La Calle de Córdoba XXI

lunes, 14 de noviembre de 2016

La incertidumbre vuelve a casa

El fracaso de Clinton es también el fracaso del mundo de los expertos mediáticos con el hundimiento de la sociología estadística, la politología y de todas las ciencias de la opinión; economistas incluidos.

Una mayoría de “deplorables” en la sombra del mundo rural americano ha implosionado la globalización con su voto al chulesco, ignorante e imprevisible multimillonario Trump. ¿Se trata de una contradicción, o es una revolución? La pregunta rescata la vieja cuestión de ¿cómo hacemos para meter el mundo en palabras?.


Las palabras fluyen por doquier en erupciones volcánicas de todos los colores y lenguas. Sin embargo la realidad sigue inmutable su curso natural; Ganó Trump, y ejércitos de expertos y sabios explican la naturaleza de lo que ni siquiera conocen.

Consecuentemente, el fracaso del método estadístico de las encuestas como foto de la realidad empírica trae sobre la mesa el inconmensurable abismo que existe entre dos ámbitos ontológicos secularmente separados; el lenguaje y la naturaleza. Siempre existen aspectos difíciles de cuantificar y ninguna cifra puede reflejar ningún ámbito de la vida humana; mucho menos el político. Durante mucho tiempo las élites intelectuales han venido ignorando que toda cifra está supeditada a teorías particulares que centrandose exclusivamente en unos aspectos, ignoran otros que pueden ser de mayor relevancia.

La incertidumbre vuelve a casa. Y con la incertidumbre se instaura un tiempo de inseguridad global donde los miedos llaman a la movilización y a la autocrítica demoledora de una izquierda que decepcionando al núcleo central de sus electores naturales se ha ido convirtiendo en parte integrante de la élite política y económica de la sociedad actual.

Desde Ronald Reagan la narrativa neoliberal imponía desde occidente la certeza del desarrollismo y la globalización capitalista. El egoismo humano consolidaba la realidad de los mercados y se convertía en fuente objetiva de la naturaleza social; no había alternativa.

Tras la crisis de 2008 la narrativa de ejercitos de expertos y politólogos al uso empezó a repetir hasta la saciedad un mismo concepto especialmente contradictorio que el pasado miércoles 9 de noviembre alcanzó su zenit planetario con la irrupción de Donald Trump en el escenario mundial como nuevo presidente electo de Estados Unidos.

La imprevisibilidad de la arrogancia caprichosa de Trump no refleja en ningún caso convicciones ideológicas arraigadas, y sus contínuas contradicciones sólo pueden entenderse bajo la óptica de un populismo táctico que busca romper así las cadenas de certidumbre de los sabios y expertos de Washington. Ruptura que logra incluso con 400.000 votos menos que Clinton.

A diferencia de los populismos europeos, el populismo de Trump viene marcado por un autoritarismo de naturaleza pragmática propia de un acaudalado magnate inmobiliario que se ha forjado en el negocio rodeado de otros magnates multimillonarios.

Su aptitud experimentada es, por tanto, la del “juego del acuerdo” en la cuerda floja de la ventaja y la pérdida, en un sistema muy semejante al de la mesa de poker del casino donde las mentiras, el amiguismo, el odio y la ignorancia se imponen al debate sensato y racional. Juego de “faroles” que se muestra ampliamente en sus constantes contradicciones, y en especial en relación al “Obamacare” tras su entrevista con el ahora “amigo” Obama.

Sin embargo la inexperiencia política de Trump, así como el enorme campo de acción de sus deciciones presidenciales –inabarcables, y de escaso interés, para un personaje de casino–, situarán su pragmatismo real en un incongruente conjunto de círculos excentricos manejados por su equipo de asesores y cargos nombrados. Trump será, pues, rehen del establishment norteamericano en mucho mayor grado de lo que lo fueron Ronald Reagan y George Busch hijo, y flamante amigo de Aznar, lo que hace previsible un pragmatismo centrista y conservador en los campos de interés de las oligarquías norteamericanas.

En la periferia del imperio, la cuestión del populismo cambia radicalmente. Así, pues, desde Syriza, en Grecia, a Trump, en USA, pasando por Le Pen, en Francia, Podemos, en España y los mismos fenómenos en Inglaterra, Polonia, Finlandia, etc, etc, los expertos hablan del auge de “los populismos” en contra de las “viejas políticas de la casta,” dicho sea esto en términos de la narrativa podemíta española por cuanto los americanos usan, en su lugar, el término “establishment”, que es lo mismo.

En este sentido, la antropóloga Janine R. Wedel señala la existencia de una extendida crisis de confianza en las instituciones cívicas (gobiernos, parlamentos, tribunales y medios de comunicación, entre otras), como factor central determinante del ascenso de figuras como Trump y otras, parecidas a él, en distintos paises alrededor del mundo.

No se trata de un fenómeno nuevo ya que un estudio de 2007 encargado por la ONU ya constataba este patrón generalizado en las últimas cuatro décadas en casi todas las llamadas democracias desarrolladas e industrializadas. En España el llamado movimiento del 15 M puede caracterizarse como una manifestación masiva de esta desconfianza antisistema y antiélites que se extiende desde Occupy Wall Street hasta el Brexit.

Sin embargo, la primera consecuencia apreciable de la victoria de Trump en Washington es que deja descolocada a la inglaterra post–Brexit en el nuevo mundo trumpiano de la “América primero”, ya que la agenda “antiglobalización” de Trump amenaza con el levantamiento de numerosos muros comerciales proteccionistas en un nuevo mundo dividido en bloques comerciales rivales.

Lo mismo le ocurre a los nacionalismos independentistas europeos, y en especial al independentismo catalán, ciertamente inviable en un mundo donde el comercio y la circulación de capitales quede supeditado a las dinámicas de los soberanismos regionales.

Pero la victoria de Trump afecta también a la seguridad de Europa, y en especial a la relación de Europa con Rusia y más, en general, a la relación de Europa con Eurasia, donde aparecen territorios tan “delicados” como Ucrania, las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), Polonia, Hungría, Bulgaria, Turquía, Siria, Irán... y finalmente China.

Consecuentemente el trumpismo es, pues, una amenaza de primer orden contra el estaus quo de las élites europeas forjadas al amparo de la globalización. Personajes como Amancio Ortega, en España, o Carlos Slim, en Méjico, son los que, a primera vista, pueden resentirse del triunfo de Trump, nunca los cientos y miles de fábricas, comercios y pequeños negocios que se han visto arrastrados, en Europa y Latinoamérica, al cierre por las consecuencias de la globalización comercial y financiera.

Sin embargo Trump no es parte de la solución de los problemas seculares de la sociedad occidental, sino, muy al contrario, parte del problema. Un problema que ha empezado multiplicandose por la desconfianza que ha generado en todas partes dando por rotos todos los equilibrios que hasta ahora se tomaban como estables.

Consecuentemente el tacticismo pragmático de Trump ha creado una bola gigante de nieve que gira ineluctablemente a su encuentro con la amenaza de atraparlo en su propia imprevisibilidad.

© 161114 PACO MUÑOZ

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