La Calle de Córdoba XXI

jueves, 28 de mayo de 2020

Apuntes críticos sobre la economía convencional (I): La propiedad irresponsable y los gestores del capital; los confusos trayectos de la voluntad.

"...la economía es tan versátil como el dibujo técnico 
sólo que especializada en gráficos." Foto: Juan Carlos Romera.
Cuentan los libros de historia, que antes de que los españoles descubrieran América, sólo Dios y el cielo ofrecían a los humanos la seguridad eterna. Aunque, eso si; siempre post mortem, pues el mundo sublunar era –y sigue siendo–, el imperio de las sombras y de la inseguridad permanente donde los humanos han desarrollado tres doctrinas de poder: la comunión, la meritocracia y el capitalismo.

Luego, y al mismo tiempo que los españoles descubríamos América, inventamos de súbito el colonialismo bajo el subterfugio de la evangelización planetaria (o primera globalización espiritual urbi et orbi).

Sin embargo, los holandeses –calvinistas ellos–, no solo aprovecharon la oportunidad de independizarse de la corona española, sino que, además, y bajo el caudillaje de Johan van Oldenvarnevelt, fundan en marzo de 1602 la Compañía Unida de las Indias Orientales.

Así mientras los españoles surcábamos los mares en las naves que pagaba la Corona Española, la Verenigde Oostindische Compagnie, se funda reuniendo un capital inicial de 6,5 millones de florines para financiar las «expediciones comerciales» al otro lado del Atlántico. La idea entusiasmó a los comerciantes de Ámsterdam impulsados por el deseo de recoger grandes beneficios.

La Sociedad Anónima y la Confusión de Confusiones
Se creaba así el germen de lo que posteriormente fue tipificado bajo el nombre jurídico de «Sociedad Anónima». Una especie de criatura multiánima bendecida con un solo amor verdadero y dos palpitaciones cardiacas; la sístole financiera de concentración monetaria y la diástole del reparto desigual de beneficios. Pero lejos de ponerle corazón a este esquizofrénico mecanismo jurídico, le pusieron «bolsa» señalando en la dirección de lo que siglos después, en el año 2004, el geógrafo David Harvey denominó como el espíritu de la «acumulación por desposesión» (1).

La historia tuvo un gran recorrido pese a que la criatura era confusa ya incluso para los muy pragmáticos comerciantes holandeses de la época. Confusión que con todo lujo de detalle describe en 1688 un cordobés judío-converso –oriundo del pueblo de Espejo, y de nombre José de la Vega–, que recaló en Ámsterdam huyendo de la Inquisición Española.

No obstante, De la Vega –también conocido como Yacomo de Córdoba–, deviene pronto un destacado miembro de la comunidad sefardita de la ciudad de Ámsterdam que, a su vez, era una de las metrópolis más grandes y ricas de entonces y centro financiero de Europa.

Hoy, Joseph de la Vega es celebrado por la Federación Europea de Bolsas de Títulos (Federation of European Securities Exchanges, FESE) como afamado premio anual a la investigación sobre mercados de títulos en Europa (2). Un mercado cuya esencia De la Vega describe ya con detalle en 1688 en su libro titulado Confusión de Confusiones (3). Libro que por primera vez en la historia retrata bien el fundamento de la especulación como fuente de ganancia.

Con el trabajo y la comunión puede que se alcance el cielo, pero nunca la fortuna; sin embargo, asumiendo riesgo con especulación, la fortuna favorece a los valientes. Algo que ya sabían los clásicos y que Virgilio plasmó en la Eneida con la frase Audentis Fortuna iuvat (la Fortuna ayuda a los audaces), aunque también los hunde (4).

Pero Confusión de Confusiones rebela también que tanto la Sociedad Anónima como la Bolsa de Títulos, o Valores, son dos ramas de un mismo tronco del juego de la economía especulativa y la ganancia por desposesión.

Mares, criaturas monstruosas, miedos y riesgos
Cuenta asimismo la historia que los holandeses no fueron los únicos que se dedicaron a la comercialización del pillaje, la usurpación, el expolio y la desposesión, que era –y sigue siendo–, la gran fuente de riqueza.


Ya en 1503 la corona española creó en Sevilla la Casa de la Contratación para controlar de forma exclusiva todas las actividades de efecto colonial que tenían lugar en la denominada «Carrera de Indias» entre España y América.

Portugueses, franceses, e ingleses también se subieron, entre otros, al barco de la aventura lucrativa del expolio colonial bajo las fanfarrias metafísicas de los Imperios hegemónicos.

Del mar emerge tanto la ansiedad del miedo a monstruos inimaginables (5), como la figura de la incertidumbre ante lo imprevisible. Pero no es hasta que la navegación se convierte en el gran medio de la fortuna para alcanzar el fin de la riqueza exuberante que, frente a la incertidumbre de la empresa, emergen las ideas gemelas del fracaso (hundimiento) y su concomitante del «riesgo».

España; Una, Grande y Sagrada Familia.
Sin embargo, España sigue obnubilada con su gran empresa evangelizadora sin percibir que a diferencia de los gremios medievales –donde los asociados ejercían individualmente el monopolio sobre una actividad y obtenían así el privilegio que les permitía el desarrollo de sus propias maestrías–, los accionistas de las Sociedades Anónimas se van desenganchando de esa cultura del trabajo y se amalgaman dentro de unos órganos sociales de nueva creación jurídica a excepción de la cabeza, siempre separada del cuerpo. Aparecen entonces los «gestores» de las Sociedades Anónimas.

Entre los siglos XV a XVII los inversores compartían riesgos financiando la construcción de barcos para la explotación del comercio colonial. La idea fuerza era mutualizar el riesgo para minimizar el daño del fracaso ante la expectativa de enormes beneficios. El invento era simple; los gestores atendían las necesidades de la empresa, los marineros viajaban o naufragaban mientras los inversores esperaban las ganancias o perdían su dinero. Ese era el «riesgo», y sobre ese riesgo José de la Vega nos cuenta magistralmente cómo se desarrolló la especulación como factor de compensación.

Pero en España el riesgo era distinto porque si un barco se hundía, la Corona española, no perdía gran cosa ya que la flota era grande, y la Corona tenía el monopolio de la Carrera de Indias. Un tránsito que siempre tuvo más enfoque militar que comercial; siempre ligado a los intereses de la aristocracia y de las jerarquías eclesiásticas. Estamentos que, además, se desenvolvían bajo la lógica teológica de la «Sagrada Familia» como fórmula de organización/comunión social en todo tipo de órdenes, conventos, cofradías e instituciones como la de los Jesuitas, o más recientemente los del Opus Dei, masones, etc. Una lógica diametralmente opuesta a la racionalidad que sustenta la creación de la Sociedad Anónima.

Del beneficio por saqueo colonial al beneficio por mega estructuras
Luego en los siglos XVIII y XIX la Sociedades Anónimas evolucionaron hacia la construcción de las grandes infraestructuras, la extracción minera y la constitución de bancos y compañías de seguros, popularizando así su forma jurídica como vehículo adecuado para la limitación del riesgo en cualquier tipo de actividad productiva o comercial.

Sin embargo, el riesgo ya no proviene de la incertidumbre marina sino de la incertidumbre social en los vectores del juego de intereses, la competitividad, la innovación, y el conflicto geopolítico y social proveniente de una desigualdad fuertemente polarizada y sometida en torno al concepto jurídico de la propiedad.

Poco a poco el capital se va blindando mediante el chamanismo jurídico de separar e individualizar el «derecho de propiedad» napoleónico (6) –que protege el gozo y disposición absoluta de los patrimonios de los inversores (accionistas)–, aislándolo, en la fórmula de la Sociedad Anónima de cualquier tipo de responsabilidad frente a terceros, sean trabajadores, acreedores o perjudicados.

El propietario irresponsable y el capital sin historia
Es decir; los inversores son propietarios con derecho a extraer las rentas, pero no son responsables de cómo la empresa alcanza esos beneficios. El fin de lucro justifica los medios (explotación, contaminación, desigualdad, destrucción del planeta, expolio, etc), y el capital carece de historia y de responsabilidad.

De esta forma se crea un estatus jurídico singular que hace de las corporaciones empresariales capitalistas un ente extraño que se diferencia tanto de la figura del ciudadano responsable, como de la figura del Estado excluido de la vida económica y reducido a simple proveedor de servicios.

Es decir, la Sociedad Anónima adquiere su personalidad jurídica lavando/protegiendo la historia de sus capitales –«anónimos»–, y cortando la línea de responsabilidades entre empresa y accionista, que es tanto como asegurar la inmunidad del inversor en relación a cómo la empresa extrae las ganancias.

Se trata de un sutil privilegio que ha quedado muy exhibido en la crisis bancaria donde nadie ha respondido por el mal funcionamiento de esas sociedades financieras y además el Estado ha repuesto sus pérdidas impidiendo que los accionistas sufran merma considerable de sus rentas.

Sin embargo, lo mas sorprendente de la cosmología capitalista es la baja resiliencia de las maestrías laborales cuyas organizaciones sindicales carecen de horizontes mientras que el capital se orienta permanentemente por la brújula de la rentabilidad.

Así, mientras el mundo laboral carece de instituciones de empoderamiento que aporten perspectivas más allá de la capacitación, el mundo del capital cuenta con una amplia gama de instituciones dedicadas a su información y protección. En este ámbito destaca en Europa el Banco Central Europeo (en adelante BCE), como máximo regulador de la política monetaria que responde a este espíritu de protección del capital tan arraigado en el doctrinario ortodoxo de la economía mainstream, o convencional.

La economía no somos todos. Son los gestores del capital
La gigantesca concentración de riqueza desarrollada en el siglo XX ha desplazado la mercancía a la categoría de anecdotario propio de los países periféricos anclados en la primitiva economía productiva donde el trabajo es fuente y límite de la precariedad.

Por el contrario, en los países ricos, el coronavirus ha puesto en evidencia la distopía del capitalismo de los gestores del dinero (7), centrado en la doctrina especulativa de la globalización de la cadena de valor, donde el concepto de «riesgo» es el mérito que justifica las ganancias desmedidas del capital, mientras su correlativo laboral de «peligrosidad» gratifica cínicamente la exposición del trabajo. Riesgo, por otra parte, menguante y peligrosidad manifiestamente creciente.

No obstante la creación sin límite de dinero por parte del BCE y la política de inyección masiva de liquidez para la compra de activos de los bancos comerciales –la denominada QE; Quantitative Easing, o Expansión Cuantitativa–, como estrategia anticrisis muestra que el BCE no solo acomete un experimento de política monetaria ampliamente considerado ya como fallido porque no impulsa la economía productiva, sino que se encuentra cuestionado ahora por el Tribunal Constitucional Federal de Alemania (8). Queda claro, pues, que la función del BCE es la de ser el máximo garante del orden capitalista evitado el derrumbe de la cúpula superior de la pirámide rentista–financiera.

El BCE restaura así, grosso modo, el sistema rentista gravemente afectado por el desorden financiero y el desacoplamiento de la economía real de la producción e intercambio de cosas. La autoridad monetaria ni diagnostica el problema, ni interviene con reformas en profundidad, tan sólo crea de la nada –es decir, «imprime»–, más billetes para comprar los activos, salvaguardando aún más los intereses de sus titulares y estirando fuertemente la estratigrafía social de las desigualdades.

El capital ni se crea, ni se destruye; sólo circula en el circuito de la Confusión de Confusiones
Dicen los expertos más antiguos que el beneficio se genera por el trueque que con ayuda de trocitos de metal permitió establecer equivalencias desarrollando el concepto de moneda. Luego los mercantilistas pensaron sesudamente sobre la equivalencia desarrollando diferentes teorías del «valor» tabulado en cantidad de moneda. No hubo consenso claro, pero en las disputas apareció tanto el concepto del trabajo como «valor de costo» como el de «plusvalía» entendido como derecho preferente del capital inversor –o propietario de los «medios de producción».

Los fisiócratas del siglo XVIII, pensaron que lo mejor era seguir el gobierno de la naturaleza, dado que el beneficio se asemeja a la parábola de la semilla que bien cuidada con el sudor del labriego germina y da fruto. Luego, en el siglo XIX los marxistas disconformes con mercantilistas y fisiócratas desarrollaron la teoría del «valor» de las mercancías (9), mientras que otros expertos, más liberales, estructuraron el mercado entre los polos magnéticos de la oferta y la demanda postulando los intercambios como «libres» relaciones de poder.

El exorcismo institucional de la inflación y la patología de la burbuja
Desde entonces revoluciones y contrarrevoluciones se suceden al mismo tiempo que se multiplican las doctrinas y las escuelas que postulan las leyes invariables de la economía. Datos, curvas, pronósticos y todo tipo de exorcismo intelectual configuran los currículos de catedráticos y expertos en la materia. Lo que no impide que el «valor» sea ya una reliquia metafísica del siglo XIX (10), dado que la economía es tan versátil como el dibujo técnico, sólo que especializada en gráficos.

Sin duda la confusión sigue siendo el fundamento de los reinos del liberalismo renovado del siglo XX. Confusión donde la racionalidad mercantil se articula siempre en trayectos de conveniencia a través de las fuerzas del deseo, la necesidad y el poder. Tres fuerzas descompensadas que generan memorables episodios de separación entre valor y precio; precio y utilidad, e incluso utilidad con sentido común. Un fenómeno denominado «burbuja» en su deriva comercial más turbulenta, aunque en su variante más estructural, y monetaria, se le denomina «inflación».

Nótese que la «inflación» es el único fenómeno de la economía liberal que justifica la existencia –e intervención–, de la autoridad independiente denominada Banco Central. El propio Philip Lane, economista jefe del Banco Central Europeo, decía recientemente lo siguiente: «…Cuando hay turbulencias y los diferenciales se amplían rápidamente debido a la dislocación del mercado, el banco central debe actuar como un factor estabilizador… Siempre que actuamos, ya sea mediante tipos de interés o compra de activos, buscamos asegurar la estabilidad de precios en el medio plazo» (11).

En el siglo XXI el fundamento de la economía capitalista no es la mercancía, ni mucho menos la estabilidad de precios, sino la circulación del capital en el circuito de la Confusión de Confusiones; Di–Cr–De (Dinero–Crédito–Débito). Siendo la «Deuda» un tramposo constructo jurídico de amplio espectro que también abarca la especulación financiera. La paradoja del constructo consiste en que el dinero es siempre crédito, y el sistema monetario contabiliza en créditos y débitos.
© 200528 PACO MUÑOZ

NOTAS:

1.- Ver David Harvey, El nuevo imperialismo, Akal, 2004. Ver también la entrevista publicada en 



4.- Con fina ironía De la vega señala al final de su libro los infortunios de la fortuna: 
“El gran Guillermo, príncipe de Orange, tomó como emblema un árbol marítimo, poniéndole por 
lema la sentencia de Virgilio, Audaces Fortuna iuvat, pero en este marítimo árbol de la Compañía 
parece que no quiso la Fortuna rendirse a la máxima de este invicto campeón, ya que vemos que, 
en lugar de subir a los valientes, hundió a los audaces.” (pág. 376)

5- Ver Jean Delumeau, El miedo en Occidente, Taurus, 1978

6.- El derecho de propiedad hoy vigente en todo Occidente tiene su origen en el art. 544 del Código 
Civil Napoleónico de 1804.

7.- Expresión del economista poskeynesiano Hyman Minsky; Money Manager Capitalism, y que 
en buena medida señala el ascenso de los gestores de las Sociedades Anónimas, o Corporaciones, 
por encima de los inversores, y el apuntalamiento del capitalismo 
financiero. Ver; 


9.- En la versión neoclásica de la doctrina económica de León Walras, las mercancías tienen un valor 
objetivo e independiente de las interacciones del mercado, siendo que la voluntad del comprador 
se dirige por su “cálculo de la utilidad”, una característica intrínseca de los bienes y externa al 
consumidor. Por el contrario, en la teoría marxista el valor de la mercancía viene determinado por 
el trabajo de su producción, que es el núcleo determinante de la relación de intercambio. Bajo la 
óptica marxista la tensión entre la oferta y la demanda fija el precio final. Pero este precio señala 
la desviación con relación al valor (trabajo) de la mercancía. Valor que asimismo se define como el 
centro de gravedad en torno al cual han de girar los precios del mercado. 


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