La Calle de Córdoba XXI

viernes, 17 de junio de 2016

Dos socialdemocracias y un mismo pragmatismo. Pablo Iglesias avatar de Felipe González

Pablo Iglesias y Pedro Sanchez se presentan como socialdemócratas; uno con grado de cuarta dimensión y otro con historia de tercera vía. Sin embargo, si se ve a Sánchez como al meritorio de esta temporada de la cátedra de pragmatismo liberal de Felipe González y a Pablo Iglesias como al comunista populista mejor pagado de la universidad española aparece un paisaje muy diferente de biopolítica orgánica adaptativa.

                              Este artículo desarrolla las siguientes ideas fuerza:
                                   1º.- El genoma socialdemócrata de Pedro Sánchez
                                   2º.- La reconversión de lo obsoleto a lo inexistente
                                   3º.- La construcción del Estado bipolar español
                                   4º.- La muerte del bien común y el triunfo del individuo neoliberal
                                   5º.- De oligarca guerracivilista a ejecutivo emprendedor
                                   6º.- La transición a la burbuja de las emociones
                                   7º.- El ecosistema de los “piquitos de oro” y el hispanismo de los taxistas
                                   8º.- La socialdemocracia de “los sin pecado”
                                   9º.- Las fanfarrias de los quincemayistas contra el apocalipsis austericida
                                 10º.- La dictadura de los “piquitos de oro” y la parroquia del tuerto
                                 11º.- El mea culpa de la destrucción de la colectividad social española
                                 12º.- La conjura de los expertos necios
                                 13º.- El problema del sujeto político de Podemos
                                 14º.- La transversalidad truncada
                                 15º.- Juego de ejes y juego de tronos; el pragmatismo maquiavélico
                                 16º.- Pablo Iglesias; el avatar de Felipe González

El genoma socialdemócrata de Pedro Sánchez
Para empezar, Sánchez hereda las secuelas de un pragmatismo liberal que ha vaciado la economía española de toda conexión con la idea del Estado inclusivo de Bienestar social.  Los antiintelectuales nacionales de la escuela de Chicago  –ministeriados por Carlos Solchaga–, convirtieron la política de las décadas de los 80 y 90 en un esmerado ejercicio de gestión administrativa. Con el sabedor Solchaga la economía se hizo entonces ciencia presupuestaria de lo público levantando la admiración de las oligarquías del antiguo régimen franquista.

La reconversión de lo obsoleto a lo inexistente
Revolución, y reforma fueron entablilladas por la férula del Plan General Contable del neoliberalismo económico como única vía posible de un consenso social razonablemente edulcorado con unos servicios sociales de régimen paliativo tricotados en punto de cruz entre la beneficencia franciscana y un moderado buenismo secular caracterizado por una “solidaridad” minimalista de supervivencia. La reconversión industrial pasó de lo obsoleto a lo inexistente de un emprendimiento sin emprendedores. Una política que se mantuvo mediante el cheque generoso de las prejubilaciones de lujo a cuenta de la caja sin fondo de la Seguridad Social.

La construcción del Estado bipolar español
De esta forma la oligarquía española que administra las cosas no solo empezó a tamborilear por doquier su rentismo libertario –ajena a la agenda política del reformismo soft socialista–, sino que empezó también a disponer del Estado para la protección de sus intereses y actividades especulativas y financieras. Junto al ideario neoliberal Felipe importó en los 90 el Estado bipolar de los años 70 auspiciado por Reagan y Thatcher mediante la separación de dominios entre los propios del libre mercado –rigurosamente excluidos de la competencia democrática–, y los correspondientes a la sociedad reglada por el parlamentarismo del botón y los repartos territoriales.

La muerte del bien común y el triunfo del individuo neoliberal
Con la condena al marxismo Felipe dinamitó toda posibilidad de construir en España una comunidad gobernada por la moral y la ética del bien común gestando, en el vientre hinchado de la burbuja inmobiliaria, la transmutación del españolito mandobediente de la dictadura al individuo neoliberal de la economía especulativa.

La riqueza nunca fue en España la consecuencia de una sociedad racional y organizada por cuanto del feudalismo de nobles y sirvientes se pasó al rentismo colonial de conquistadores y tullidos de las guerras desembocando finalmente al caciquismo guerracivilista de vencedores y vencidos de la España del siglo XX.

La transición tampoco truncó esa anomalía histórica, sino que embalsamó en el sagrario la Constitución de Cádiz y encumbró la gran acumulación de riqueza en manos privadas a la consideración de un acaparamiento positivo; beneficioso para la sociedad por su teórico efecto de catarata redistributiva.

Una catarata jamás vista, pero que bajo el concepto de inversión y emprendimiento postulaba que la riqueza oligárquica se redistribuiría finalmente a la sociedad en forma de nuevas empresas y productos comerciales.

De oligarca guerracivilista a ejecutivo emprendedor
De esta forma la élite económica no tubo jamás problemas con los discursos de igualdad, justicia y progresión fiscal del felipismo socialista ya que la oligarquía española fue colocada en los altares del nuevo Estado bipolar español como el gran motor de la economía y el empleo de la sociedad española. La varita mágica del felipismo transmutó en un instante la vieja figura del caciquismo agrario en el fashion club de los inversores empresariales y ejecutivos de sastrería, cosmética mediática y look Botín (Conde sigue en la cárcel).

La transición a la burbuja de las emociones
La transición del pragmatismo felipista sacó a los españoles del franquismo para meterlos directamente en la feria del consumismo. Así, despojados de identidad política, madurez cultural y racionalidad objetiva transitamos alucinados en AVE desde el Estado de represión hasta la burbuja de las emociones financiada por banqueros y coloreada por los periodistas encumbrados a dioses del olímpo.

El ecosistema de los “piquitos de oro” y el hispanismo de los taxistas
Fue entonces cuando el viejo antiintelectualismo del franquismo traspasó la transición anegando todas las instituciones públicas y privadas con la cultura del éxito repentino. Todas las plazas públicas, parlamentos, organizaciones empresariales, instituciones financieras y medios de comunicación se repoblaron de una infinidad de “piquitos de oro”; intelectuales y expertos titulados por las muchas universidades provinciales –y provincianas–, de la democracia española. El ruido de la pajarería sigue siendo infernal. Ni siquiera el austericidio de Rajoy ha conseguido diezmar la plaga de “teólogos de parroquia” adictos a las tertulias de café con picatostes y jícara de chocolate convenientemente endulzado con el cheque de la cotización del día.

Sólo los taxistas permanecieron fieles al fetichismo del yugo y las flechas; los restos del viejo movimiento nacional se empotraron bien en las redes de seguridad del Estado y la banca, o bien crearon Ausbanc para el debido mantenimiento de las tradiciones hispánicas.

La socialdemocracia de “los sin pecado”
El caso de Pablo Iglesias es distinto. Su socialdemocracia emerge sin pecado de una trinidad globalizada entre el buenismo del papa Francisco, la cinematografía de Evita Perón y el comunismo mandobediente del orgullo del sorpasso Julio Anguíta.

Con inspiración en Ingvar Kamprad, el creador de IKEA, Iglesias inventa el mueble político transversal capitalizando la hostilidad creada por la indiferencia neoliberal a la solidaridad sin presupuesto del felipismo evolucionado con Zapatero y el posterior austericidio del registrador de la motosierra de Santa Pola.

Las fanfarrias de los quincemayistas contra el apocalipsis austericida
Desde las plazas públicas los quincemayistas recriminaron la falsa cantinela de la catarata de inversiones volátiles de las elites oligárquicas de la transición transformadas en auténticos vampiros de las cuentas del Estado. Por primera vez desde 1936 los plebeyos le tocaron las fanfarrias a los vampiros del Estado bipolar.

Y esto acontece en mitad del holocausto de la clase media española expulsada de sus sueños de bienestar, seguridad y progreso. Desde el mismo inicio de la crisis, políticos, banqueros y periodistas “piquitos de oro” tamborileaban cada hora el armagedón de una prima de riesgo con obesidad mórbida que amenazaba el colapso total de un país de entelequias asustadas por los mercados, los especuladores y los austericidas europeos.

Desde el poder judicial los tribunos de la oligarquía nacional tronaban las trompetas del apocalipsis liberal ajusticiando diariamente cientos de miles de contribuyentes sentenciados a la ruina y el desahucio en el altar de la deuda a un poder financiero rescatado con el dinero del pueblo.

La dictadura de los “piquitos de oro” y la parroquia del tuerto
Ante la vista de todos el pueblo paga con sangre sudor y lágrimas los desmanes de los oligarcas y las mentiras de los millares de “piquitos de oro” que todavía hoy continúan adulterando la realidad en los medios de comunicación con su arrogante ignorancia. Consecuentemente el régimen del 78 naufragó en sus propios vómitos.

Sin embargo, lo verdaderamente relevante del naufragio es que del mismo no emerge la solución democrática de la grave impostura hispánica. Ni siquiera hoy, en vísperas de las segundas elecciones del 26J, el Español medio dispone de una idea de conjunto de la sociedad común española. Cada “piquito de oro” canta las excelencias de su árbol, pero ninguno ve el bosque. El tuerto funda parroquia sobre su particular intuición de que hay un bosque pero tampoco lo ve porque lo distorsiona a su gusto. Razón por la que el austericida de la motosierra sigue siendo el más votado ante la profunda división de la autodenominada izquierda española.

El mea culpa de la destrucción de la colectividad social española
A estas alturas resulta paradójico que los “viejos” socialdemócratas del pragmatismo felipista todavía no hayan entonado el mea culpa del reconocimiento de que durante toda la transición han estado defendiendo los logros de la reforma liberal de un conservadurismo alineado con el estatus quo de las élites del antiguo régimen del 36.

En el 78 la exigencia de salir del sistema franquista se convirtió en el corazón y el alma de la transición. Sin embargo esta transición sólo desplegó sus arterias en la creación de grandes infraestructuras –financiadas mayoritariamente por fondos europeos–, y en la generación de la sensación de “progreso” mediante la creación de la burbuja inmobiliaria que desarrolló una economía básicamente especulativa.

Los logros materiales del consumismo masivo impedían también el desarrollo social postergando sine die profundas reformas tan necesarias como las de la justicia, la educación, los servicios sociales, el sistema productivo, etc. etc. Reformas que todas ellas se contentaron con la retórica del maquillaje parlamentario y el retoque de photoshop bajo el mantra de la adaptación de la oferta educativa a las cambiantes necesidades del mundo empresarial.

La conjura de los expertos necios
En medio de infinidad de parques tecnológicos, innumerables generaciones de políticas de I+D+i, planes de investigación, etc. el pragmatismo felipista alentaba una cultura de postureo individualista con la búsqueda efectiva de estatus sin meritocracia ni moral alguna que lo limitase. En la cultura del pelotazo, la solidaridad social quedó como una bella ucronía del fundamentalismo marxista. Lo colectivo del bien común quedó así fulminado por el arrastre del fabuloso estilo de vida de los nuevos ricos de la burbuja.

Desde entonces la imagen de una gente de talante pseudo aristocrático; lengua ágil; interconectada en las redes públicas y privadas de poder y riqueza; capaces de manifestar una preocupación por los oprimidos sin renunciar a ninguno de sus privilegios de clase para atajar esa difícil situación de los excluidos, se ha ido marcando en la retina de la ciudadanía hasta configurarse en el norte magnético del populismo de izquierdas.

El problema del sujeto político de Podemos
Es esta imagen la que identifica el territorio social de intereses comunes, y define –orienta– el mapa del populismo reivindicativo en el conflicto frente a las clases dominantes que salen indemnes del austericidio. Los excluidos y sus afectos se miran por primera vez en España en el espejo de los incluidos construyendo el sujeto político de Podemos.

Es el nuevo pueblo del “nosotros” frente a los “ellos” fuera de toda preponderancia de condiciones objetivas individuales. Un nuevo “pueblo” unificado mediante un proceso de indignación que polariza el territorio social con potentes gradientes de relatos ético–políticos.

Así pues; frente a un bloque azul autoritario y segregador; de profundas raíces en la historia de España emerge ahora una fuerza morada emancipadora que reclama el valor prioritario de la igualdad y la democracia real.

La transversalidad truncada
Sin embargo el principal problema de Podemos consiste precisamente en crear sobre los quincemayistas una nueva élite política que de cauce a este fenómeno popular eminentemente transversal. Transversalidad que ya se ha truncado con el desembarco de Izquierda Unida y la reformulación del relato ético en una difusa retórica de innovación política que mezcla el buenismo cristiano, el comunismo redivivo de Anguita y Monereo, y la cuarta socialdemocracia de Iglesias; admirador de Zapatero.

Juego de ejes y juego de tronos; el pragmatismo maquiavélico
Sin embargo las élites dirigentes de Podemos lejos de generar una idea sólida de innovación política en el eje “los de abajo”/”los de arriba” –o, sobre el eje democracia/oligarquía–, y aún más lejos todavía de desarrollar un nuevo estilo de liderazgo político, exhiben abiertamente su maestría en un pragmatismo maquiavélico de las relaciones de poder inspirado directamente en su bien “regalada” serie televisiva “Juego de Tronos”.

Pablo Iglesias; el avatar de Felipe González

De esta forma tan “plástica” Pablo Iglesias se convierte en el “avatar” de Felipe Gonzalez anunciando un pragmatismo necesariamente maquiavélico y de carácter absolutista–caudillista que enfrente efectivamente al pueblo de “los nuestros” contra los oligarcas de “los ellos”. Del estado de indignación pasaremos una vez más al autoritarismo mesiánico en dirección opuesta de la idea base de la socialdemocracia; la construcción de la sociedad del bien común basada en la integración de consenso racional; sin caudillos ni falsos intelectuales parroquianos y sin “piquitos de oro” ni pajarerías mediáticas.
©160617 Paco Muñoz

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