Hay momentos que se erigen en iconos de una época: condensan su pensamiento político, su trasfondo económico y hasta su hipocresía social. El pasado jueves en Córdoba fue uno de esos días en los que el lujo actúa como alquimista, transmutando lo falso en verdadero ante un teatro de sombras carnavalesco. Todos participan, por supuesto, en este baile de máscaras donde lo único real es la ostentación de méritos presuntos.
Córdoba, que se creyó de izquierdas sin serlo y hoy se resiste a ser de derechas sin lograrlo, parece aferrarse a un Mundo Feliz huxleyiano, pero visto desde la distorsión grotesca de los Simpsons locales. Tanto los de ayer como los de hoy se postulan como eternos bajo el soplo artificial del aire acondicionado, ignorando que fuera de sus salones climatizados ––fuera del Parque Joyero––, la realidad se agrieta.
No importa que la realidad se extienda más allá de lo que no se quiera ver, ni que el presente carezca de futuro. ¿El futuro? Irrelevante. Para nuestras élites, el tiempo no es más que un decorado que gira en torno a una cambiante permanencia. La excelencia —esa palabra fetiche— se mide en cócteles, premios y palmadas en la espalda.
Y en este escenario, ¿qué papel juega la prensa? Parece que el de cómplice necesario: la que suministra la tinta, el papel o la pantalla y, sobre todo, el relato. Una realidad maquillada, inflada como un globo y luego soltada al viento para que recorra tierra, mar y aire. Si un concesionario de coches de lujo recibe un galardón, será —claro—, por mérito.
Preguntar es impertinente y dudar es de maliciosos cuando el espectáculo mezcla, en un mismo brindis, medicina, beneficencia, innovación empresarial (antes se le llamaba negocio) y gastronomía de chefalandia para políticos golosos.
Cantaba Geogie Dann en verano; "Tú me das cremita, y yo te doy cremita. Aprieta bien el tubo, que sale muy fresquita…" Madre mía, qué calor más ibérico, que hasta las gaviotas sureñas ajustan sus becas.
La prensa no debería ser altavoz del poder —ni económico ni político—, ni mucho menos sacerdotisa de una meritocracia de cartón piedra. No hay virtud en la bondad impostada; solo marketing disfrazado de altruismo. Cuando el periodismo renuncia a su deber crítico, solo queda la prensa cortesana: cronista de medias verdades y alcahueta del poder. Y hoy, en este desierto de lo inmediato, la crítica ha sido arrasada. Solo queda el murmullo complaciente del fresquito institucional.
2506210950 PACO MUÑOZ
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