La Calle de Córdoba XXI

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El misterio de ser de izquierdas en un país de derechas: Diez cuentos para tiempos de pandemia

No busques la verdad. La verdad te encuentra a ti
Corren tiempos de infortunios e irritación generalizada donde burbujean con renovado impulso seductoras retóricas hiperbólicas para agitación de convicciones. Quizás, en este estado de cosas, pueda ser prudente abandonar esa vieja ortodoxia de la sabiduría que baja del monte Sinaí con la cátedra bajo el brazo repartiendo tablas y mandamientos –hoy: excel y gráficas–, para su turbo lectura urbi et orbi; rápida, obediente, y mejor en diagonal. Es decir; en powerpoint.

Por el contrario, esta construcción narrativa se teje entre diez puntos de observación reflexiva, desprovistos de toda pretensión soberana y expuestos para su crítica y mejora con el espíritu reposado del gran maestro Giovanni Boccaccio, más experimentado en cuestión de conversaciones en pandemias. En todo caso se trata de digerirlos rumiándolos sosegadamente; no de atropellarlos. En ningún caso se recomienda aquí la búsqueda activa de la verdad, porque, con toda seguridad, la verdad normalmente le encuentra siempre a uno.

Aunque si es posible que no identifique claramente al lobo del cuento en los relatos. En compensación, si es probable que el lector encuentre una sobreabundancia de caperucitos y caperucitas a la espera de su oportunidad. Tampoco hay príncipe, pero sí encontrará en estos cuentos mucho ceniciento acoplado a los placeres de palacio. Acomódese.

CUENTO PRIMERO: Del oportunismo a la tutela del precariado; un recorrido cervantino

Dicen que el holandés Erasmo de Rotterdam reconocía ya en el siglo XV que en el país de los ciegos el tuerto es el Rey. Sin embargo, es probable que no tuviera noticia de la dinastía de los borbones, que más que tuertos les parecerían «listillos» en la vertiente de oportunistas. Tampoco parece que conociera en profundidad el arte de los españoles cultivando el don de la oportunidad en su vertiente más narcisista, pues varios siglos después las contribuciones españolas a la cultura occidental adquieren, sin duda, niveles paradigmáticos de asombro y megalomanía. Los dos últimos ejemplos dan fe de la herencia cervantina.

De un lado nos encontramos, con un piadoso cocinero deluxe español que no solo anuncia, a todo un planeta arruinado por la pandemia, que España es el país más rico del mundo, sino que, al mismo tiempo, reparte beneficencia Michelín a los indigentes hambrientos de Estados Unidos. Pero, por otro lado –y éste no menos asombroso que aquel–, se nos presenta en plena pandemia el mega hospital de emergencias sanitarias concebido por el tri-party presidido por la presidenta Ayuso, inaugurado ahora en Madrid. Un hospital tan avanzado que no necesita ni puertas, ni quirófanos… ni parece que vaya a necesitar personal. (1)

Y es que siguiendo la tradición quijotesca conservadora nuestras derechas ancestrales jamás pensaron que había pobres en España, sino mucho sibarita frustrado y sin dinero. Por contra las izquierdas constitucionalistas surgidas del 78, no sólo abandonaron al proletariado obsoleto, sino que con mejor criterio se especializaron en el pragmatismo de la tutela permanentemente del gran precariado prometiendo, campaña a campaña, la emancipación eterna en la otra vida.

¿Realismo? ¡No!; ¿Religión?... ¡Tampoco!; ¿Racionalismo?... ¡Ni por revelación metafísica!; ¿Voluntad?... ¡Siempre!

CUENTO SEGUNDO: Montesquieu; entre el Toro de Osborne y el Chumino Rebelde español

La voluntad conforma el genoma más predominante en el organismo público español. Y es que, con un edificio legislativo plagado de fallos estructurales, lagunas y goteras permanentemente disimuladas a base de notables capas de gotelé legislativo; el ciudadano español parece que sufre, a criterio de algunos, un exceso de normas alterables y poliédricas; siempre según conveniencia de alguien. Una especie de patología legislativa que administrada, además, por una creativa jerarquía jurisdiccional –sobresaturada (cabreada), autoritaria, inmóvil y soberana–, produce efectos alucinógenos para unos y afrodisiacos para otros.

Con un entramado así resulta virtuosa la obediencia debida al poder más oscuro del triángulo de Montesquieu, pues no resulta muy descabellado decir que, en España, más que el imperio de la ley lo que reina es el imperio de la voluntad soberana. O lo que es lo mismo; el imperio de lo que cuelga del mítico «Toro de Osborne»

No es de extrañar, pues, la doble cara que tiene la legolatría en España que, en una noche de verano, puede cambiar de un plumazo la misma constitución, mientras que una ciudadana, de a pie, es obligada a recorrer un calvario judicial por más de 20 años y acumular más de tres indultos sobre un mismo supuesto de delito. (2) Tras una jurisprudencia acumulada de injusticias jurisdiccionales «ope legis», ni tan siquiera conmueve ya la reciente sentencia del juez de Málaga condenando a una mujer por la exaltación multitudinaria del «Chumino Rebelde». (3)

CUENTO TERCERO: Del estrabismo divergente al tuerto polifásico; la tortilla sevillana

Así mientras la derecha social y su coro anexo de expertos padecen de estrabismo divergente en sus análisis del folklore nacional, la izquierda social se mantiene genéticamente tuerta con oscilación ocular polifásica; ora con un astigmatismo agudo en su ojo progresista, ora con hipermetropía en su ojo conservador. 

En cualquier caso, eso sí, derechas e izquierdas moderadas se definieron en 1978 debidamente alineadas con la agenda neoliberal mediante el juramento constitucional al sacramento de la monarquía parlamentaria. 

En provincias este fenómeno transitivo (es decir; propio de la transición del 78), corría bajo el eufemístico nombre de «la alternancia» en las instituciones públicas –banca, e Ibex, incluidas–, con lo que la democracia se entendió de facto en que el poder que hoy reciben «los unos», mañana lo reciben «los otros», con lo que el pragmatismo de unos y otros unificó rápidamente los intereses de «ambos». Y así se fue cuajando la famosa tortilla sevillana de los pinares de Puebla del Río. ¡Fin de la historia!

CUENTO CUARTO: El advenimiento del 78 y la pandemia socialista

Recomencemos ahora la historia. Érase una vez, tras el advenimiento constitucionalista de 1978, que todavía puede recordarse cómo el socialismo se contagiaba en España de la misma forma que el COVID lo hace hoy. De pronto había gente que amanecía bajo un síndrome de izquierda asintomática; muchos evolucionaron hacia un cuadro de izquierda moderada, mientras otros presentaban un brote agudo de izquierda irreversible ingresando, tarde o temprano, en la unidad de cuidados paliativos por absceso agudo de «cabreo» político-social, ya que el grado de moderación general corría en la sociedad de forma inversamente proporcional a la renta disponible. A mayor renta menor interés de cambio, y a rentas aseguradas; emancipaciones sostenidas mediante un reformismo de riesgo cero; controlado hábilmente por una retórica sin «hechos», y salpimentado con la burbuja inmobiliaria.

Luego con el tiempo pasó lo mismo con la democracia. De pronto los asintomáticos, fuesen del grupo sanguíneo de derechas (D-negativo), de izquierdas (I–positivo) o de la judicatura (J–0), amanecieron todos demócratas. Incluso los jueces del TOP (Tribunal de Orden Público), y la policía de la BPS (Brigada Político Social) se «blanquearon» demócratas mediante el denominado «pacto de silencio» de la Transición generosa. Los niños primero, dijo alguien; y así Billy el Niño se hizo pensionista democrático.

CUENTO QUINTO: Entre la anunciación angélica y las actualizaciones wifi; La realidad mística de la España del siglo XX.

En ningún caso se trata de hechos aislados, ya que la tradición española no contempla la construcción consuetudinaria del espíritu nacional; simplemente este se anuncia sin pecado concebido, y se amanece con él de la misma forma que un ordenador se actualiza hoy durante la noche por wifi. 

Así pues, se tuviera camisería de seda, o de tergal comprada en el mercadillo del barrio, lo importante en esta realidad mística de la España del siglo XX, fue siempre arrimarse al sol que más calienta. No en vano aprendemos de la naturaleza, el girasol nos orienta y la Iglesia lo santifica pues es de general conocimiento que quien no tiene padrino; no se bautiza. Y quizás por ello seamos el país más adecuado para las pandemias, pues nuestra sociedad carece de lo que podríamos equiparar a un sistema inmunológico. Es decir; carecemos de un sistema moral fuerte y consuetudinariamente consolidado por el conjunto social, capaz de orientarnos en las direcciones correctas.

El principal problema de creer en Dios radica en la solvencia intelectual de sus intérpretes. Así, en España cualquiera puede ser Rey, o doctor por la Universidad Harvard de Aravaca. Nuestra meritocracia es tan hiperbólicamente inconsistente como fugaz y aparente. Todo trabajador sin título universitario carece, por norma, de sentido común, mientras que todo idiota licenciado en derecho es –también por norma–, un experto universal. La eficacia del título académico se centra más en la formalidad del título como mecanismo de ascensión social, que en el grado real de conocimiento que se supone debe acreditar. No hay más que mirar los planes de estudio académicos para constatar el peso y la concurrencia de inutilidades. Pero lo más espectacular es que ni siquiera los Presupuestos Generales del Estado han valorado nunca la relevancia de la ciencia. Así, muchos piensan que curar a los enfermos es un acto caritativo, y que medicinarlos es una actividad de lucro. Incluso abundan los pedagogos que piensan que el sentido común es una revelación silvestre que no debe distraer al alumnado de sus aprendizajes técnicos.

CUENTO SEXTO: El Chiringuito y sus cofrades

En el españolismo de raza se ensalza la siesta como una esencia consuetudinaria del verdadero español. Sin embargo, no se reconoce la ficción del «chiringuito» como el sintagma más característico de nuestra cultura moderna pese a que todas nuestras instituciones responden hoy a ese concepto. El chiringuito ha terminado en el siglo XXI por convertirse en un vocablo de palacio que con el juancarlismo se ajusta, a modo de guante, incluso a la institución monárquica. Si; la misma que se instituye como la cabeza de «El Estado.» 

Ni siquiera la RAE se atreve a reflejar el profundo significado que ha adquirido este vocablo en la vida social de este país. Simplemente lo ignora limitándolo a la feliz burbuja de los 80 en esos «quioscos de la playa» que amenizaban el jolgorio de los espetos de sardinas con esa popular canción de verano de Georgi Dann que decía; «el chiringuito, el chiringuito… Las chicas en verano no guisan. ni cocinan, se ponen como locas si prueban mi sardina. El chiringuito, el chiringuito…»

Hoy el jolgorio del chiringuito ya no se anima con las felices canciones de la época, sino que ha progresado con los «fakenews», amenizados con las hazañas de los viejos vigilantes de la playa colgados ahora en el panel de fotos ilustres del chiringuito; Pujol, Rato, Villarejo, Eres, Gurtel, Púnica,… el emérito… y un sinfín más de «artistas» miembros numerarios de la Santa Hermandad del Cofre Chiringuitario.

CUENTO SÉPTIMO: La mochila del franquismo sociológico

Muchos opinan que el presente siempre es fruto del pasado ya que nada nuevo cae del cielo desde hace, al menos, más de 2.000 años. Por contra, muchos de los ilustres nacionales opinan que, no todo lo que ocurre en España es atribuible al resultado de la Guerra Civil. Mucho menos a la pervivencia de la dictadura durante 40 años.

Ni siquiera aquello que se ha dado en llamar «franquismo sociológico» puede considerarse como trazo que une nuestra democracia actual con el viejo régimen del dictador. Una especie de neodarwinismo evolutivo, cultural y jurídico español justifica así la transición española no solo bajo la proclama constitucionalista del 78, sino por la vertiente de la más profunda mutación genético–política del ciudadano español transitado. 

Se trata de una construcción narrativa copiada del iuspositivismo kelseniano y su método de subsunción de la realidad a la norma. Una burrada lógica –«made in Deutschland»–, muy extendida en España por todos los círculos autoritarios; sean mediáticos (Atresmedia, Prisa, etc.), jurídicos o políticos. Un relato que encaja en el lenguaje de las categorías formales establecidas como verdades de fondo de la misma forma que se asume, sin más, que Felipe González es la izquierda y Aznar es la derecha. 

Sin embargo, con el paso del tiempo, este lenguaje de categorías incuestionables se ha ido degradando progresivamente. Degradación que ha permitido aflorar su superficialidad e inestabilidad. Sólo los jueces, algunos políticos y periodistas, se aferran a la contundencia de las «verdades absolutas». Verdades que en todo caso son de carácter autoritario dada la total ausencia en la sociedad española de un cuerpo moral consolidado que las respalde.

CUENTO OCTAVO: La atricción y la moral instrumental

Según la sugerente tesis de Juan Benet –expuesta en su ensayo de 1976; ¿Qué fue la Guerra Civil?–, la última ratio del franquismo se circunscribe a la de su propia pervivencia sin necesidad alguna de carisma, ni de proyecto de construcción de futuro. Benet califica de «guerra de atrición» la que instituyó a Franco como «caudillo indiscutible» y a su causa como «cruzada».

En la «atricción», la ofensa a Dios es la máxima causa eficiente. No hay conflicto protagonista de clases. Simplemente se niega en el relato del viejo régimen aquello que bien puede describirse como conflicto entre ricos y pobres para justificar la sublevación militar de 1936 con el argumento de quebrantamiento moral del orden establecido. 

Luego, ganada la guerra, los del movimiento nacional no asumen necesidad alguna de liderar proyecto futuro ninguno, sólo «imprimir» sometimiento. Consecuentemente esta podría ser la singularidad del caso español en el contexto histórico europeo de la posguerra mundial. La singularidad que justifica tanto la larga pervivencia del régimen franquista en el contexto de la llamada guerra fría, como el asentamiento del sometimiento como cultura moral de la sociedad española en el siglo XX.

La idea del «chiringuito» representa bien ese universo metafísico del denominado «franquismo sociológico» en la vertiente ciudadana de una moral pública de sumisión aparente a toda «autoridad indiscutible», y en clave del fin que justifica los medios. O lo que es lo mismo, en clave clientelar. 

La lógica es brillante, pues si el carácter de la autoridad se fundamenta en su imperturbabilidad, su insensibilidad y su indiscutibilidad – lo que podríamos denominar como el síndrome de las tres íes–, lo más útil no es razonar, sino «acoplarse» a la superioridad como medio para alcanzar el fin propio. Ya lo enseña la Iglesia desde hace más de 20 siglos, pues para bautizarse; hay que tener padrino. El franquismo sociológico simplemente adoptó una simple variante pragmática de la vieja enseñanza agraria de acoplarse al sol que mas calienta en busca de un padrino.

Se trata, pues, de una moral instrumental, o de conveniencia; que en su vertiente más desarrollada en los círculos jerárquicos dio lugar a la estrategia del «trepa». Moral instrumental que va construyendo en el conjunto social una apariencia de realidad que termina cimentando todo el edificio cultural multinivel del viejo orden social de la dictadura. La apariencia que carcome todo el edificio estatal del cuento segundo.

CUENTO NOVENO: El clientelismo y la oportunidad; lecciones para un cuento diferente

En este contexto de supervivencia la idea del chiringuito emerge como ficción de la oportunidad que ofrecen los intersticios latentes del sistema autoritario de la obediencia debida. El chiringuito de la playa es solo la manifestación física originaria de la nueva parroquia del clientelismo «libérrimo». 

El oportunista no tiene vocación estable alguna más allá de su propia pervivencia, o aprovechamiento privado; no se nutre del fondo de las cosas, sino que serpentea sobre las formas. Tampoco debe lealtad a autoridad alguna dado que su obediencia se fundamenta en la sumisión impuesta, no en el consenso común. Su modelo de supervivencia no es solidario, sino egocéntrico. Un individualismo egoísta que encaja a la perfección con la doctrina neoliberal, pues consiste en el descubrimiento de los yacimientos ventajosos de utilidades para dominio propio. Es decir; las oportunidades.

Sin orden moral, no es posible establecer un orden social estable que restaure, garantice y justifique la correspondencia social como único motor de progreso sostenible. 

El cliente del chiringuito siempre tiene razones para desconfiar, pero asume el riesgo, encomendándose debidamente a Dios, porque ¡es lo que hay! Lo mismo ocurre con las instituciones del «Estado social y de derecho» aparente; el ciudadano siempre tiene razones para desconfiar, pero asume el riesgo porque ¡no le queda otra!

CUENTO DÉCIMO: La desconfianza extendida como límite de la emancipación; la falacia del cuento iuspositivista.

Esa desconfianza extendida es el mejor caldo de cultivo y florecimiento de las posiciones conservadoras que cocinan esa misma desconfianza. Durante siglos la Iglesia construyó la confianza sobre la idea del principio de la jerarquía absolutista; Dios, el príncipe y el patriarcado. La revolución francesa no destruyó totalmente el principio católico de jerarquía, sino que sacralizó, a su lado, los dos principios fundamentales del orden burgués; la propiedad y el contrato. 

Dos principios que Napoleón consagró en su Código Civil de 1804, sacrificando asimismo la moral consuetudinaria europea en favor de una concepción del derecho desacoplada de la idea de lo justo. A partir del código civil de Napoleón I la Ley dictada por el poder absoluto –emperador, o monarca–, pasaría a convertirse en el centro exclusivo de la idea de justicia. Ya no importaba la justicia de la ley, sino que la Ley soberana era la única «justicia» posible. Luego el jurista nazi Carl Schmitt le dio forma con el «derecho amigo» en el iuspositivismo continental basado en reglas. Un sesgo cariñosamente apreciado por el poder judicial en la lógica jurisdiccional española antes y después de 1978.

La revolución burguesa rescataba así dos pilares fundamentales. De un lado rescataba la moral colonial española imbuida en el principio contrarreformista de «el fin justifica los medios», para expandirla finalmente como legado efectivo del Imperio Napoleónico. Legado del que toma buena nota la idea capitalista de la «globalización».

Pero de otro lado el nuevo orden burgués redefiniría también el principio de jerarquía bajándolo de la cosmología cristiana para acomodarlo en la esfera antropológica con un individualismo laico vinculado a la metafísica de la propiedad privada. Resignificación que más tarde se desarrolló hegemónicamente en el tsunami neoliberal del siglo XX. Una catástrofe que terminó alcanzando su cenit en la primera década del siglo XXI con el desarrollo de las grandes corporaciones empresariales. 

Sin embargo, fue la crisis de 2008 la que quebró gravemente la mitología del orden burgués basada en la metafísica de la propiedad privada y la ficción jurídica del derecho contractual. Una década más tarde la pandemia del COVID quebró el entramado comercial de la globalización poniendo al descubierto la necesidad urgente de un orden de sinergias colectivas en equilibrio sostenible. No existe ya ser humano en el planeta que no tenga conciencia individual de la fragilidad e inseguridad del orden neoliberal. Fenómenos como el de Greta Thunberg y su activismo medioambiental dan fe de una conciencia colectiva que se opone al desequilibrio que entraña el privilegio ilimitado de la propiedad privada.

No obstante, la doctrina liberal basada en el principio de jerarquía, como mecanismo aglutinador de un individualismo creador de riqueza privada, se perfila ya como límite a la propia existencia del planeta. El ejemplo más preocupante son las decenas de miles de incendios provocados en el Amazonas. No es razonable que en gloria de la sacrosanta libertad de los intereses privados un microscópico número de personas pongan en peligro a todo el planeta.

Por el contrario, aquellos que antes de la pandemia cantaban las excelencias de la libertad de mercado, la libre competencia y la jibarización del Estado reclaman ahora la «intervención» del Estado volcando dinero público sobre todos los sectores de la economía para sostener no solo a los trabajadores con ERTES, sino prioritariamente también a los inversores y rentistas cuya individualidad emprendedora ha quedado manifiestamente al descubierto que depende completamente del conjunto social.

Consecuentemente, la idea antagónica a aquella de una sociedad jerarquizada en torno a un soberanismo de peana y altar, no puede proceder nunca de la ficción cristiana del Dios creador todopoderoso, sino que emerge de una realidad más mundana. Los mismos presocráticos observaron la realidad marítima a la que se enfrentan los navegantes en alta mar, y reflexionaron sobre las ventajas de los equilibrios de contrapesos para resistir el temporal. Emerge así la ficción de la sociedad como navío capaz de capear la contingencia de toda tormenta mediante el equilibrio dinámico de sus ciudadanos. Es decir; emerge de la vieja idea griega del principio armónico como integrador de la diversidad en un orden común en equilibrio dinámico. 

MORALEJA: 

Sin integración armónica del conjunto social articulado en equilibrio dinámico; no hay emancipación posible.
PACO MUÑOZ 201202

NOTAS.- 


(2).- El bajo nivel de confianza de la ciudadanía en la justicia española, no es un invento mediático de la izquierda social. En el olimpo legislativo el hito más destacado del voluntarismo soberano se alcanzó con la reforma constitucional de 2011 (https://es.wikipedia.org/wiki/Reforma_constitucional_espa%C3%B1ola_de_2011#:~:text=Art%C3%ADculo%20135,-El%20Gobierno%20habr%C3%A1&text=Los%20cr%C3%A9ditos%20para%20satisfacer%20el,de%20la%20ley%20de%20emisi%C3%B3n.). 

En el territorio de los tribunales jurisdiccionales el activismo judicial alcanza portentos memorables en todos los órdenes. Quizás uno de los casos más sorprendentes de legolatría injusta sea el caso de María Salmerón: https://www.publico.es/sociedad/maria-salmeron-justicia-acelerar-tramites-indulto-maria-salmeron-inminente-entrada-carcel.html



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