Corre por ahí la idea de que estamos en
un momento de auge de la extrema derecha en Europa. Incluso hay quien dice que
la derechización de Europa debilita los valores tradicionales europeos. Pero
en mi opinión no es la extrema derecha la que crece, sino la izquierda la que
se diluye en el relato de categorías tan propio del racionalismo intelectual de
finales del siglo XX.
Hablar en estos términos conduce a la
frustración del lector toda vez que le genera una falsa concepción de
conocimiento de superficialidades volátiles que no consolidan esencias
comprensivas de los fenómenos sociales que se analizan. Es el discurso de los
“expertos” que nada saben pero todo lo opinan contra factura.
Vivimos un tiempo de frustración en todos
los sentidos y ámbitos sociales donde subsisten dos cosas aparentemente
contradictorias. De un lado la lógica de las ancestrales costumbres
consuetudinarias, y de otro el logro irreversible de la gran apuesta por la
educación desde los años 50 del siglo XX en todos los paises europeos.
Con el tiempo, esa enorme gesta educativa
fue abandonando los principios de la ilustración racionalista para
transformarse en una capacitación laboral de carácter eminentemente técnico.
Sin embargo, uno de los elementos más
importantes de todos los movimientos obreros del siglo XVIII y XIX fue su
apuesta por la formación crítica en valores y razones para conocer los
fundamentos de la vIda social, entenderlos y transformarlos. Ese es el principio
fundamental de las socialdemocracias de Inglaterra, Alemania y los países
nórdicos con Suecia a la cabeza.
No es posible analizar Europa como un
todo homogéneo, ya que ni sus pueblos ni sus estados lo son. Por ello sorprende
aún más todo análisis de demarcaciones entre las categorías políticas de la
llamada “extrema derecha” en relación con el “fascismo” y con la “derecha.”
Territorios todos ellos del monopoly de salón de nuestra universidades
“expertas”.
En este debate no se puede ignorar que la
violencia es parte fundamental del orden establecido, solo que su monopolio se
prescribe al gran “poder del Estado”. La
violencia, violencia es, provenga del policía, del militar, del fascista, o del terrorista.
Lo que la derecha defiende siempre, sean
“conservadores”, como “liberales” es el principio de jerarquía de ese orden
establecido, siendo que el “fascismo” defiende además la variante necesaria del
principio de sometimiento a ese orden. Son dos caras de la misma moneda en el
mismo “territorio” de proximidades.
El llamado “neoliberalismo” tampoco queda
fuera de este territorio de las desigualdades jerárquicas, toda vez que la
desregulación de la economía no es otra cosa que la obstrucción beligerante de
todo poder colectivo en forma de Estado regulador. Es decir la abolición de la
“violencia del poder colectivo” –excluyéndolo de la pirámide jerárquica–, a
favor de la “violencia del poder privado” convertido en el señor de la
estructura jerárquica. De esta forma se referencia la propia naturaleza del
concepto de orden que anida en todo el arco político que se denomina “derecha;”
desde los liberales y centristas hasta los ultrafascistas.
La teoría de Luescher sobre el estiércol
del caballo para los pajaritos –“Cuanta más avena demos al caballo, más
abundante será su producción de excrementos y los pajarillos tendrán más para
comer”–, es todo un paradigma de la eliminación de la razón
colectiva en pro de las bondades gastrointestinales de la razón privada.
Una adaptación fidedigna del principio
del suizo Jonas Luescher podemos apreciarla y degustarla en la Feria de
Sevilla, donde el señorito andaluz monta garboso el caballo de Luescher
derramando su generosidad excretando él mismo jamón y vino a la plebe
hambrienta y sedienta de esa desigualdad de éxito que el propio jinete señorial
encarna.
Jamás la Feria de Sevilla ha tenido, ni
tiene, planteamiento alguno de fiesta solidaria y compartida por gentes de
iguales derechos. Sevilla es la feria del paradigma de la desigualdad y la
sumisión. No importa cuantos gobiernos de izquierda corten su cinta de
inauguración, ni enciendan su luminaria.
Consecuentemente no se puede hablar de
que toda Europa esté sufriendo un desplazamiento a la derecha desde los años 80
toda vez que lo que sucede desde entonces es que la izquierda no ha superado el
subterfugio de la razón pragmática de adaptación sin transformación. Sólo
Suecia y los países nórdicos presentan
partes sólidas de un paradigma antijerárquico de igualdad y solidaridad, toavía
inédito a pesar del gran volcán de anomalías que contínuamente fluye del orden
establecido tradicional.
El neoliberalismo no es la “ilustración”
de la derecha cavernícola, sino su propia médula dorsal toda vez que Hayek y
Friedman no han hecho otra cosa que actualizar la vieja máxima bíblica que
proclamaba; “a Dios lo que es de Dios y
al Cesar lo que es del Cesar.” Frase que define los títulos de propiedad del
reparto del pueblo sumiso. El pueblo de Dios para la jerarquía de Dios –el clero–, y el pueblo del Cesar para la
jerarquía del Cesar; la oligarquía.
Aquí no hay pueblo soberano de iguales, ni mercado libre. Como tampoco lo hubo
en el Chile de Friedman.
Alrededor de esa estructura jerárquica
medular se estructuran diversas capas concentricas de situaciones sociales
claramente identificables desde la exclusión total hasta la capa superficial de
los subsidiados con 426 €/mes. Para todas estas capas el discurso del “Estado
del Bienestar” no es más que una farsa surrealista y “El Derecho
Constitucional” un cuento chino de las películas de Hollywood.
La siguiente capa son los sumisos del
precariado asustados por la incontingencia de su existencia a la intemperie.
Más adentro nos encontramos con las estructuras básicas que sostienen la
pirámide jerárquica desde el empresariado hasta los funcionarios, que sometidos
a la ruleta rusa del austericidio mantienen viva la tesis del caballo de
Luescher, por puro instinto de supervivencia.
Ya en la columna central encontramos a la
oligarquía política y económica parasitando los propios intestinos del Caballo
de Luescher, que no es otro que El Estado. Actividad intestinal que recibe hoy
en España el curioso nombre de “corrupción.”
Con esta estructura civil la izquierda
fragmentada del sur de Europa carece de instrumentos eficaces para generar un
paradigma cultural, intelectual y político que pueda minar, desestructurar, y
transformar el paradigma jerárquico de la derecha.
Sin embargo el paradigma de la
desigualdad se está descomponiendo desde dentro como nunca antes en la historia.
Su proceso de implosión –señalado recientemente por Thomas Piketty en su libro de El
Capital en el siglo XXI–, se hace evidente precisamente por el resurgimiento de
las ideas de violencia, asociada al austericidio como elemento de sometimiento
de las periferias al orden establecido. En ese entorno, el discurso de los
chivos expiatorios es el discurso de la oligarquía culpabilizando a la
ciudadanía en general de su rechazo a esas periferias.
A la contra, el discurso antiélites (las
castas), es un canto de sirena –que para nada preocupa a las élites–, ya que es
terapia para los cabreados que los concita en rebaño y los conduce a una
frustración útil al orden establecido tal y como lo ha hecho Macron (el bueno)
con Le Pen (la mala).
Como siempre la Francia de las
revoluciones para que todo siga igual, pero con gorro frigio, han representado
magistralmente en las pasadas elecciones la pantomima de la lucha del bien
contra el mal, siendo la supremacía del bien el orden establecido de los
poderes fácticos tradicionales del centro izquierda económico de la Francia
imperial. Todo un cambio de permanencia que nos muestra que en ausencia de la
izquierda el auge de las derechas refuerza siempre el poder establecido.
©PACO MUÑOZ 170531
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