La Calle de Córdoba XXI

viernes, 21 de julio de 2017

La vivienda: El talón de Aquiles de la política neoliberal


Un reciente trabajo sobre la accesibilidad de la vivienda publicado en Nueva Zelanda bajo el título: Demographia International Housing Affordability Surveypone de manifiesto el profundo protagonismo de la municipalidad en el conglomerado político neoliberal.

El informe, de carácter anual, viene a recoger la evolución de los precios de la vivienda en relación a los ingresos familiares medios de ciertas ciudades en el mundo. A esta relación precio/ingresos le llaman índice de accesibilidad y con este dato analizan las tendencias  demográficas más características que se registran en el mapa urbano.

Sus datos revelan la fuerte polarización del suelo urbano en términos de accesibilidad a la vivienda con el consecuente afloramiento de una desigualdad urbana estructural y geográfica organizada en términos de ingresos económicos familiares y la especulación de los precios de la vivienda.

Lo interesante de este estudio es que relaciona la desigualdad económica con el valor de cambio (especulación inmobiliaria) de un bien –la vivienda– que es la pieza fundamental de la convivencia ciudadana en pueblos y ciudades. Desigualdad económica que fundamenta la desigualdad urbana impulsando un nuevo modelo de vecindad que transforma profundamente el carácter de comunidad social transversal clásico de los núcleos urbanos.

Esta transformación de la convivencia se produce en su mayor parte gracias a la intermediación bancaria que cambia el tradicional valor de uso de la vivienda en valor de cambio impulsando la especulación inmobiliaria y la reordenación urbanística de la ciudad en torno a un concepto de zonificación por plusvalías de los agentes inmobiliarios.

Consecuentemente esto es posible gracias a la subordinación de los poderes municipales a la presión de las fuerzas económicas que se concitan en torno a la especulación inmobiliaria. Municipalismo que apenas percibe las consecuencias convivenciales de esta nueva ordenación del territorio en función del poder adquisitivo de los vecinos.

Tradicionalmente las barriadas periféricas acogían la incorporación de las nuevas olas de inmigración a la ciudad. Sin embargo ahora son los vecinos de relativos bajos ingresos los que son expulsados del centro a la periferia de los núcleos urbanos.

La vivienda y su impacto en la construcción del concepto de pueblo

En el capitalismo arcaico, la casa representaba desde los tiempos del imperio grecorromano el concepto básico de la patria potestad del pater familias, el ciudadano independiente y autónomo (sui iuris) bajo cuyo dominio estaban todos los bienes y personas que residían en esa casa. Era el elemento característico de la sociedad antigua que daba sentido a la idea de asentamiento y pertenencia estable al orden social. El inmueble tan sólo tenía valor de uso toda vez que la propiedad en el derecho romano no era más que un derecho personal cuya única base legal se establecía por relaciones de fuerza.

Con el tiempo la propia etimología de la palabra “pueblo” da muestra de la relevancia de la estrecha relación entre vivienda y sociedad local. Nuestros pueblos son básicamente sociedades de vecinos alojados de forma estable en viviendas. Un vecino sin vivienda es una contradicción política en sus propios términos toda vez que ese vecino tendrá siempre categoría de transeúnte y ningún transeúnte se considera sujeto de derecho de esa sociedad estable.

En el desarrollo de los burgos medievales la vivienda se convierte en el elemento de asentamiento que mejor caracteriza el derecho de pertenencia a la comunidad que más adelante cristalizaría en el concepto de ciudadanía.

En el S. XVIII abundaban en España las casas de vecinos. Casas donde pobreza y miseria eran las cualidades fundamentales de estos inmuebles, y cuyo concepto oscilaba entre los usos  domésticos y de trabajo. Las familias habitaban una única estancia polivalente que daba cobijo tanto a las actividades cotidianas domésticas y laborales como a todos sus animales. Su valor se restringía claramente al uso comunitario de la misma.

La gran transformación del modelo; la vivienda unifamiliar privada.

La primera gran transformación de este modelo de habitat surge cuando el desarrollismo marca el objetivo de la vivienda unifamiliar digna para todo ciudadano. Se privatiza entonces la vivienda y nacen los registros de la propiedad urbana. Con el tiempo la vivienda empieza a verse como un producto comercial que pierde su valor de uso. Nace entonces el mercado inmobiliario y el crédito hipotecario convierte la vivienda en valor de cambio al servicio de la generación de plusvalías útiles al inversor capitalista.

Hasta mediados del siglo XX la plusvalía se generaba fundamentalmente de los frutos de la propiedad, fuese ésta agraria, de los medios de producción (industrial), o por el derecho de rentas. Sin embargo con la irrupción de la economía financiera la vivienda sufre un cambio radical en su propia naturaleza toda vez que su valor de uso es completamente arrasado por su valor de cambio en función de su enorme potencial de extracción de plusvalías en el mercado urbano.

Consecuentemente aquella vieja urbe medieval de los artesanos que dio cobijo a los siervos de la gleba desterrados de los dominios de la nobleza terrateniente del viejo régimen, se ha transformado –doscientos años después de la Revolución Francesa­,  en leoninos mercados urbanos dominados por las fuerzas del inversor capitalista.

El fin del municipalismo comunitario. ¡Viva la ciudad neoliberal!

Lo curioso que pone en evidencia el estudio de los urbanistas neozelandeses es que la especulación inmobiliaria no es posible sin el apoyo político a través de las regulaciones urbanísticas tanto estatales como municipales. Poder político y poder financiero facilitan al constructor el mecanismo de la plusvalía como herramienta de acumulación de riqueza.

Pero se trata de una riqueza no canónica que revienta los límites del diseño neoliberal porque se fundamenta en la desposesión de la ciudadanía;“acumulación por desposesión” lo denomina el antropólogo David Harvey. Desposesión que la banca transforma en deuda mediante la flauta de Merlín del crédito hipotecario.

Consecuentemente es la política económica la que transforma la deuda en riqueza mediante el crédito hipotecario que básicamente consiste en un movimiento contable bancario donde el comprador anota un saldo negativo en su cuenta corriente y el vendedor anota simétricamente el mismo saldo en positivo en la suya de contratista inmobiliario. Pura burbuja contable que transforma deuda en riqueza con escritura notarial incluida.

Pero la conocida “burbuja”, siendo importante, no es el único efecto relevante de esta política de desposesión activa que en su cara oculta conlleva la también conocida política de “austeridad” justificada en la pena del deudor.

La muerte del concepto “Pueblo”

Lo que los neozelandeses sugieren es que la idea de la vivienda como valor de cambio trasciende la economía destruyendo la vieja cultura de vecindad comunitaria siempre presente en las ideas de “pueblo” y “ciudad”.

Efectivamente si dentro de la urbe actual la desigualdad se puede medir en términos de ingresos por hogar y capacidad relativa de acceso a la vivienda, la ciudad ya no puede ser considerada como comunidad armónica de vecinos que comparten el mismo espacio vital. Todo lo contrario.

Actualmente resulta fácil percibir que la nueva ciudad se organiza en torno a una geometría irregular de mercados inmobiliarios donde todo el mundo percibe su propia desigualdad relativa al resto de convecinos. Los precios de las viviendas diferencian al milímetro los territorios expulsando a los pobres de las zonas solo accesibles a los ricos que a su vez quedan diferenciadas de los menos ricos, y así sucesivamente.

La ciudad es, pues, el primer y más directo valedor de la desigualdad real inherente a la doctrina neoliberal. Es la nueva ordenación urbana en zonas de privilegios la que transforma definitivamente el sistema democrático tradicional fundamentado en la igualdad potencial de todos los ciudadanos.

Sin embargo esta igualdad potencial queda fulminantemente refutada a pie de calle mediante el concepto de la «accesibilidad a la vivienda» que reorganiza la convivencia por zonas urbanas de privilegios donde ya se percibe como “normal” el hecho de que las viviendas de todos los centros urbanos del mundo sean inaccesibles para las personas con ingresos bajos y moderados.

La identidad real de la ciudadanía se define hoy mejor por barrios o zonas urbanas, no por el pueblo o la ciudad en la que se ubican estos barrios, que siempre tendrá carácter secundario. Consecuentemente es la desigualdad de ingresos la que define la división geográfica de las ciudades en una cartografía urbana nítidamente polarizada; donde el barrio de las tres mil viviendas en Sevilla tiene más en común con los banlieue de París que con el barrio de Triana o El Nervión de la misma capital del Betis..

La soberanía en este ambiente de desigualdad manifiesta no es más que un intento desesperado de restaurar el antiguo régimen por parte de los neoliberales nostálgicos. El capital es ya en esencia un valor de cambio, no un valor de propiedad soberana. Consecuentemente ya no sirve proclamar ¡“liberté”, “égalité” y “fraternité” ¡ La razón se encuentra en los propios fundamentos de la economía financiera.
©1707240859 PACO MUÑOZ

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