La Calle de Córdoba XXI

domingo, 13 de diciembre de 2020

El fondo europeo anticrisis; utilidad y reparto

Con la pandemia parece que estamos reviviendo el segundo libro del éxodo a la espera del pan enviado por Dios. La antigüedad lo llamaba «maná», luego en el siglo XX Milton Friedman sustituyó a Dios por un helicóptero, y ya en el siglo XXI los Bancos centrales digitalizaron a Dios bautizando el maná con el eufemismo de la «expansión cuantitativa». Una expansión que se anuncia hoy en Europa bajo el eufemismo de «fondo europeos anticrisis».

Conforme esos fondos se van acomodando en la ontología de lo real, voces de todo tipo colman el espacio. Todas son igual de relevantes, y todas coinciden en su particular trascendencia. El idioma no importa, pero los intereses traslucen bajo el mantra de la separación del trigo y la paja, o lo que es lo mismo; de la inversión y el gasto.

El falso dilema inversión vs gasto

Es por ello que la «inversión», en interés de parte, se presenta siempre como de interés general, mientras que el interés de «los otros» se presenta como la cizaña del gasto. Así la CEOE reclama su propia relevancia por encima del gasto fiscal en infraestructuras, y todos los sectores empresariales reclaman, a su vez, la importancia de su propia actividad en el engranaje económico construido sobre el principio de la renta de plusvalía, o beneficio. 

Nadie en España duda que la derecha repartiría el maná entre los ricos; pues nadie mejor que ellos representan en la tierra el mito del éxito en los cielos. Ellos son el trigo con el que se cuece el pan del beneficio. El resto son el servicio y los comensales de esta santa cena; todo gasto. 

¿Hacia dónde dirigiría la izquierda española el maná? En un principio parece que al servicio, pues son ellos los que constituyen las piezas clave del engranaje. Pero el servicio es el imperio de los ricos inversores; el engranaje desde el que se extraen las plusvalías. 

Un engranaje que tiene perfiles muy diferenciados en los distintos territorios tanto de la Unión Europea, como de España. Por eso los países «frugales» pusieron la condición de no cambiar las estructuras del estatus quo actual. Se trata, pues, de un discurso de intereses, sobre el que no cabe entendimiento posible; solo imposición. 

Así regresamos, de súbito, a la casilla de salida, al «génesis», redescubriendo ahora el mito fundacional de la Torre de Babel como la paradoja de los importantes. Todo el mundo puede hablar, pero solo los intereses construyen entendimiento. Es decir; lo importante para todos es lo importante que los importantes imponen como importante.

La hidra corporativa

Sin duda lo importante tanto para el modelo productivo, como para el paradigma de las relaciones laborales, no es la productividad, ni las relaciones laborales, sino la tasa de beneficio en el retorno de la inversión. Este es el principio básico del orden capitalista y neoliberal. Se trata, pues, de un orden jerárquico secularizado en torno a la mística del individuo libre como antítesis del colectivo social. Una mística que ha terminado engullendo al Leviatán hobbesiano para dar paso a la hidra corporativa del siglo XXI. 

Desde el rescate bancario, la figura del Estado se ha convertido en una institución que no representa los intereses colectivos, sino que está al servicio de los grandes intereses corporativos. En este territorio, el mapa de intereses europeos apenas señala la presencia de las corporaciones españolas, y el sur solo destaca por la orografía del colonialismo turístico y sus bajos costos laborales. 

Tanto para la derecha española, como para la izquierda felipista, el turismo representa el nirvana alcanzado por la transición. No obstante, la pandemia ha pinchado duramente esta burbuja vislumbrándose ya el horizonte del cambio climático. 

¿Tiene fundamento discutir el incremento de la productividad, la automatización, la digitalización o los cambios pertinentes en los modelos empresariales y sus concomitantes relaciones laborales? Solo competir con los centros de investigación de Alemania requiere una reforma en profundidad de la universidad española, porque no basta con la cultura del título como único fundamento del síndrome de la sabiduría.

Por otro lado, la izquierda del reformismo keynesiano parece haber sucumbido ante el empuje de la hidra corporativa porque ya apenas le queda Estado más allá de la figura de los cuidados paliativos a la población que nutre a las corporaciones de empleados y consumidores. 

Educación, Sanidad y Servicios sociales parecen ser los únicos instrumentos institucionales de relevancia con que cuenta la izquierda actual. Ni siquiera la vivienda pública se perfila ya como solución a los ocupas, los desahucios o la precariedad. Mucho menos como medida keynesiana contra el desempleo.

Resituar el Estado y la paradoja de la sostenibilidad

Cambiar el mundo del trabajo y las relaciones laborales no solo exige cortar la hidra de las corporaciones y acabar con los relatos idealistas que esconden la realidad con metarealidades deformadas. (1) También exigen resituar al Estado en el centro de la armonización colectiva corrigiendo el servilismo de la representación política como vía de articulación jurídica de la voluntad de las élites.

La disyuntiva de los fondos anticrisis europeos no se sitúa en el espectro de la empresa pública versus empresa privada, sino que debe situarse en la ruta de un futuro diferente al presente que tenemos. Máximo cuando las fuerzas exclusivas del presente que hoy tenemos en España, jamás pueden construir futuro.

La realidad es que nuestra economía ni es solvente, ni es sostenible, por mucha magia mediática con la que se interpreten los datos. Incluso recuperando la burbuja turística y manteniendo las exportaciones agrarias nos encontramos inmersos en la denominada como «paradoja de la sostenibilidad» en la que los enfoques dominantes de la doctrina económica no solo degradan los sistemas ecológicos de forma preocupante, sino que también tensionan las relaciones sociales maximizando la desigualdad.

No es posible ya plantear futuro sin abandonar las formas convencionales de pensar con sus extraordinarias criaturas megalómanas. Y en este sentido se hace urgente replantear el dilema de la España urbana versus la España vacía rural. Las grandes ciudades se muestran ya insalubres e insostenibles dada su tendencia bipolar de exclusión severa y concentración de élites en forma de grandes instituciones y empresas para excitación mutua. Se trata de recuperar una lógica de escala ya que, si fabricamos monstruos, lo único que obtendremos serán monstruos.

Hoy, más que nunca, se abre paso la necesidad de recuperar la dimensión humana como paradigma de desarrollo social, y tecnológico. Pero también como norma de relación con los sistemas ecológicos del planeta. Así, los tres poderes del Estado confunden su esencia ejerciendo una función eminentemente patológica al transformar la vida social en una potente maquinaria de destrucción planetaria manteniendo a las personas en constante pugilato.

Los fondos europeos anticrisis abren la oportunidad de plantear soluciones colectivas a problemas colectivos. Todo lo demás reproduce el síndrome de la sabiduría del tuerto en el país de los ciegos.




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