En este
año 2017 mientras la presidenta de Andalucía se postula para salvar el futuro
de España, Europa se dispone a afrontar el Brexit y los americanos reordenarán
sus criterios de prioridades bajo la norma del “America Frist” decretada
por el nuevo presidente Donald Trump.
Europa
se deshace, Estados Unidos se aisla y el mundo se reviste de una incertidumbre
profunda consecuencia del gran daño provocado por la crisis financiera de 2008.
Pocos confían en el futuro y muchos ciudadanos en todos los rincones del
planeta han perdido la fe en el progreso. En occidente pocos creen que el
futuro les traerá una mejora material, y menos aún que sus hijos vayan a tener
una vida mejor que la suya.
En
España la desigualdad alcanza proporciones gigantescas con grandes comunidades
en desempleo permanente, una economía sumergida en el trapicheo estructural,
una corrupción institucionalizada y un Estado protector de las oligarquías
improductivas; rentistas y financieras, especializadas en el latrocinio y
explotación de las necesidades ciudadanas.
Con
una participación del 13% en el PIB nacional de qué futuro habla la presidenta
de la Junta cuando ya nadie habla en Andalucía de progreso porque todo el mundo
entiende que se trata de una idea que a estas alturas del siglo XXI ha perdido
toda credibilidad.
Británicos
y norteamericanos miran para atrás retornando incluso sus industrias al suelo
patrio porque, en gran medida, tienen miedo de mirar al futuro. Lo mismo pasa
con los nacionalismos populistas europeos tanto de izquierdas como de derechas,
empeñados todos en un soberanismo numantino que en medio de una globalización
incipiente ha perdido ya la fe en el progreso.
Sin
embargo la fe en el progreso fue la idea central que en todo momento animó
europa desde el siglo XVII hasta convertirse en la clave del contrato político
y social del siglo XX. Producción, comercio y desarrollo conformaron entonces los
pilares de la sociedad del bienestar y de las oportunidades. El territorio
abierto donde los hijos mejoraban contínuamente la situación de los padres.
La
idea de progreso fue siempre el ADN de la izquierda, aunque la derecha la hacía
propia en la bonanza económica para sacrificar sus logros sociales en los
momentos de crisis convirtiendo el progreso en lujo bajo la retórica de la
austeridad.
En
España nunca enraizó una idea de progreso soportada sobre fuerzas propias, y
con la transición el progreso se afianzó sobre los pies de barro de la
especulación rentista. Se eliminaron los sectores arcáicos y sobre sus solares
solo se edificaron pisos.
El
PSOE abandonó el marxismo y asumió el embrujo de la “burbuja” como el algoritmo
más eficiente del progreso nacional. Rápidamente los rentistas y terratenientes
de la derecha se subieron al carro de la especulación financiera y de las
subvenciones de la PAC. Fue el momento en que José María Aznar proclamó su
famoso “España va bien”.
El
problema hoy es que a diferencia de británicos, norteamericanos, franceses,
alemanes, etc. los españoles no tenemos dónde mirarnos atrás para añorar éxitos
pasados. Nuestros últimos 300 años son cúmulos de fracasos y desencuentros
continuos.
Pero
si no tenemos pasado; ¿en qué espejo podemos mirarnos para siquiera poder
intuir un futuro? Aunque mirando bien tampoco tenemos presente, por cuanto
sabemos que nuestros hijos difícilmente podrán mantener el estatus de sus
padres.
El
15M se miró en las calles y plazas y justificó en el austericidio la
reivindicación de un Estado inclusivo. Sin embargo Podemos volvió la vista
atrás para el relanzamiento de una vieja idea de revolución de los de abajo,
por los de abajo liderados por improvisados cuadros de “machos alfa” dispuestos
a rugir la cal viva de los antepasados. Un ajuste de cuentas justiciero
flanqueado por sufrientes “Macarenas” de Cádiz mostrando los corazones
apuñalados de los desprotegidos andaluces.
La
esperanza importada del “Yes we can” de
Obama se transforma en Podemos en el sueño de un futuro dedicado a ajusticiar
el pasado como mecanismo de cambio. Ni rastro de una idea de progreso.
Sin
la toga inquisitorial los modernistas de Ciudadanos reproducen el mismo esquema
bajo el tecnicismo de los ajustes a un mecanismo corrupto y desviado por la
herrumbre del tiempo. El futuro es el brillo y explendor del viejo mecanismo
estatal adelgazado de instituciones obsoletas, limpio de corruptelas y
abrillantado permanentemente con el algodón de Mister Albert y su ejército de
don limpios. Ni rastro de una idea de progreso.
Por
parte de la izquierda tradicional el PSOE se define como el vigilante del
Estado del Bienestar aparentemente surgido de la época de la burbuja política y
económica del mago Felipe Merlín González. Del realismo de la miseria se pasó
al elixir de la economía financiera mediante los instrumentos del rentismo
aplicados a la expansión urbanística. Construcción, Banca y Turismo
arrinconaron la vieja agricultura y el progreso socialista consistia en
financiar el presente a costa del futuro.
Hoy nuestro
futuro se encuentra, en gran parte, deshauciado y la “industria” financiera se
apropia del presente a costa de las deudas del pasado. Y es en este contexto
que la presidenta de Andalucía mira atrás y habla de “blindar” la burbuja del
fallido Estado del Bienestar como la política progresista del presente. Pero ni
rastro de una idea de progreso.
Finalmente
el PP es el único que mira al presente reorientando las instituciones del
Estado como el gran garante del estatus quo de los poderes fácticos y las
clases acomodadas. Justicia, Orden público, Fiscalidad, Educación, etc, etc, se
atrincheran ante la amenaza del acoso prolongado de las grandes masas de excluidos
por el austericidio. No hay alternativa. El Estado se configura como un castillo
medieval en el que las distintas “noblezas” encuentran acomodo y protección de
la creciente masa de nuevos siervos de la gleba; jóvenes malpagados, adultos en
paro crónico, sacrificados del progreso tecnológico, víctimas de las sacudidas
económicas, etc, etc. Para la derecha española el futuro es la apropiación del
Estado y sus instituciones como fortín de defensa y conservación del estatus
quo del presente. Ni rastro de una idea de progreso.
Sin
embargo durante decenios el crecimiento ha sido en occidente el mejor generador
de políticas sensatas de cohesión social. La idea de progreso abarcaba todos
los ambitos de la vida social; salud, educación, infraestructuras públicas,
protección, etc, etc. Sin idea de progreso sucumbe la cohesión social y la justicia
social, perdiendose la brújula que guía las sociedades inclusivas en el siglo
XXI.
Andalucía
carece de idea de progreso, al igual que el resto de España y gran parte de
Europa. Su estancamiento es secular. Es por ello que la prioridad urgente no
puede ser otra que redefinir la idea de progreso en el contexto actual y
redactar la correspondiente agenda política. Una agenda sensata que, cuanto
menos, encare rigurosamente las dimensiones educativas, redistributivas,
macroeconómicas y espaciales de una comunidad que ha perdido su presente en un
pasado de faralaes y caireles de postín. Una agenda que mire hacia el futuro descartando
las soluciones del pasado que predican contextos de alto crecimiento; de
capital intensivo y fuerte desarrollo tecnológico.
Lo
que la sociedad andaluza del siglo XXI reclama es una comunidad social que sea
resilente a una demografía envejecida, a una economía sísmica y a una
tecnología importada que genera división en permanente hostilidad con el bien
común. Redefinir la idea de progeso en Andalucía es, pues, una necesidad de
primera magnitud a estas alturas del siglo XXI.
©170104PACO MUÑOZ
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