La Calle de Córdoba XXI

miércoles, 7 de julio de 2021

La masa fundamental de patrimonio y capital, el espacio jurídico–económico y la práctica de la justicia para paletos

“No sé cuál es la impresión que yo debo producir a los demás, pero a mis ojos no soy más que un niño jugando en la playa y que se divierte al descubrir de vez en cuando un guijarro más liso o una concha más bonita de lo habitual, mientras el gran océano de la verdad se extiende imperturbable ante mí”.

Isaac Newton (1)

A pesar del planetario fracaso de la Escuela de Chicago los meritados académicos de esta doctrina descompuesta siguen empecinados en que sus conocimientos sobre la economía son los correctos desde el punto de vista científico. Las ciencias sociales ya no son un enfrentamiento con la realidad, sino el arte de hacer ver como real lo que, a todas luces, es ficticio, mediante el embrujo de curvas, números y estadísticas. Lo que en la Edad Media se presentaba como prodigios de ángeles y santos, se presenta ahora en forma de gráficos matemáticos, fórmulas y parábolas celestiales como la que los economistas llaman «la eficiencia de Pareto»; la que aumenta cuando nadie sale perjudicado y la situación de alguien mejora.

Niños jugando en la Playa

Sin embargo, los efectos del tiempo sobre los procesos cognitivos y del razonamiento también pasan factura a todos los idealismos y sueños de razón hegemónica, o verdad de conveniencia. Es por ello que cada día que pasa resulta más patético oír a estos académicos y expertos titulados –también incrustados en gobiernos de todo signo político–, repetir hasta la saciedad las lógicas reiteradamente fracasadas para el conjunto social solo para mantener un estatus quo absolutamente insostenible. Paradójicamente académicos y expertos de la fracasada doctrina económica siguen la inercia de los niños de Newton que juegan en la playa totalmente ajenos al gran océano de la verdad que se extiende imperturbable ante ellos.

Pese a todo el discurso oficial sobre la eficiencia de la economía desde los años 80 del siglo XX hasta hoy, lo que la realidad nos muestra es que solo hay una economía con mayor desigualdad, menor inversión, menor productividad y cada vez menor empleo, que bajo el consenso del New Deal de Roosevelt que también se extendió en Europa con el nombre de «economía mixta» hasta la crisis de finales de la década de 1970.

Lo único cierto es que en pleno siglo XXI no hay ciencia económica involucrada en la creación, conservación y defensa de un estándar sostenible de bienestar social. En el gran océano no hay ni una sola patera pescando nuevas verdades, aunque, eso sí, las playas están abarrotadas de chiringuitos que venden recetas contables, curvas y estadísticas al mejor comprador bajo el axioma fundamental del mejor bazar capitalista. Es decir; «lo que alguien esté dispuesto a pagar por algo depende de la cantidad de dinero que tenga».

El misterio de la cara oculta de lo privado y el mundo de las partes sin un todo

Para los de la Escuela de Chicago lo público ha sido siempre la cara oculta de lo privado, pero lo realmente preocupante es que así lo ve también una gran mayoría de la población. Y ese ha sido, y es, su gran éxito histórico. No importa la formación, ni la capacidad intelectual; el hecho paradójico es que una gran mayoría de la población de los llamados países avanzados no percibe lo público como principio de eficacia. 

Consecuentemente el éxito del neoliberalismo no reside en sus doctrinas económicas sino en el hecho contradictorio de que cuanto más interconectada está la humanidad más soledad perciben los individuos, y más tensas, o inestables, se tornan las relaciones sociales. El neoliberalismo es un potente disolvente cáustico de la sociedad. Todo son particularidades autónomas, o partes sin un todo. La racionalidad adopta aquí una posición de estafa intelectual al eliminar el conjunto y centralizarse sobre las partes de la misma forma que un tribunal de justicia extrae a los justiciables y confronta sus versiones como sistemas aislados de la realidad que les rodea. El último ejemplo de esta técnica lo tenemos con el acuerdo de las pensiones y el enfoque del ministro Escrivá confrontando la situación de los baby boomers contra los intereses de sus hijos.

Es la misma estafa intelectual por la que los frutos de la investigación científica pública, nacional o internacional, pasan a la cara oculta de «lo privado» para reaparecer privatizados mediante el ungüento mágico de las leyes de protección de la propiedad intelectual. El más reciente de estos grandes milagros de la racionalidad neoliberal es el caso del desarrollo y producción de las vacunas contra el virus del COVID que pese a las investigaciones, de larga data, de las universidades públicas y al impulso económico de los fondos públicos, el protagonismo y la rentabilidad tienen finalmente grandes marcas privadas. Aquí lo relevante no son las ganancias, sino el hecho de que todo el mundo admita como racional la irracionalidad misma del sistema.

Las normas del Olimpo y la injusticia sublunar

Pero esto es lo que significa la democracia liberal bajo el enfoque de la racionalidad instrumental del simple conteo de votos cada cierto tiempo. Ciertamente hay igualdad de voto pese a la profunda desigualdad de los votantes. El principio es tan puramente algebraico como sutilmente trilero, toda vez que convierte el resultado de la suma en la propia categoría del todo social, sin tener en cuenta que desigualdad e insostenibilidad están vinculadas. De ahí la fragilidad de la democracia liberal y su alto grado de inestabilidad.

Sin embargo, esta maniobra trilera es consentida por todos porque el cumplimiento de las normas –es decir; el sometimiento–, genera adicción por la sensación de bienestar –es decir; orden–, incluso si la norma no es armónica, o in–justa, ya que el desorden genera ansiedad. Consecuentemente la base del sistema no descansa sobre ninguna racionalidad, sino sobre la sensación de estabilidad proveniente del sometimiento al orden establecido, siendo que este sometimiento genera, a su vez, la racionalidad instrumental del pragmatismo, o lo que es lo mismo; la versión «inteligente» del sometimiento yoista.

Pero las normas constitucionales carecen de equidad -o justicia–, tanto como los ángeles carecen de sexo. Pertenecen al Olimpo de la modernidad idealizada, razón por la que ningún tribunal estará dispuesto a reconocer el quebrantamiento real del ideal; lo que sucede con el art. 47 de la Constitución Española, por ejemplo. Sí el que estipula el derecho universal a la vivienda digna. La injusticia es, en todo caso, un efecto de la aplicación «sublunar» del ideal Olímpico normativo. Efecto que sólo incide, y se incrusta, en la esfera individual del justiciable por interpretación de un tribunal. Es decir; que, en la práctica, tanto la justicia como la injusticia son fenómenos relativos que nunca se hacen universales porque difícilmente traspasan la versión particular de los justiciables. 

La exorbitante montaña de jurisprudencia da testimonio de la ineficiencia estructural del sistema judicial. Ineficiencia intencional por la que queda doblemente blindada la Democracia liberal contra cualquier tipo de lógica racional pese a que el sistema constituye en sí mismo una gigantesca «contradictio in adjecto». El misterio de este entuerto reside en que todas las partes –o lo que es lo mismo; los miles de millones de individuos yoistas–, comparten la misma racionalidad instrumental pese a no tener los mismos intereses. Razón que explica el fenómeno de que los perjudicados puedan votar a sus perjudicadores. Todos juegan en la arena de la playa el divertido juego del malabarismo mágico a espaldas del gran océano de lo real. Sin perspectiva, no hay alternativa, solo una inmensidad de granos de arena.

El principio de la gravedad neoliberal

Según Newton la fuerza de atracción entre dos objetos cualesquiera depende de la masa. Paradójicamente ocurre lo mismo en el paradigma neoliberal solo que cambiando el concepto de masa por el concepto de estatus –o lo que es lo mismo; la masa privada de patrimonio y capital–, sustituyendo luego la «fuerza de atracción» por el concepto de «fuerza de dominio». Así, pues, en la física social del mundo neoliberal, el principio de gravedad dice que la fuerza de dominio entre dos personas cualesquiera depende del estatus. Un principio que reconoce ipso facto el orden neoliberal de la verticalidad jerárquica. Un principio que cuando impregna las normas implanta una lógica que destruye toda posibilidad de igualdad real haciendo irracional toda idea comunitaria. La democracia liberal es, pues, el oxímoron de la democracia del orden jerárquico neoliberal donde no existe horizontalidad posible. O lo que es lo mismo; la democracia liberal es la democracia de la desigualdad radical.

Asimismo, la globalización y la tecnología, han comportado que la distancia –es decir el espacio real–, ya no sea un concepto determinante ni siquiera en el ámbito local, sino un accidente de la física, una experiencia turística, una fuente de migraciones o un negocio de explotación. Todo son utilidades, y al amparo de la idea sagrada del beneficio privado no solo se justifica una brutal sobre–explotación agroganadera del planeta, sino también una hiperbólica sobre–explotación de los trabajadores. Esto significa, sin duda, que la jerarquía ya no es un fenómeno de orden local, regional, o nacional sino un factor de orden planetario cuya consolidación está en juego en el siglo XXI. Estados Unidos, Rusia y China disputan ya la cúpula de este orden jerárquico hegemónico en lo económico, lo político y lo jurídico. Pero también muestra que el único fundamento del beneficio económico es la injusticia social.

Sin embargo, el espacio real es también el «anfitrión» receptor de todos los contaminantes, residuos y basuras que genera el ideal de producción y consumo del neoliberalismo, tanto en su versión dura del capitalismo occidental, como en la versión china del «One Belt, One Road» (Una Franja, Una Ruta). Para el ideal de progreso del yoismo liberal, tampoco importa mucho los desequilibrios que la desorbitada fantasía productivista vierte en la naturaleza con las mastodónticas cantidades de desechos que genera continuamente el sistema, y que tardan siglos en biodegradarse o desaparecer. A casi nadie parece importarle esto, y la contabilidad del beneficio económico ignora inexcusablemente la cara oculta de la destrucción de los equilibrios del planeta en todos los ámbitos y sentidos. Se trata de una contabilidad «fake», o lo que es lo mismo; ¡FALSA!. Ni siquiera es necesario acudir a la teoría marxista del valor porque el beneficio no emerge, en ningún caso, de la mercancía, sino del ordenamiento jurídico. Es decir; de la «Ley»; La cara oculta del capitalismo; ¡Accionistas y jueces son hermanos siameses!

La revolución ausente de las ciencias sociales. Sin pensamiento no hay futuro.

Lo que está claro es que en pleno siglo XXI no existe ningún cuerpo de pensamiento que sustituya al marxismo en el planteamiento de un cambio de paradigma en las ciencias sociales. Siguiendo la estela de Thomas Kuhn en su trabajo de «La estructura de las revoluciones científicas» (1962), y poder identificar la gran anomalía del paradigma neoliberal, quizás sea necesario acudir al concepto de Einstein sobre la curvatura del espacio–tiempo sustituyéndolo aquí por un concepto de curvatura del espacio jurídico–económico que atrapa las masas de estatus –es decir las masas de patrimonio y capital–, creando el espacio jerárquico–temporal que las justifica jurídicamente; redefiniendo en cada momento el orden eficiente de la estructura jerárquica.

En este espacio jurídico–económico la separación de poderes es un viejo embeleco de feria de pueblo, ya que el Estado solo es un instrumento al servicio de la consolidación del espacio jerárquico–temporal. Así el «estatus» –es decir el binomio patrimonio mas capital–, le dice al Estado cómo tiene que doblar la curvatura –es decir; legislar–, y el Estado le dice al «estatus» cómo tiene que moverse para alcanzar sus fines, que no son otros que los de explotar económicamente a la masa de individuos abducidos por el liberalismo yoista. La riqueza ya no se encuentra tanto en la explotación de los recursos naturales, como en la explotación de los recursos humanos.

La cuestión a inicios del siglo XXI, es que cuanto más éxito tiene el neoliberalismo generando ricos, superricos y ricos estratosféricos, más dificultades tiene para adaptar la clase de lógica que justifica la gran brecha entre el 1% y el 99% de la población. En realidad, el neoliberalismo se encuentra en la misma situación en que se encontraba Ptolomeo añadiendo más y más epiciclos a su epicíclica visión del universo antiguo, solo que ahora, en la modernidad, no se añaden epiciclos, sino cantidades astronómicas de dinero ficticio en forma de Expansión Cuantitativa, Fondos NextGenerationEU, y toda clase de las llamadas «medidas de estimulo económico». Todas provenientes de la cara oculta de lo privado, es decir; de lo público.

Economía para ricos y justicia para paletos

¿Qué puede sentir un vecino de la Cañada Real, en Madrid, o de las Tres Mil Viviendas, en Sevilla, o de los suburbios de cualquier parte del mundo cuando ve por la tele la excentricidad de Jeff Bezos dentro de la capsula New Sephard anunciando su proyecto privado de paseos espaciales? ¿Es esto progreso, o la viva muestra del fracaso más rotundo de la humanidad; de toda la humanidad?

Este abismo astronómico entre el 1% de los más ricos y el quintil más bajo de los más pobres es inabarcable desde todo punto de vista. Jamás ha habido semejante distancia entre la población humana del planeta, ni tampoco es posible hallarla en ninguna especie animal de todos los que han habitado y habitan la tierra. Ni siquiera en los idearios religiosos es posible encontrar justificación para tal barbaridad ontológica que revela con claridad la gravísima disfunción patológica de la sociedad neoliberal actual. Jeff Bezos trata de convertirse en el nuevo Dios neoliberal no resucitado que asciende a los cielos por cuenta propia y sin diagnóstico psiquiátrico.

No hay mercados, ni concepto de justicia, que puedan explicar la lógica de semejante volumen de acaparamiento privado potenciador de la voluntad. Ni siquiera la viagra alcanza a potenciar el deseo con la mega intensidad que la riqueza parece potenciar la voluntad del yoista neoliberal. Sin embargo, la constatación de la realidad de estos volúmenes de acaparamiento de riqueza si dan testimonio de que los mercados no garantizan el intercambio equilibrado de mercancías, ni que la justicia basada en normas sea mínimamente imparcial y garantice el equilibrio entre las partes. Muy al contrario, la realidad muestra con hechos contundentes el monumental fracaso tanto de la economía como de la justicia que siempre han actuado en favor de la potenciación desmesurada del «estatus», o lo que es lo mismo; en favor de la desmesurada acumulación de riqueza.

Las evidencias son tan claras como invisibles en el mundo del liberalismo yoista donde todo el mundo divierte su vida jugando en la playa a la acumulación de granos de arena sin levantar la cabeza, ni tomar perspectiva, siquiera sobre el sentido de su propia existencia. Tampoco la izquierda europea, o americana –mucho menos la española– plantean otra cosa que un mejor intercambio de esos diminutos fragmentos de limo o arena de playa. Es decir, de mejor reparto de ganancias. Pero sin levantar la vista no hay revolución posible porque nadie ve la playa ni el horizonte del mar, o la frontera ente la playa y el océano de Newton. Mucho menos la curvatura einsteiniana del espacio jurídico–económico que atrapa y protege las masas de estatus. O lo que es lo mismo; las masas de patrimonio y capital.

© 210707 PACO MUÑOZ
NOTAS:


NOTA ACLARATORIA: este artículo sigue la senda iniciada por el artículo: 
1º.- EL LIBERALISMO Y LA DOCTRINA ECONÓMICA DE LOS TRES TANTOS 

Que a su vez toma impulso del artículo:
2º.- VAROUFAKIS Y LA OTRA REALIDAD. LA REVOLUCIÓN ECONÓMICA EN EL SIGLO XXI






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