«El dinero carece de razón (valor) porque su función no es otra
que la de ser el nutriente metabólico de un poder estratificado.»
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El primero que en el siglo XX dijo en España que la justicia es un cachondeo fue un alcalde gaditano que se labró tres condenas. Sin embargo, a estas alturas del siglo XXI lo realmente paradójico quizás sea que nadie haya dicho todavía que la economía sea un cachondeo a pesar de la proliferación de crisis y burbujas. ¿Por qué?
¿Acaso no es una broma cínica que liberales, neoliberales y conservadores –supuestos enemigos teóricos del Estado intervencionista–, defiendan constantemente el fuerte intervencionismo estatal siempre a favor de las personas más ricas y poderosas; por ejemplo, el rescate bancario de Rajoy, o la expansión cuantitativa del BCE, además de una fiscalidad florida de privilegios?
¿Y acaso no resulta menos macabro que al mismo tiempo impongan el austericidio para el resto de los mortales invocando la ortodoxia económica de la deuda, la privatización de los recursos públicos y la precariedad laboral?
Sin duda, las similitudes entre la economía convencional y el cuento de Christian Andersen Keiserens nye Klaeder (El rey desnudo), son enormes a tenor de los hechos objetivos. Es por ello que pocas dudas caben ya albergar, a día de hoy, para considerar «la economía» como un proyecto de naturaleza política más que económica (1). Un proyecto cuyo objetivo principal consiste en el desarrollo de un programa de destrucción sistemática de toda racionalidad colectiva en favor de un tipo de «racionalidad instrumental egocéntrica», o «racionalidad individualista»(2), cuyo único axioma doctrinal establece la ley del beneficio privado por encima de todas las cosas; sean la inversión, la producción, el empleo, la salud y hasta el propio equilibrio medioambiental del planeta.
Los relatos mitológicos del siglo XXI; cambiar el alma.
Afirmar que la economía no es una ciencia, por mucho que desprecie grandes parcelas de la realidad, resulta tan catatónico como pinchar una burbuja, y produce el mismo estupor mental. Sin embargo, no es causal que ya circule el término alternativo de «bubblenomics» como la ciencia de las burbujas económicas.
La especulación no es la única «voluntad de conveniencia» que actúa en la economía neoliberal. A nadie se le escapa que hay más voluntades, y que la libresca economía académica tiene altas dosis de doctrina mitológica dedicada a justificar el poder y sus desmanes pese a que el mundo real se empeñe en persistir en plena contradicción con los relatos pseudocientíficos. Algunos catalogan la realidad como anomalía, o crisis. Sin embargo, tras las largas secuencias históricas de crisis financieras y burbujas especulativas, los efectos de la gran utopía neoliberal son ya directamente sensibles y visibles por cualquiera.
Son muchos los datos que dan cuenta de que la máquina infernal de los modelos económicos –sean ortodoxos, mainstream o heterodoxos–, tiene su motor gripado y las universidades son incapaces de generar una alternativa solvente ya que la economía carece de norma racional alguna. Su irracionalidad sólo es entendible para los monaguillos expertos turiferarios, obispos y arzobispos del ramo que reparten inciensos de riquezas y fortunas entre la reliquia incorrupta de la «mano invisible» del mercado (3), y las manos bien visibles del poder económico y judicial. Unas manos que son tan patéticamente irracionales que, de tanto comulgar con gigantescas ruedas de molino, confunden mayestáticamente las cosas de la lógica con la lógica de las cosas de sus mandamases (4).
La ortodoxia económica esconde pues sus contradicciones ideológicas bajo la ruptura entre la economía y las realidades sociales creando el embrujo de una abstracción fantástica distraída con unas matemáticas que expulsan toda realidad extraeconómica mediante la predominancia de fórmulas, ecuaciones, leyes fabulosas y todo tipo de curvas y gráficos para seducción de la feligresía ignorante.
«Economics are the method. The object is the change of soul», dijo enigmáticamente Margaret Thatcher; “La economía es el método. El objetivo es cambiar el alma.” Medio siglo después, el alma neoliberal que extiende su sombra sobre la tierra prometida de la libre competencia ha creado monstruos gigantescos, desigualdades abismales y un planeta insostenible. Consecuentemente criticar la economía desde su propia lógica doctrinal resulta una empresa tan irracional y truculenta como razonar con un loco de «alma» multipolar y alto coeficiente intelectual.
El cuento de la libertad
¿Acaso no es la desigualdad que crea la sacrosanta libertad de mercado –que tanto defienden los conservadores, liberales y neoliberales–, el mayor represor de facto de las libertades individuales que jamás se haya visto en la historia de la humanidad? ¿De qué libertad hablamos cuando el Banco de España (5), asegura que 12 millones de españoles viven por debajo del umbral de la pobreza?
No es difícil contestar a esa pregunta ya que tanto la crisis de 2008 como la actual del COVID muestran con rotunda claridad que la visión del mito de la libertad generado en el siglo XIX ha degenerado en una libertad de esclusas firmemente enclaustrada en el saldo bancario y reducida a la mínima expresión para los estratos bajos de la población (6).
El panorama del «alma» neoliberal no puede arrojar un balance más esquizofrénico con la falsa disociación entre economía y política. David Harvey lo describe así: «El autoritarismo en la imposición del mercado encaja a duras penas con el ideario de las libertades individuales. Cuanto más vira el neoliberalismo hacia lo primero, más difícil se vuelve mantener su legitimidad respecto a lo segundo y más tiene que revelar sus colores antidemocráticos. Esta contradicción es paralela a una creciente falta de simetría en las relaciones de poder entre las corporaciones y las personas de a pie» (7).
La asimetría 60-40 del neoliberalismo bipolar
Dani Rodrik, catedrático de economía, y reciente Premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales 2020, analiza la bipolaridad del alma neoliberal desde la perspectiva del mundo del trabajo a través del eje insiders–outsiders: «El dualismo del mercado laboral, por el cual una minoría comparativamente pequeña de insiders protege sus privilegios garantizados por el Estado a expensas de una gran mayoría de outsiders, es lamentablemente una característica común de las economías de todo el mundo.» (8).
El economista Josep Burgaya concreta el dualismo del mercado laboral español en los siguientes términos: «Hemos dado por bueno un mercado laboral dual en el que un 60% de los empleados disponemos de trabajos más o menos seguros y salarios dignos, lo que nos da «derecho» a mantener una vida bastante estable y unas razonables expectativas de futuro. Pero hay un 40% de la población activa que vive en otro mundo y, muy a menudo, hacemos como que no nos damos cuenta. Una tercera parte de estos, son parados de larga duración y con posibilidades casi nulas de acceder a algo parecido a un puesto de trabajo. Condenados a malvivir con ayudas escasas y solidaridades familiares difíciles. Los dos tercios restantes son trabajadores en situación flotante –“reserva laboral” se le definía antaño- la mayoría de los cuales han dejado de percibir ingreso con el impacto de la epidemia actual.» (9).
La paradoja radica en que no son los «insiders» los que configuran el alma del sistema económico neoliberal, sino los «outsiders» que son sistemáticamente convertidos en medio instrumental para que otros puedan alcanzar la fortuna.
Cuando el fin justifica los medios en un mundo darwiniano
¿Acaso el único fundamento de la economía capitalista no es reducir al ser humano a la categoría de medio para alcanzar el único fin de la riqueza; siendo que el fin (la ganancia) justifica los medios (la explotación, la usura y la desposesión)?
Pero «la ganancia» no es otra cosa que «poder» por lo que la economía no es más que la doctrina que justifica ese poder en el mundo darwiniano de la lucha de todos contra todos. La economía neoliberal se ha convertido en el nuevo Leviatán del viejo mundo de Thomas Hobbes «lupus est homo homini»; lobo es el hombre para el hombre. Mundo que eufemísticamente se denomina hoy como el reino de la libre competencia y la absoluta flexibilidad. No hay solidaridad; no hay colectivos. Sólo hay individuos debidamente individualizados y jerarquizados mediante técnicas instrumentales de subyugación moral; contactos, meritocracia, salario, etc.
En cualquier caso, de lo que no cabe duda es que el velo de la confusión e ignorancia popular encubre el chamanismo moderno –proveniente tanto de la economía como del derecho y la política–, relegando al 99% de la población humana al papel de sujetos pasivos de una fantasía tripolar que controlan y modulan los privilegiados moradores del Olimpo monetario. Aquellos que alimentan y ordeñan al monstruo de las tres cabezas; la del endeudamiento, la de la inflación, y la del austericidio. (10)
Sin pobres no hay ricos
En la utopía económica neoliberal no hay ciencia posible más allá de la regla de «la conveniencia» del poder establecido en el imperio de la necesidad. Así, la precariedad, el riesgo de despido o la pobreza, lejos de ser un efecto macroeconómico no deseado, o un defecto microeconómico imputable a deficiencias individuales, es la condición sine qua non, y fundamento último, de todo el orden económico neoliberal.
La necesidad cumple la función del carburante que alimenta, y da sentido, a la maquinaria infernal de los modelos económicos liberales. La necesidad individualizada justifica el principio de desigualdad que, lejos de ser consecuencia es la causa–fundamento del ecosistema darwinista de las relaciones de poder que estructura la arquitectura de la utopía neoliberal.
Así, la parábola de los talentos –ampliamente desarrollada hoy como meritocracia–, señala la falacia del principio abstracto de la igualdad de oportunidades al esconder la cruda realidad que se cierne sobre el talento perdido; subempleo, desempleo, exclusión, precariedad, etc. Sin duda, el miedo al fracaso individual es el éxito de la depredación económica bajo la fórmula compartida de la subyugación moral, ya que sin pobres no hay ricos.
¡Barco a la deriva! En la utopía neoliberal no hay una razón compartida
Incluso la idea de crecimiento y desarrollo se ve embargada por la necesidad constante de acumulación de capital y maximización del beneficio por desposesión generalizada en niveles que desbordan ya los propios contornos de la utopía neoliberal. Esta desposesión articulada por la economía financiera genera fenómenos económicos tan disruptivos como las crisis que justifican las gigantescas intervenciones monetarias de los Bancos Centrales, o los astronómicos presupuestos de defensa.
Los privilegios injustificables de los acumuladores de capital sobre sus desiguales inferiores genera un lenguaje catártico –amalgama de sentimientos y agravios–, que se polariza en torno a la violencia estructural que da alma a la utopía neoliberal. Lenguaje catártico cuyo máximo desarrollo instrumental se encuentra en el lenguaje del derecho bajo el oxímoron de un concepto de justicia que no responde a ningún valor colectivo, sino a los intereses del estatus quo neoliberal (11).
Sin embargo, lo relevante, no es el vicio de parcialidad manifiesta del ordenamiento jurídico, o la arbitrariedad «interpretativa» del poder judicial, tantas veces evidenciada en sentencias económicas o de género. En el derecho no hay razón compartida; hay leyes y hay sentencias cuyo único criterio de verdad consiste en dar voz a la resistencia de la víctima o a la opresión del dominante, pero no a una razón compartida.
El tesoro nazi de Carl Schmitt; la distinción amigo – enemigo.
Sin razón compartida no hay sociedad, sólo individuos y la democracia sólo puede reinterpretarse en términos autoritarios a los efectos de llamada al orden en el reino de la demagogia. Y es aquí donde resurge, una y otra vez, el tesoro nazi de la teoría jurídica de Carl Schmitt y su distinción política del amigo–enemigo (12).
Así la demagogia contra «la casta» de las élites económicas avivó el surgimiento de la demagogia anti bolivariana contra las «elites intelectuales» de la izquierda. Pero mientras el péndulo de trincheras, amigo–enemigo, oscila se van borrando las fronteras entre la realidad y la fantasía en un mundo ya carente de lógica porque carece de razón colectiva.
Esta degradación política del lenguaje catártico que tiene lugar en la utopía neoliberal conforma el mayor potencial de la lógica schmitteana en reclamo del «hombre fuerte»; ese personaje bravucón y fanfarrón, esencialmente matón y anti-intelectual, líder ventrílocuo de las masas.
Curiosamente alguien ha abierto en España el baúl de los recuerdos y las derechas españolas compiten patéticamente sobre esta vieja idea de autoridad. En Estados Unidos, Brasil, Reino Unido y otros países, los requisitos de bravuconería y fanfarronería se cumplen sobradamente. Sin embargo, la crisis de la utopía neoliberal está ya en avanzado proceso de desintegración de sus propios relatos mitológicos.
Pero la paradoja actual es que la sociedad del siglo XXI es más robusta que la del siglo XIX, y el sistema de poderes se encuentra tan fuertemente acosado por crisis estructurales, pandemias y riesgos medioambientales que al igual que sucede con el rey desnudo del cuento de Andersen, la realidad rebela ya la insostenibilidad absoluta de la locura neoliberal generada por las ideas liberales que dieron forma al siglo XIX (13).
© 200618 PACO MUÑOZ
NOTAS:
1.- Postular que la economía, el derecho y la política son, en esencia, tres caras de una y la misma cosa, deviene toda una herejía ampliamente perseguida por la doctrina neoliberal. La «ofensa» radica en que la ortodoxia considera muy perjudicial esta estrecha vinculación real entre economía, derecho y política y desacredita la realidad como anatema legal estricto tanto en la doctrina libresca, como en el discurso político recurriendo permanentemente al mantra de Montesquieu (siglo XVIII), sobre la separación de poderes. Pese a ello la reciente reacción del Tribunal Constitucional de Alemania contra la política monetaria del Banco Central Europeo es todo un hito que, cuanto menos, señala hacia el proceso de desintegración de la utopía neoliberal. Ver la primera parte de esta serie de artículos: https://rebelion.org/la-propiedad-irresponsable-y-los-gestores-del-capital-los-confusos-trayectos-de-la-voluntad/
2.- Los conceptos de «razón» y «racionalidad» tienen una diversidad de significados importantes. La humanidad no se mueve en un territorio de racionalidad única, mucho menos cuando se persiguen fines determinados. Es por ello que con el término «racionalidad instrumental» señalamos aquí la lógica de conveniencia en el espectro medios–fines. Es decir, la que trata del método de elección de los medios mas adecuados para la obtención de fines dados. A diferencia de la «racionalidad científica», o «racionalidad epistemológica» –donde el patrón de referencia siempre es el mundo real en forma de apoyo empírico–, la «racionalidad instrumental» no tiene más patrón de referencia que la conveniencia del poder establecido. En la doctrina neoliberal ese patrón de verdad se justifica en la razón individual frente a la razón colectiva bajo el axioma de la «Ley del beneficio privado». Sobre los distintos tipos de racionalidad ver, entre otros, Bunge, M. (1985), Racionalidad y Realismo, Alianza Universidad, Madrid.
4.- Si por «razón» entendemos todo aquello que para un individuo justifica la verdad, o la probabilidad, de su creencia, esta «justificación» deviene en el fundamento mismo en el que se basa esa creencia. Consecuentemente «razón» y «justificación» componen una misma operación mental que sólo se rompe por la exigencia de «validación empírica» de la racionalidad científica. Esto no ocurre en las restantes tipologías de racionalidad, mucho menos en la racionalidad instrumental. Así si consideramos a la economía neoliberal como una técnica de justificación de la fortuna individual, el derecho no pasa de ser un oficio de mera argumentación, donde verdad y mentira tienden a equilibrarse en un relato presidido por la única lógica de justificar el poder de un estatus quo, aparentemente sin historia, aunque nacido de la violencia, el dominio, la desposesión y los privilegios.
5.- Tampoco es cierto que por encima del umbral de la pobreza florezca la libertad, sino que ésta se dosifica limitándola fuertemente por estratos de ingresos y patrimonio. Sueño de libertad que a partir de ciertos estratos puede expandirse ligeramente mediante endeudamiento para deambular por los mercados de consumo bajo el concepto de «poder adquisitivo»; el mayor atributo capitalista de libertad. Consecuentemente en el siglo XXI la libertad se concibe, pues, como un atributo ligado a la cuenta corriente. Es por ello que, para los destinatarios del Ingreso Mínimo Vital, la libertad no es otra cosa que la frustración de un lujoso sueño inalcanzable por mucho que lo muestre la televisión y el cine a diario. Sobre el umbral de pobreza fijado por el Banco de España ver:
6.- Aquí el cinismo político alcanza elevadas cotas de patología psiquiátrica y un refinado grado de sadismo ideológico ya que bajo el eufemismo de la denominada «población vulnerable en riesgo de exclusión» se reducen todos los salmos que alaban la «dignidad» humana a la simple función biológica de la alimentación a razón de 460€/mes. Todo un capital que destacadas figuras de la política nacional califican de derroche destinado a fomentar la pereza o «cronificación del desempleo» mediante «un sueldo Nescafé para toda la vida» en lo que el líder de Vox denomina como «el paraíso comunista» y el economista liberal Daniel Lacalle califica como «subvención a la obediencia». La izquierda, por el contrario, no es menos irónica enarbolando la bandera del orden neoliberal para argumentar que ese dinero del Ingreso Mínimo Vital no irá a paraísos fiscales, sino que se vehiculizará hacia el pequeño comercio de cercanía, presentando al pobre como el vehículo instrumental idóneo entre el Estado y las tiendas de ultramarinos. En cualquier caso, lo relevante y significativo es que ni derecha, ni izquierda, razonan en términos de derechos fundamentales; mucho menos en términos de Derechos Humanos.
7.- Harvey, David (2015) Breve historia del neoliberalismo. Buenos Aires: Akal.
10.- Bajo la metáfora del «monstruo de las tres cabezas» se recrea lo que podríamos considerar como una figura central del imaginario neoliberal. Imaginemos que el viejo perro de Hades –también conocido como el can Cerbero–, de la mitología griega podría haber evolucionado en el siglo XXI a la figura mitológica de una serpiente de tres cabezas. La más compasiva ofrecería la manzana envenenada de «la deuda»; que alimenta el metabolismo financiero del monstruo. La más engañosa sería de lengua bífida y dientes afilados bajo birrete y toga; mordería la inflación al mismo tiempo que con su saliva produce constantemente pompas y burbujas. Luego la cabeza más arrogante y destructora sería la que se ocupa de la demolición del Estado como instrumento de solidaridad y seguridad social. Su función sería la de inyectar el corrosivo veneno del austericidio. Un veneno de destrucción masiva que no solo deja al Estado sin recursos, sino que lo deja impedido de poder alumbrar ningún objetivo colectivo positivo, ni tan siquiera en el momento COVID actual. El horror de la criatura es que teniendo tres cabezas no tiene cerebro; sólo estómago. Y esta es la moraleja del cuento; el dinero carece de razón (valor) porque su función no es otra que la de ser el nutriente metabólico de un poder estratificado.
11.- En 1987 Margaret Thatcher afirmaba en una entrevista publicada en la revista inglesa Woman’s Own que; «No existe eso de la Sociedad. Hay hombres y mujeres individuales, y hay familias». Una idea que viene de la escuela austriaca, plasmada en 1944 por Friedrich Von Hayek en su libro «Camino de servidumbre», uno de los fundamentos ideológicos del neoliberalismo. Ver, por ejemplo: https://www.jornada.com.mx/2013/04/10/opinion/034a1eco
12.- En su libro «El concepto de lo político» (1927), publicado por Alianza Editorial en 1991, Carl Schmitt, afirmó que lo fundamental para «lo político» es la distinción entre amigo y enemigo, quién está en la comunidad política y quién está fuera. Un concepto ampliamente extendido en el mundo actual de la academia, la economía, el trabajo y los negocios.
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