A miles de kilómetros de mapamundi, allá por Brasil, el pasado 9 de mayo, tuvo lugar un acto en la Universidad Nacional de Rosario promovido por la Cátedra del Agua, un departamento de la Facultad de Ciencias Sociales, coordinado por el prof. Anibal Faccendi, para llevar a cabo una Declaración sobre la ilegalidad de la pobreza.
Mientras acá,
por España, recién emergía por las librerías un libro singular de 196 páginas sobre un
concepto con estirpe etimológica del más puro ancestro griego; “Aporofobia,
el rechazo al pobre”. Concepto acuñado por Adela Cortina en los años 90, y
que ahora presenta en sociedad en 2017 con el sugerente subtítulo de “Un
desafío para la democracia.”
La editorial
que lo publica es Planeta, cosa que tiene su interés en un libro de pobres
para; ¿académicos? ... ¿intelectuales? ¿políticos ilustrados? ... Lo digo
porque la duda nace en el mismo acto de la compra dado que los 20 euros del
precio son ya dolosos incluso para los obispos creyentes de la Santa Madre
Iglesia habituales especialistas en pobres y pobrezas.
A partir de
ahí el libro es extraño porque su índice se asemeja más a una experiencia de
cinemática popular de rebote de una piedra lanzada tangencialmente sobre la
superficie del agua y que finalmente en el capítulo 7 se sumerge para diluirse
en las profundas oscuridades del capítulo octavo. Sin más.
Pero si su
final es sumamente volatil, su preludio y cima son, sin embargo, sumamente
interesantes, aunque de cocina rápida y aliñado con exceso de intelectualidades
que no terminan de recalar en suelo firme; porque la primera cuestión que surge
es si el título no obedece más a una operación de marketing editorial, que a un
ensayo sobre materias tan dispersas como la “neuroeconomía”, la “pirámide
de Abraham Maslow”, o la “biomejora moral”.
Pocos pobres
leerán tan especial ensayo, y bastantes menos podrán entenderlo ya que su forma
y desarrollo parece que más bien responde a compendiar un marco académico sobre
el problema fundamental de toda la civilización occidental, y por ende, de toda
la humanidad; la pobreza. Cosa que no es poco, y que tiene
gran mérito, ya que ofrece al lector una visión trascendente de la principal, y
más profunda, anomalía de nuestro paradigma cultural –y de pensamiento–,
acuñado por sedimentos ancestrales de emociones silvestres.
Adela nos
muestra en el capítulo sexto del libro que “es imprescindible modificar
también las emociones, que son las que están ligadas a la motivación.” Una
observación trascendente toda vez que, tal y como muestra la autora, las
últimas tendencias científicas revelan que “nuestras disposiciones
morales tienen una base biológica, que son las emociones, y que están
estrechamente ligadas a la motivación.”
Es decir; que
las mismísimas “tablas de Moises” tienen base biológica; que ni siquiera son un
producto cultural. Y esto lo afirman las conclusiones técnico–científicas de
las llamadas neurociencias.
A Galileo lo
condenaron en 1633 por separar ciencia y teología. No sabemos qué pasará con
las neurociencias en el siglo XXI por presentar la Ley Moral divina como una
secreción emocional de base biológica. Algo próximo a una exudación neuronal
que la autora de libro califica de “Biomejora moral”.
Pero de ser
cierta esta tesis, la revolución que comporta dejará al racionalismo científico
de Galileo reducido a una mera anécdota en la historia de las ideas que emergen
de los distintos procesos de ilustración vividos en Occidente.
Para empezar,
la propuesta de Adela Cortina toca con gran “chispazo” la charca de la
conciencia y la reputación para recabar en la observación de Maquiavelo cuando
recordaba al príncipe que «todos ven lo que pareces, pocos palpan lo
que eres», toda vez que la tesis de Adela Cortina defiende, junto con Nietzsche y
Mounier que “saber movilizar las emociones es la clave del
éxito.”
“Nuestro tiempo –afirma
Adela–, es el de las reputaciones, no el de las conciencias” (pág,
95). Pero las reputaciones obedecen a códigos parroquiales de carga emocional
donde la moralidad “une y ciega” (pág. 118). Sin embargo la autora
reconoce más adelante que; “frente al mundo antiguo y medieval, la clave del
mundo moderno es el individuo con sus derechos” (pág. 138), siendo que lo
justo debe tener primacía sobre lo bueno (pág, 140).
Y es justo en
esta deontología “de lo justo” donde entra en juego el Estado democrático
de Derecho cuando la autora recala en las conocidas tesis de John Rawls por las
que la sociedad está obligada a garantizar a todos sus ciudadanos unos mínimos
materiales además de la protección de unos derechos y libertades
incuestionables.
Ya en el
territorio de John Rawls recapitulamos un poquito y vemos cómo Adela Cortina se
aleja definitivamente de la anomalía de las emociones y plantea en el capítulo
séptimo del libro la disyuntiva del deber de la justicia contra la obligación
de la beneficencia en la sociedad del intercambio. Se trata de una senda
encrespada y afilada con profundos acantilados que la autora recorre con el
piolet de Amartya Sen y su idea de la pobreza como falta de libertad. “Somos –asegura
la autora–, un híbrido de autonomía y vulnerabilidad” (pág.
131).
En su alpinismo
académico Adela Cortina maneja con destreza las polainas de la falta de
libertad asociada a la desigualdad para enfilar la cuestión de la pobreza como
un problema de dignidad dado que; “la desigualdad es relevante por
motivos de equidad y justicia social” (pág. 143). Una conclusión poco
novedosa a estas alturas del siglo XXI.
Conclusión
clásica que Adela Cortina envuelve en el celofán académico de un híbrido
integrador de dos especies históricamente antagónicas (el bien y el mal), que
ata en una difusa convicción darwinista que sumerge en las profundas
oscuridades de la caverna platónica cuando dice: “las personas son
híbridos del homo oeconomícus y del homo reciprocans, el hombre
que sabe cooperar, distinguir entre quienes violan los contratos y quienes los
cumplen, castigar a los primeros y premiar a los segundos” (pág. 148).
El libro de
Adela Cortina es todo un Titanic literario que termina hundiéndose cargado de
tesoros intelectuales. Realmente merece la pena leerlo y abrir todos sus
armarios, pero no desde la perspectiva de pobre, o amigo de los pobres, toda
vez que la pobreza no es una patología económica, sino un síntoma de nuestra
profunda y ancestral patología emocional que condiciona íntimamente nuestra
racionalidad.
¿Acaso nuestra
fiesta nacional taurina no es un catecismo de emociones que nos adoctrina
constantemente sobre cómo la astucia “inteligente” (el torero) maneja a su
antojo (arte) la fuerza bruta (vitalidad) de las nobles criaturas sin astucia
ni mala voluntad (el toro)?
¿Acaso el
torero no es el “modelo” que reproduce la incuestionable racionalidad de “el
empresario” en el manejo a su libre antojo (arte gestor) de la fuerza bruta
(producción) del ganado vitalista de las fuerza productiva (los pobres
asalariados)?
Lo que el libro
de Adela muestra es la imposibilidad de abolir la pobreza dentro del actual
paradigma racional, toda vez que la igualdad carece de fundamentos emocionales
suficientes como para si quiera enfrentarse contra el torrente de emociones que
continuamente se vuelca sobre la “lógica” de la sociedad actual a través de las
películas de “acción” y terror; los videojuegos; los telediarios; las fiestas
populares; etc, etc, y donde continuamente se embadurna a todo ser
humano con todas las emociones que genera la desigualdad.
©PACO MUÑOZ
170519
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