La
idea de igualdad y su vinculación al derecho y la justicia procede de una raíz
sánscrita (díkê) que hace referencia
al concepto genérico de «línea recta» emulando la idea astronómica de la «línea del horizonte» cuando la Tierra se consideraba plana y
por tanto esta línea de horizonte dividía aparentemente el cosmos en dos
partes presuntamente equiparables, aunque armónicamente contrapuestas; la tierra y el cielo.
Es
posible que esa misma analogía fronteriza de la línea del horizonte sirviera a
Platón para formular su influyente cosmología de la separación entre el mundo
de los hechos reales y el mundo de las ideas estableciendo la equivalencia
entre realidad y percepción. Equivalencia que en el Derecho no es natural sino
que está siempre mediatizada por el criterio del juez que valora la prueba con
arreglo a su entendimiento; verdadero trono del omnímodo poder judicial.
El
juez representa aquí la vieja regla de la rectitud del horizonte cosmológico
mediante la invocación a la imparcialidad. Un concepto visagra del carácter
esquizofrénico de la propia naturaleza geminada del juez. Si la justicia es
ciega el Juez es su eunuco más empoderado toda vez que se define como un ser
humano con su vellosidad sexual al mismo tiempo que asexuado (imparcial; “sin
partes”) en su intelecto jurídico. Toda una aberración de la naturaleza humana;
biológica y psiquiátrica.
Sin
embargo Justicia y Derecho no son lo mismo toda vez que la justicia, además de
la connotación jurídica, tiene un profundo significado moral autónomo. Un
significado que proviene de la propia mitología de la divinidad y de su más
íntimo atributo de infalible perfección de voluntad. Perfección de la que se
nutre toda norma de género humano.
Se
trata de una idea antiquísima, que puede rastrearse hasta el mundo
hebraico-cristiano toda vez que el cristianismo no distingue entre derecho y
moral dado el carácter omnipresente de la legislación divina. Idea que se
expresa claramente tanto en el Antiguo Testamento (por ejemplo Deuteronomio,
XXXII, 4; salmos,VII, 12) como en el nuevo (especialmente en las Epístolas de
san Pablo a los Romanos,I,17;II,2;III21-26).
Justicia
en la cultura occidental representa pues la virtud y la perfección moral del
hombre justo. Sin embargo no es hasta el Rey Salomón que la justicia no se
condimenta con el signifcado de igualdad en un puro acto judicial. Así el
Antiguo Testamento recoge la primera sentencia igualitaria en un litigio de
custodia paternal donde el célebre Rey Salomón toma la justicia a partes
iguales cuando se cuenta que: “Entonces
ordenó el Rey: ‘Traedme una espada’. Presentaron la espada al Rey y este
sentenció: Cortad el niño vivo en dos partes y dad mitad a una y mitad a otra.”
(Reyes, III, 25-26)
La
igualdad entra en la justicia por la puerta de la barbarie y se asienta por el
mismo camino con la Revolución Francesa y el empoderamiento del Brigadier
General Napoleón Bonaparte cuando en las plazas de Lyon empezó a cañonear con
metralla de clavos a los revolucionarios por miles de iguales. Corrían los
tiempos de 1795.
Sin
embargo la burguesía francesa que inventó el sistema repúblicano y consagró la
separación de poderes proclamó la igualdad en un sentido social y político
frente a la Ley toda vez que la idea central del nuevo republicanismo
establecía que todas las personas tienen derechos y obligaciones ante el Estado
y ante la Ley. No quiere esto decir que derechos y obligaciones fuesen para
todos por igual.
Pero
fue a partir de ahí que empezó a germinar la idea de la ausencia total de
discriminación entre los seres humanos. Idea todavía inconclusa y harto
polémica a estas alturas del siglo XXI.
No
obstante, si bien la igualdad matemática es un concepto de éxito en los avances
de la ciencia y la tecnología actual, la igualdad social y humana –incluso en
la vertiente de ausencia de discriminación–, sigue siendo un concepto vacío que
da forma de gigantesco soufflé acaramelado a otro de los falsos mitos que
fundamentan la frágil arquitectura de la sociedad actual, junto con el de la
justicia ciega y la satírica imparcialidad de los jueces.
Resulta, pues, irracional, ridículo, y hasta pueril, suponer que las infinitas inequidades que genera un modelo de sociedad de contínua fractura social a todas las escalas –locales, regionales y planetaria–, puede desaparecer, o allanarse, por el ejercicio de una justicia concebida y justificada en la absoluta conservación y protección del estatus quo dominante.
Resulta, pues, irracional, ridículo, y hasta pueril, suponer que las infinitas inequidades que genera un modelo de sociedad de contínua fractura social a todas las escalas –locales, regionales y planetaria–, puede desaparecer, o allanarse, por el ejercicio de una justicia concebida y justificada en la absoluta conservación y protección del estatus quo dominante.
© 170219 PACO MUÑOZ
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