso, sino que es bien conocido en historia económica
de occidente bajo la etiqueta de “burbuja económica.”
El
austericidio no es más que el sudario que envuelve el cadáver del Estado del
Bienestar implantando la lógica del «Estado
Mínimo» tan debatida en la década de los años 80 del siglo pasado.
Curiosamente
el capitalismo no se define hoy como un sistema estable, ni siquiera
sostenible. El mismo Thomas Piketty puso recientemente sobre la mesa la propia
insostenibilidad de El Capital del Siglo XXI cuando en su libro del mismo
nombre mostró la concentración extrema a la que está llegando la dinámica
capitalista actual.
Es
obvio que las circunstancias han cambiado drásticamente. El mundo de hoy apenas
tiene conexión con el mundo de hace 150 años y es notorio la falta de ideas y
diagnósticos adecuados a la situación de inflexión y crisis profunda en que nos
encontramos. El imaginario emancipatorio ha desaparecido por completo del
debate social.
La desigualdad como frontera
divisoria entre “nosotros” y “ellos”
No
cabe duda de que la economía neoliberal ha dinamitado la división política
tradicional entre izquierda y derecha. Asimismo es obvio que la mayoría de los
“expertos economistas” venden colonias caducadas; rancias y corrosivas. En este
contexto los parlamentos de todo occidente se han convertido en parvularios de
políticos encantados de conocerse a sí mismos y que legislan continuamente para
el levantamiento de una frontera capaz de separar al ciudadano neoliberal
correcto del incorrecto; al “nosotros” del “ellos”.
Mientras
tanto algunos ciudadanos vanguardistas empiezan a alinearse en torno a dos
frentes antagónicos: De un lado tenemos aquellos que quieren limitar los
procesos de concentración extrema de riqueza y buscan formas de crecimiento
sostenibles tanto desde la perspectiva social como medioambiental. De otro lado
tenemos aquellos que quieren acabar con la globalización y los imperios
económicos de los grandes acaparadores de capital, cerrando mercados y
sociedades abiertas volviendo a un criterio de soberanismo nacionalista que
encierre las riquezas dentro de sus propias fronteras en provecho de la
oligarquía local.
El
problema es que la economía muestra una tendencia de tasas de crecimiento
decrecientes cada vez menos vigorosas aunque enmascaradas con una expansión del
crédito artificial combinada ahora con un rescate bancario gigantesco y una
astronómica política monetaria de expansión cuantitativa de los Bancos
Centrales.
La droga de papel y el lenguaje
mínimo en una sociedad sin imaginario emancipatorio.
Consecuentemente
la economía está fuertemente dopada con dinero de papel. Y por si no bastara,
un reciente
informe del Banco de Pagos Internacionales apunta que el exceso de
endeudamiento sigue afectando negativamente al consumo y a la inversión
señalando la persistencia de lo que denomina como una triada de riesgos: “crecimiento de la productividad
inusualmente bajo, niveles de deuda inusualmente altos y margen de maniobra de
la política económica inusualmente estrecho.”
Los
medios de comunicación y las redes sociales reducen el lenguaje a mínimos
históricos. El pensamiento y la reflexión se reducen al modelo del “retwitteo” de los esquemas básicos del
imaginario social suministrados por el mundo industrializado del periodismo, el
cine, la literatura, la música y los videojuegos. Mensajes que inundan la vida
social con un sinfín de distopias que se
multiplican incesantemente reforzando la idea de un futuro lleno de amenazas e
incertidumbre cuyo efecto inmediato es abocar a los ciudadanos a la lógica del
pragmatismo sumiso y adaptativo por cuanto lo mejor es aceptar la realidad
actual.
Cuanto
más tardemos en enterrar con todos sus honores al marxismo, más dificultades
tendremos de generar el necesario imaginario emancipatorio para la realidad del
siglo XXI.
©1707241151
PACO MUÑOZ
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